¿Cuál es el límite de la inacción, donde encontramos el tope máximo soportable de impunidad, cuando comenzamos a naturalizar lo que hoy nos avergüenza?
Nuestro modelo democrático nos propone un conjunto de oportunidades a aquellos que buscamos representar alguna idea o modificar algo para mejorar la vida de todos. Esta amplitud que ofrece el modelo electoral argentino es tan generoso y con pocos límites, al menos no los suficientes para reconocer la inmoralidad, que crea oportunidades a cualquier persona, cualquier individuo.
Las restricciones que emanan de una ley son el designio de quien gobierna a su pueblo presumiblemente en “buena fe”. Sobre esto, Santo Tomas de Aquino nos dice que la ley es la prescripción de la razón, ordenada al bien común, dada por aquel que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad.
La definición de la razón es compleja en sí misma, pero podemos entenderla como la capacidad de pensar y reflexionar sobre lo que es correcto o justo. Desde este plano considerar las interacciones entre lo bueno y lo malo debería ser más sencillo.
Pero…, que sucede cuando se busca legislar con el objetivo de crear las limitaciones que no existían, que ocurrió en primer término para que se busque controlar a quienes aspiran a ocupar un cargo público, y en segundo lugar, cual fue la causa que motivo a algunas personas a vivir el impulso de lo inmoral alejándose de la razón.
A grandes rasgos la Argentina en que vivimos busca resolver la impunidad y frenar los delitos que podrían existir en el futuro creando normas que auspicien la razón y sancionen la conducta indecorosa de quienes ocuparán los cargos políticos en el futuro. La necesidad de crear un instrumento de selección de candidatos ajeno a los partidos políticos, que lleva el nombre de ficha limpia es tan necesaria como urgente.
Más allá de ser indispensable, y dando lugar al concepto de Santo Tomás de que aquel que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad es quien debe garantizar el orden. No quiero dejar de prestar atención a como se llegó a esto. La inmoralidad en la función pública, tiene un origen y es común en quienes han usado la oportunidad que tuvieron para sucumbir ante sus oscuros deseos, malversación, cohecho, abusos, entre otras cosas.
La existencia de inmoralidad en la función pública es por la ausencia de valores. No sería necesario tener que discutir una ley para limitar el ingreso a la función pública de personas sospechosas si se trabajara en transmitir valores. Estos últimos que evidentemente han sido modificados en los últimos años y se ha desparramado en organismos públicos, semipúblicos e incluso algunos privados.
La responsabilidad que tiene la dirigencia política de los últimos 25 años es inmensa, han distorsionado la sociedad al punto tal que a medida que pasan las semanas, vamos descubriendo una nueva causa y un nuevo culpable, por ahora son 17 y el contador sigue corriendo.
La celebración de logros sin esfuerzo y cuestionar al que se entrega a la formación permanente con el fin de ser útil para la sociedad, fue el modelo que se impuso en casi tres décadas en el país y en la provincia. Este estándard de vida institucional y social fue el germen que desvió la atención de lo importante sobre lo urgente dando lugar a la costumbre del camino fácil y si en el proceso se daña a terceros o destruye la sociedad es un daño colateral controlado.
Claramente el sostenimiento de esta práctica abusiva y perversa nos encuentra discutiendo como encausar en valores en lugar de como potenciar nuestro producto interno natural, que son cada uno de los argentinos.
Independientemente de las leyes que se creen para moldear un buen argentino, es necesario comprender que lo correcto es correcto, aunque nadie lo haga y lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo hagan. Aquello que alguna vez fue motivo de vergüenza debe volver a serlo gobierne quien gobierne y en este desafío la política podrá corregir años de “descuidos de gestión”. Empezando por no hacer ni oír a los mismos de siempre que gobiernan esta provincia,
Las oportunidades para cometer abusos en la función pública son directamente proporcionales con la permanencia en el poder y la necesidad de no dejarlo. Por la concentración del poder, la normalización de prácticas corruptas, permanencia en el poder y necesidad de control, además de la falta de controles y rendición de cuentas
En consecuencia, la urgencia no radica únicamente en concretar más leyes restrictivas, sino en volver en valores. El presente es lo único que tenemos entre las manos y podemos moldear. San Juan Bosco nos dice que no hay jóvenes malos. Solo hay jóvenes que no saben que pueden ser buenos, y alguien tiene que decírselos.
Alejandro Chini…
(Imagen: https://images.app.goo.gl/EKRRo87GkVs6hDaC6)