Pasaron poco más de dos semanas de las elecciones generales del 22 de Octubre, las que derivaron en una contienda electoral más a desarrollarse en 15 días al no alcanzar ninguno de los candidatos el piso mínimo para consagrarse ganador en primera vuelta.
En esta experiencia democrática de 2023, los argentinos acudimos a las urnas al menos 3 veces, la provincia de Buenos Aires fue el distrito que menos acudió a sufragar, y otros votarán hasta por séptima vez en el año, como la ciudad de Resistencia que hoy acude a las urnas una vez más para recién elegir a su intendente y concejales.
De este año electoral podemos destacar varias cosas que nos quedan como planteos pendientes para el futuro:
En primer lugar, la participación electoral. Movilizada por las elecciones desdobladas, los mecanismos como las PASO que aún no terminan de convencer y la pésima oferta electoral, terminan por llevar al elector a un estado de agotamiento, quitándole no solamente las ganas de acudir a los centros de votación, sino también llevándolo a realizar cuestionamientos serios acerca de la viabilidad de un sistema que cada vez se denota menos creíble.
Como segunda reflexión y muy de la mano con la anterior, el increíble gasto que se realiza en llevar adelante elecciones desdobladas para no quedar pegados de cierta manera al resultado nacional.
Si hay algo que al argentino le resulta sumamente simple es que a la hora de votar mira la boleta de papel de izquierda a derecha, predominando siempre la elección nacional por encima de lo que pueda suceder en su provincia. El claro ejemplo de esta situación es la propia provincia de Misiones, donde casi el 50% del electorado optó por no votar las categorías de legisladores nacionales, motivo por el cual los distritos electorales provinciales hacen uso y abuso de las autonomías propias, para desligarse de la cuestión nacional sin importar cuánto sea el gasto (total no lo pagan ellos) y mucho menos cuántas sean las veces que haya que ir a votar.
En tercer lugar, destacar la importancia y relevancia del voto en blanco. Vuelvo a Misiones, donde el voto en blanco fue el ganador en las categorías de diputados nacionales y senadores, arrastrados de cierta manera por la boleta de Javier Milei que no presentaba candidatos en esas categorías, pero demostrando que en contextos de boletas presidenciales poco importa el resto. Trasladándolo al ámbito del balotaje, toma especial relevancia porque al existir solamente dos opciones, blanco o negro, derecha o izquierda, la ciudadanía disconforme con la oferta electoral buscará “manifestar” su descontento con otra alternativa que quedará plasmada en la nulidad del voto o en el voto en blanco.
Sin lugar a dudas es responsabilidad de la clase política rever estas situaciones, tomarse en serio el trabajo de revisar un sistema electoral que tiene poco más de un siglo y que solamente ha tenido parches de acuerdo a la conveniencia electoral del momento. Es hora de buscar un sistema más práctico, transparente y de acuerdo a las necesidades de la sociedad actual. Y no estamos hablando de parches para momentos electorales como el que intentó hacer la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para las PASO, que llevó al papelón de un voto electrónico que no funcionó, sino a reformas de fondo.
Reformas que incluyan volver a darles mayor relevancia a los partidos políticos, a que diriman sus internas y candidaturas dentro de las estructuras de los frentes. A buscar un sistema de elección mediante la utilización de boletas únicas y electrónicas eliminando el engorroso sistema de boleta papel, y buscando unificar el calendario electoral de las provincias con el de Nación, de modo de acudir a las urnas la menor cantidad de veces posibles terminado con esto que se convirtió en el circo de la política.