“Queremos mostrar que otra vida es posible, y cómo sería el mundo si todos nos quisiéramos”, anuncia Ángela Correia desde la Mariápolis Lía, a tres kilómetros de O´Higgins, un pequeño pueblo del partido de Chacabuco, en la zona más productiva de la provincia de Buenos Aires.
El pueblo es miembro del movimiento de los Focolares que se creó en Italia en 1943. Proponen un estilo de vida que se basa en modelos cristianos, aunque es abierto a todas las religiones. Con 25 ciudadelas en el mundo, presencia en 182 países y más de 4 millones de adherentes, recrean un mundo ideal, con un gobierno a pequeña escala que busca la fraternidad. Hombre y mujeres viven separados.
“Son mucho más las cosas que nos unen de las que nos separan”, afirma Correia. “¿Te imaginas un mundo sin peleas donde todos seamos felices y estemos unidos?”, propone Correia, nacida en Río de Janeiro. A sólo 250 kilómetros del Obelisco, este movimiento quiere cambiar las reglas de convivencia y la economía mundial. “Podemos unirnos con nuestras diferencias”, agrega. Argentina tiene 324 focolarinos. La Mariápolis (ciudad de María) Lía se autogestiona y se mantiene con propios recursos.
Viven 110 habitantes de todas partes del mundo que llegan para sumergirse en la quimera de un mundo mejor. Algunos son focolarinos y viven en focolares, hogares en donde cada integrante tiene una ocupación designada. Son consagrados y hacen votos de obediencia y castidad. Existen 34 focolares en nuestro país.
También existen focolarinos no consagrados, personas casadas que viven con sus familias en su propio focolar, pero otros son jóvenes voluntarios que se quedan un año para vivir la experiencia. En la Mariápolis de Chacabuco los hay de todas partes de nuestro país y de más de cinco nacionalidades.
Trabajan de martes a sábado, seis horas por día y reciben un salario. “Nuestro lunes es el martes”, dice Joaquín Tambornini, de 23 años, estudiante de Administración de Empresas. Su familia es focolarina. “Es simple y poderoso: todos somos uno, no vivimos aislados”, afirma Correia. La Mariápolis Lia está asentada en un antiguo convento de la congregación de los monjes Capuchinos de principios del siglo XX. También es un hospedaje (es abierto) para aquellos que desean un espacio de reflexión y tranquilidad. En el Bar Betania venden los productos que hacen, conservas, mermeladas, artesanías en madera, y pastelería. Es atendido por los voluntarios.
Sobre una superficie de 50 hectáreas separadas en dos espacios, de 30 y 20, en la Mariápolis existen tres barrios: Campo Verde, Villa Blanca y Pueblo Prosperidad. En la primera se hospedan varones, en la segunda, mujeres y el tercero es donde están los focolares y una fábrica de galletitas, Pasticcino. En Villa Blanca tienen otra, Sorriso, de bombones. Ambas distribuyen sus productos en las principales cadenas de cafeterías del país, como Café Martínez, Starbucks, Lavazza y Full YPF, entre otras. “Las Mariápolis tienen que tener chimeneas”, dice Correia. Las fábricas además emplean a más de 30 personas de O´Higgins. El efecto derrame en el pueblo es uno de los pilares de la Mariápolis.
Las empresas que integran el movimiento –a nivel global- se rigen por un modelo llamado Economía de Comunión (EDC), donde la riqueza generada es un bien común y el plan es que se construya una humanidad sin indigentes, empleándolos. “No tenemos una visión negativa del mundo, nos manejamos con las leyes del mercado, pero queremos transformarlo desde adentro”, afirma Cartecchini. Tanto la fábrica de galletitas de Pueblo Prosperidad, como la que está en Villa Blanca, se estructuran con este modelo. Estas empresas dentro de las Mariápolis forman polos industriales. Los hay en Portugal, Croacia, Brasil y Chacabuco. En nuestro país existen veinte empresas con este sistema.
“Para muchos de los jóvenes que se acercan a la Mariápolis es su primer empleo”, dice Tambornini. El trabajo se completa con experiencias académicas y actividades relacionadas con la espiritualidad.
“Les damos una formación”, aclara Norberto Cartecchini, focolarino consagrado en referencia a los jóvenes que están doce meses. Dos veces a la semana distintos docentes y profesionales, alineados con el movimiento, les dan “ejes” de conocimiento. “Tiene tres etapas y responde a tres preguntas: quién soy, quién es el otro y qué haré en el mundo”, afirma Cartecchini. Todos estos saberes se centran en el Evangelio, en lecturas de distintas fuentes filosóficas, y en un mensaje en el que se basa todo el movimiento: la unidad de los seres humanos. Esta formación está avalada por la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA), con sede en la vecina Junín.
