Se cierra una etapa en los pasillos de la Casa Rosada. Los cánticos setentistas pasan a cuarteles de invierno a la espera de una reivindicación de gobiernos con retórica de centro-izquierda y la “libertad avanza” detrás de los pasos que rechinan al compás de los 90.
Concluye un ciclo en la política argentina que consolida 40 años de democracia de manera ininterrumpida, compuesta por luces y sombras de una sociedad inmadura políticamente y ansiosa de respuestas vinculadas a un Estado que no logró decidir si quiere que sea grande de cuerpo y de brazos raquíticos o de cuerpo mediano pero con brazos fuertes.
Esta incertidumbre ha hecho pivotar al electorado de elección en elección de un modelo a otro, que no supieron explicar las causas de las crisis económicas, pero sí se presentaron como soluciones al inicio de un nuevo sorteo electoral.
Estamos transitando los finales de cuatro años de un gobierno que pareció ser eterno, un hombre puesto al servicio de los argentinos, o al menos así se presentó Alberto Fernández, quien aportó sus cualidades a la firme convicción de destruir todo rastro de institucionalidad; sin embargo, su esfuerzo se extralimitó y quien en un principio venía a indultar a la vicepresidente y ajusticiar a la oposición -aún no termina su mandato- terminó por implosionar al kirchnerismo y destruir al massismo como movimientos de poder a nivel nacional.
No es una buena noticia que celebremos la destrucción de líderes políticos, aunque hayan estafado a la población y dilapidado las arcas públicas en busca de su beneficio personal, más aún cuando esta destrucción viene sustentada por la bronca y no por el esfuerzo del Poder Judicial, institución a cargo de la tarea de impartir justicia y que debería garantizar que los ladrones de la Patria cumplieran con sus condenas.
Las causas del cambio de timonel
A partir del 10 de diciembre los colores del país cambiarán y dejarán el gastado color del miedo por uno que no conocemos. El desconocimiento nos alerta, pero también nos invita a proponer algo nuevo. No significa que lo nuevo sea bueno, aunque llevemos 20 años de decadencia, con lo cual podemos suponer que lo «peor» sería cambiar de decadencia y en lugar de despilfarrar recursos públicos mirando el pasado quizás este despilfarro venga a construir futuro.
Quiero pensar en cómo llegamos hasta aquí, qué vimos en estos cuatro años. Serán los negocios exclusivos vinculados a las vacunas puestas a disposición de amigos durante la pandemia y el cierre a la compra de otras marcas que han sido selladas “por contrato”; quizás las fiestas vips que se desarrollaron en los entornos gubernamentales mientras nuestros familiares transitaban en soledad la enfermedad.
Pienso en el constante ataque a la Justicia desde los poderes Ejecutivo y Legislativo, que buscaron desestabilizar al Poder Judicial, que debió destinar tiempo al periodismo en lugar de emitir sentencias de orden general. El centralismo kirchnerista desatendió incendios forestales, inundaciones, falta de recursos de primera y segunda necesidad para inspeccionar las oficinas de jueces en busca o con el afán de implantar pruebas.
La corrupción y los abusos contribuyeron con un escenario hostil para el ciudadano de a pie, pero más aún con la desilusión de aquellos que postergan sus sueños hace años y han apostado a una oportunidad que no llegó, a un proyecto que los quite de la miseria y los ubique en algo lo más cercano a la dignidad que un ser humano puede anhelar. Los sobrepagos de la obra pública que no llegaron, los servicios públicos que aunque en manos de quienes decían cuidarlos son posibles solo para aquellos que pueden pagarlos a un alto costo; la luz, el agua, el transporte y la salud. Es que mientras una intervención sencilla demora 3 a 6 meses, ellos, el gobierno nacional y sus aliados provinciales se atienden en sanatorios privados, ocultando su vergüenza con el costo de los recursos públicos.
La suma del poder público puesta al servicio de unos pocos y esos pocos en defensa de sus intereses fue el cultivo de un campo del cual brotó el descontento generalizado y se convirtió en frondosos arbustos de bronca y deseo de cambio.
Para sorpresa de muchos, el impulso irracional que catapultó al kirchnerismo nuevamente en el 2019 en sillón de Rivadavia, es el mismo impulso irracional que reeditó el modelo que al menos en un principio se lo ve emparentado al menemismo.
Qué esperar
Tomas Hobbes sostiene que la vida es un perpetuo movimiento que, si no puede progresar en línea recta, se desenvuelve circularmente. Si bien los resultados aún se encuentran frescos y la tensión social se diluye, aunque no se aquieta, comienza a verse cómo el modelo liberal busca trazar las primeras líneas de un gobierno que ansía tomar el poder en las próximas semanas, es un modelo que se repite en un país en constante movimiento y en ocasiones lo hace insistiendo con viejas recetas.
Dicho esto, debemos ser conscientes que un gobierno que inicia cuenta con la expectativa de los primeros 100 días, donde deberá encontrar soluciones o al menos teñir de esperanza las derruidas ilusiones de los argentinos.
Aunque el conteo debería comenzar el 10 de diciembre en la calle, se siente que ya inició y se ve que Javier Milei cuenta con la ventaja del feriado de este lunes que paradójicamente se celebra el día de la Soberanía Nacional.
Probablemente en los tiempos que corren la paciencia sea lo último que los argentinos tengamos a disposición; sin embargo, es lo que debemos buscar en los bolsillos hoy y en los próximos meses para permitir que el gobierno que comienza en 20 días pueda conformar un gabinete lo más flexible posible para transitar las detonaciones que estratégicamente irá colocando el kirchnerismo en los días que restan hasta que culmine su mandato.
Este cambio de gobierno no podrá darnos soluciones inmediatas, no podrá darle fin a la inflación ni tampoco construirá el país ordenado que soñamos; no al menos en los próximos meses, pero sí podrá trazar líneas de estabilidad que esperamos todos los argentinos siempre y cuando no sucumba al poder y a la desesperación de un gobierno que finaliza, un pueblo ansioso y de un sinfín de deudas que el 10 de diciembre tendrá un nuevo inquilino en la casa rosada que deberá contar con la astucia de cogobernar y reconocer aliados estratégicos, tanto dentro como fuera del país.
Celebremos la Soberanía Nacional en paz, a 40 años de recuperar la democracia es nuestra oportunidad de construir un país que nos encontró decidiendo entre dos candidatos a presidente que no provenían de partidos históricos.
¿Seremos capaces de tener paciencia?