De sensaciones está hecha la vida y una de las más bellas es cuando sentimos que estamos de vacaciones y el cuerpo se dispone a sentir aromas, saborear alimentos desconocidos y por supuesto, cambiar de hábitos al menos por una semana. Esto genera un reinicio mental que nos revitaliza para los compromisos que vendrán durante el año; sin embargo, este nuevo año trajo consigo incertidumbre y la percepción de que aún no es tiempo de vacaciones, hay que seguir un poco más.
Mientras transcurrimos uno de los meses más largos del año entre cambios de quincena y precios de una y otra locación dispuestas a recibir las ansias de ocio, no dejamos de ver lo que pasa en el mundo global, es decir, para el país central lo que le pasa al país central.
Una de las herramientas constitucionales que sin dudas ha tomado relevancia este último tiempo es el Decreto de Necesidad y Urgencia, más conocido como DNU, propuesto por el gobierno nacional, el cual además de ser polémico en sí mismo, cuenta con un condimento estrictamente político y cultural, entendiendo por cultural en este caso al propósito que persigue de movilizar cambios en materia laboral, económica, social, educativa, entre otros.
A su vez y casi en el mismo momento se da otro fenómeno de estos tiempos que tiene que ver con un experimento social que ha tenido relevancia a nivel global y que en Argentina no ha sido la excepción. Me refiero al programa televisivo emitido por multiplataformas, según el nivel de “curiosidad” de las personas, en el cual pueden observar el día a día de un grupo de personas que fueron encerradas en una casa en un juego denominado “Gran Hermano”.
Estos dos contextos que se desarrollan actualmente en la argentina no necesariamente son la panacea del desarrollo intelectual o moral de un pueblo que cuenta con más de 200 años de historia, sino más bien de un destruido entramado social para que las minorías de mediocre formación institucional y cautivados por su presión ideológica expongan sus argumentos de una época que no existe más en ningún país.
Un grupo de personas se reúnen en un espacio determinado para discutir sobre un tema específico y en ocasiones el debate se extiende más allá del tema en cuestión y produce discusiones y planteos que no proponen una solución al inconveniente, sino demostrar un determinado parlamento ideológico y una especie de liderazgo sectorial que puede generar adhesiones y rechazos. Esta síntesis es perfectamente aplicable de igual modo si miramos Gran Hermano o una reunión de comisión en el Congreso.
En los últimos 20 años la política argentina permitió con un falso concepto de inclusión que los espacios de decisión sean ocupados por personas que no cuentan con ninguna formación que los posicione en un lugar serio de discusión, y -a riesgo de parecer una expresión despectiva sobre la actualidad política argentina- deja ver que muchas de las personas que ocupan bancas son unos estafadores, puesto que su conocimiento para el cargo que ocupan no es el requerido para definir el futuro del país, ni el suyo ni el de sus equipos técnicos, quienes ideologizados y subyugados a un interés sectorial buscan mediante agravios y brutalidad imponer sus posiciones. Lo lamentable de esta afirmación es que no le asiste únicamente a un sector ideológico de los diputados, sino a varios sectores que componen la cámara de diputados.
Hemos visto al comenzar el debate sobre el DNU cómo en busca de protagonismo y aplausos militantes, algunos diputados de la izquierda, el kirchnerismo e incluso de la derecha han dejado sentada su posición respecto a los temas que componen este decreto ubicado en una soberbia posición como si el país estuviera compitiendo en las grandes ligas, y los problemas estructurales estuvieran resueltos.
Esta baja discusión sustentada en la ideología y cercenada de todo concepto técnico no es más que el resumen de la decadencia de los últimos años, que entre complicidades, relatos y despilfarro fue consumiendo el buen honor de un congreso que en sus orígenes contaba con integrantes que al representar a la población cumplían con magnificencia el puesto que el voto popular les concedía.
Retomando la infame comparación del Congreso de la Nación Argentina con el programa de televisión, es imprescindible para las generaciones actuales comprender seriamente las diferencias entre un show dedicado a enriquecer a un grupo de empresarios que se dedican al entretenimiento televisivo y un cuerpo colegiado que debe debatir leyes, proponer soluciones y principalmente ser responsables en cada una de sus acciones en el plano personal y público, buscando permanentemente el bienestar general del pueblo más allá de sus orígenes ideológicos.
El conocimiento es poder y la ignorancia puede ser cruel cuando es utilizada como herramienta de control por parte del gobierno. Es importante cuestionar lo que nos dicen las autoridades y buscar la verdad por nosotros mismos.
Muchas veces las vacaciones son un momento de ocio y de tranquilidad que nos permite recargar energías y liberar serotoninas que producen placer y renuevan las células del cuerpo, lo que en definitiva nos hace sentir mejor. Que esta búsqueda de liberación de serotoninas no se licue entre el panic show y la fábula de quienes dicen proteger los intereses de los argentinos mientras los hacen más pobres y más infelices.