Van a misa, aunque no es una obligación, y todos los días a las 12 horas –en todos los husos horarios en donde hay focolares- se produce el Time Out, unos minutos de silencio para orar o pensar por la paz mundial. “La idea es que ellos regresen a sus hogares y transmitan esta forma de vida”, sugiere Correia.
“Somos un movimiento testimonial y queremos mostrar que otra forma de vida es posible”, enfatiza Correia. La Mariápolis funciona con la dinámica propia de un estado en miniatura. Existe un gobierno representado por una Delegada y un Delegado (gobernadores), una mujer y un varón y una junta de 16 consejeros, cada uno tiene a cargo un tema: economía, salud, vida espiritual, comunicación, etc. “Es horizontal, no es piramidal. Cristo preside”, dice Cartecchini. “Queremos dar testimonio de cómo sería la sociedad humana si nos basáramos en el amor al prójimo”, destaca Correia.
A nivel mundial, el Movimiento de los Focolares siempre es conducido por una mujer, quien tiene un co-presidente varón. Actualmente son Margaret Karram y Jesús Morán, ambos están en Roma, y se eligen cada cinco años (pueden ser reelegidos). El Vaticano debe convalidar esta elección. Los focolarinos dividen al mundo en 18 áreas geográficas. “Hombres y mujeres trabajamos a la par”, cuenta Correia. “Dependemos de lo que el Movimiento necesite”, afirma Cartecchini.
Los focolarinos suelen tener una vida andariega. El caso de Correia es un ejemplo, nacida en Río de Janeiro, pero siguiendo el mandato de su formación focolarina, vivió en Salta y Trelew (donde está el focolar más austral del mundo), hasta llegar a Chacabuco. “Es un llamado, si mañana debo ir África, allí estaré”, dice la focolarina.
La historia del movimiento comenzó en los últimos años de la segunda guerra mundial en Trento, en 1943. La ciudad italiana fue muy castigada por bombardeos, y una joven estudiante de filosofía, llamada Chiara Lubich tuvo una visión: en esa ciudad devastada por la guerra, hacer encuentros para fomentar la unión entre los hombres. Los organizó en las montañas, fueron convivencias basadas en el trabajo mutuo, la renovación espiritual, el respeto a las diversidades, y en hacer realidad el mandato de Jesús: “Sean todos uno”.
Las convivencias –ya en posguerra- duraban hasta una semana y fueron cada vez más numerosas, con la participación mayoritaria de jóvenes. El Vaticano puso su lupa en ellas y en Lubich. En esos años la Iglesia había creado la Acción Católica, con una visión similar, aunque mucho más cerrada en términos de dogma cristiano. Prohibió hacerlas en Roma y luego de muchos años, recién en 1962, la Santa Sede aprobó a los Focolares. “¿Por qué no hacer que la convivencia perdure?”, se preguntó Lubich y decidió que la mejor manera de evolucionar era crear ciudadelas. La primera la hizo en Loppiano (Florencia), dando nacimiento al concepto de “Mariápolis”.
En 1962 llegó el movimiento en Argentina de la mano de la focolarina Lía Brunet. Lubich visitó nuestro país en 1964, 1965 y 1966. En 1968 se creó la Mariápolis Ciudadela Lía en O´Higginis, la única de nuestro país. Las 50 hectáreas incluyen el antiguo convento, hoy completamente restaurado –es el hospedaje- y una capilla que data de 1919. En 2008 falleció Lubich y en el año 2015 en la catedral de Frascati (Italia) la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano inició la apertura de la Causa para la canonización y beatificación de Lubich. Aún se sigue evaluando su caso.
“Tenemos una excelente relación con el Papa”, afirma Cartecchini. En 2018 Francisco visitó la Mariapolis de Loppiano (Florencia). “Nos llevamos mejor ahora que cuando estaba en Buenos Aires”, agrega. En la última década más de 5000 jóvenes de todo el mundo pasaron por la ciudadela de Chacabuco, que no figura en los mapas pero está muy presente para O´Higgins, el pequeño pueblo rural de alrededor de 1000 habitantes, ambas sociedades se nutren una de la otra. “Somos todo uno, podemos transformar el mundo”, resume Correia.
(Fuente: La Nación)