Como una cuestión natural de las cosas, poco a poco comienza a observarse un atisbo de lo que el panorama político-electoral nos traerá el próximo año. El presidente Javier Milei ha dado el puntapié inicial con el lanzamiento de La Libertad Avanza como partido a nivel nacional, plataforma que le sirvió para llegar a la presidencia y desde donde ahora pretende plasmar una mayoría parlamentaria.
Ya en 2021, en medio de la salida de la pandemia y la vorágine de una nueva convocatoria electoral, un tímido Milei copaba el Parque Lezama, confirmando su lanzamiento como candidato a diputado nacional. Dejaba así de ser un mero espectador para convertirse en partícipe de los cambios que proclamaba. En aquel entonces, se veía un grupo humano inexperto en política, representando a la “anticasta”. Se oponían a la “cuarentena cavernícola”, al arrebato de libertades individuales, a la destrucción de la economía y a los privilegios de un sistema político que, durante mucho tiempo, se miró el ombligo y nos llevó a que uno de cada dos argentinos sea pobre.
¿Qué cambió en aquellos jóvenes inexpertos que venían a arremeter contra la casta? Llegar al poder tiene sus costos. Como en la famosa película de ciencia ficción que transcurre en Ciudad Gótica, surgió la frase: “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano”, y nunca mejor aplicada a esta situación.
Milei no solo ha demostrado rodearse y adoptar actitudes de la casta, sino que, en cierto punto, muestra ser un “blend” de un kirchnerismo mesurado. Tal es así que podemos encontrar similitudes en sus modos y conductas presidenciales propias de la exmandataria Cristina Fernández, si analizamos sus dichos recientes en el acto del pasado sábado.
Tanto Cristina Kirchner como Javier Milei han desarrollado una relación tensa y beligerante con el periodismo crítico, aunque sus estilos de ataque tienen matices diferentes. Cristina, desde el conflicto con el Grupo Clarín, convirtió al periodismo en su enemigo predilecto. Milei ha adoptado un enfoque similar, pero con un tono más visceral. Su estilo es más directo, calificando a los medios críticos como parte del “establishment” que, según él, siempre ha mantenido al país en el subdesarrollo. Ha llegado a referirse a los periodistas como “parásitos” o “operadores del sistema”.
Mientras que Cristina construía su narrativa de ataque al periodismo en torno a la idea de “la verdad que no quieren que se sepa”, Milei lo hace desde una postura más destructiva, descalificando por completo la labor periodística.
Durante los mandatos K, Argentina fortaleció sus lazos con China, viéndola no solo como un socio comercial clave, sino también como un contrapeso al poder de Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales. El “antiimperialismo” del discurso kirchnerista encontró en China un aliado perfecto para eludir las presiones del FMI y el Banco Mundial, asegurando inversiones en infraestructura, energía y tecnología.
Milei prometió a su electorado un giro prooccidental, con un fuerte alineamiento hacia Estados Unidos e Israel. Sin embargo, el pragmatismo lo ha obligado a moderar sus posturas más extremas respecto a China. A pesar de su retórica libertaria, no puede ignorar que China es el segundo mayor socio comercial de Argentina. En sus primeros meses de gobierno ha dado señales de que, aunque prefiere a las potencias occidentales, no pondrá en riesgo los vínculos comerciales con China. Este pragmatismo también lo comparte con Cristina: ambos entienden que las relaciones internacionales no pueden regirse solo por la ideología, sino por intereses económicos y estratégicos.
Aunque se posicionan en polos opuestos del espectro político, comparten una misma fórmula: se presentan como los únicos capaces de salvar al país del desastre en que lo ha sumido “la casta, el establishment”, o cualquier otra entidad amorfa que funcione como el enemigo del pueblo.
Cristina construyó una narrativa en la que ella era la heredera legítima del legado peronista, la líder que, a pesar de la persecución de los poderes económicos y judiciales, estaba del lado del pueblo trabajador. Milei, por su parte, ha edificado su narrativa en torno a la figura del outsider que viene a “dinamitar” el sistema. Su populismo se basa en la idea de que todo el espectro político tradicional, tanto de izquierda como de derecha, ha sido cómplice del deterioro del país. Al igual que Cristina, Milei ha utilizado el discurso del “ellos o nosotros”, posicionándose como el salvador de una nación en ruinas, dispuesto a hacer lo que nadie antes tuvo el valor de hacer.
Ambos se benefician de un populismo que cierra cualquier posibilidad de autocrítica. En el universo Milei-Kirchner, la culpa siempre recae en el otro: la oposición, los medios, la justicia. Es una narrativa que los blinda ante los fracasos y permite que cualquier crítica externa sea desestimada como un ataque del enemigo.
Cristina Kirchner y Javier Milei, pese a sus diferencias ideológicas, comparten más de lo que uno podría imaginar, y eso, más que llamarnos la atención, debería alertarnos. El fuerte culto al personalismo que han construido ambos mandatarios debería hacernos reflexionar sobre lo rápido que se levantan estos cultos a falsos profetas y lo repetido que está el manual que utilizan para ganarse a las sociedades.
Alguna vez el periodismo calificó al macrismo como un kirchnerismo “moderado” o de “buenos modales”. Hoy, el mileicismo libertario aún no ha llegado a tanto, pero poco a poco va tomando ese mismo sabor.
Bryan Villalba…