Es indudable que la mayoría de los argentinos votó un cambio. Mucha gente entiende esta como una batalla final en contra de la matriz de corrupción acrecentada por el kirchnerismo hasta niveles obscenos.
El mayor gesto de purismo político en la historia política argentina se encuentra en 1896, cuando Leandro Alem, fundador del radicalismo, frente a las dos opciones que le dejan los fracasos de su partido (la flexibilidad de algunas posturas o la disolución del partido) decide suicidarse. Decepcionado por los fracasos políticos y agobiado por los enfrentamientos que acercaban a sus antiguos correligionarios a otras variantes políticas da un paso al costado definitivo, dejando como todo legado la famosa frase “que se rompa pero que no se doble”; signo inequívoco de su deseo de no ceder en sus convicciones, incluso a costa de su vida.
El mismo Raúl Alfonsín utilizaba esta frase como gran muletilla y grito de guerra contra la hipocresía de los oportunistas. Con esta máxima fue el co-artífice de la caída estrepitosa del partido centenario a comienzos de este siglo.
Luego de esta caída, la revitalización de la UCR recién llegó cuando pudo ser la pata de la política territorial del PRO. Este que históricamente había sido uno de los partidos políticos más importantes de Argentina, necesitó del más nuevo para poder volver a soñar con ser un partido de poder. Sin embargo, no logró terminar de posicionarse en el esquema de poder y esto dejó a algunas líneas internas reclamando, sin ser oídos hasta hoy, que el partido haga una necesaria reevaluación de su papel y su oferta política para recuperar influencia y relevancia en el escenario político.
El acuerdo con el PRO, para algunos históricos, se trató de una clara claudicación principista por parte de los radicales, quienes terminaron consintiendo pretensiones contrarias a su carta orgánica y a su tradición política. Esto le aseguró ser subordinado, vapuleado y ninguneado dentro de la estructura de Cambiemos.
El domingo, ante todo, se siguió expresando un voto de indignación. Sin embargo, Massa parece aprovechar el envión garantizado por los resultados. Con esto apuesta a la faceta adolescente del electorado porque espera que, pese a su deseo de «honestidad política» y su indignación ante la corrupción, tengan miedo del dolor que el cambio le va a producir. Sin embargo la campaña del miedo parece destinada nuevamente al fracaso porque el cambio es lo que hoy la sociedad argentina desea.
Los argentinos no quieren sufrir sino que quieren vivir sin la presión que genera la corrupción y las trenzas del gobierno que son hoy lo que realmente resulta temible y produce dolor.
Esto tampoco impide que muchos votantes quieran priorizar los candidatos y los partidos que prometan una mayor integridad y ética en la política por sobre otros valores. Aquel que defienda los 23,84% de votos que han logrado.
Es indudable que la mayoría de los argentinos votó un cambio. El 53,82% (el 29,98% de Milei y el 23,84% de Bullrich) no quiere más corrupción, no quiere más Insaurraldes ni Chocolates, ni rosaditas, ni los sauces, ni ningún otro negocio espurio. Esta indignación salta por sobre las simpatías y antipatías de los espacios políticos a los que pertenezcan los implicados y llega a salpicar a los que se quedan de brazos cruzados ante esto.
Mucha gente entiende esta como una batalla final en contra de la matriz de corrupción acrecentada por el kirchnerismo hasta niveles obscenos.
La indignación trasciende las fronteras del peronismo porque la gente se cansó de los aparatos y de que los dirigentes crean que son dueños de sus votos y les puedan decir qué hacer y cuándo hacerlo sin escuchar sus reclamos.
En este momento en que hay que elegir entre las opciones del menú, el no elegir es elegir a la opción que ahora va ganando. Un voto en blanco, nulo o impugnado es, en realidad, un voto por Massa. Es un voto que, al estilo ladino de Sergio, representa en verdad un cobarde y solapado apoyo a la matriz política del kirchnerismo. Esto es algo que la gente ya lo sabe, pero los dirigentes, que creen que todavía pueden negociar sus cargos y prebendas, todavía no. Sus votantes les contestan «primero ganen y después festejen» y para eso les exige que formen una coalición seria y responsable.
La gente que votó un cambio se sienta triste y abandonada por los que le pidieron el voto y siente que hoy se debaten entre venderse por una promesa de un cargo a Massa o no hacerse cargo de nada llamando a la «libertad de consciencia».
Esto sería otra desilusión para la gente que sentiría que nadie los defiende. Se preguntarán entonces para qué voté a estos cobardes.
Por eso una buena estrategia para los dirigentes es pensar en construir de forma valiente (aunque pueda implicar inmolarse) antes que rendirse y ceder a la corrupción del kirchnerismo extorsionados por la campaña del miedo.
No hay que olvidar la historia cuando el peronismo llamó a la transversalidad por intermedio de Néstor Kirchner, fueron cantos de sirena que terminaron en el intento de cooptación de algunos dirigentes y la destrucción de otros. Eso sí, siempre embanderados con el verso de la conciliación y el consenso. Esa transversalidad con Néstor Kirchner puso en apuros a Chacho Álvarez, Hermes Binner, Luis Juez, Aníbal Ibarra, Edgardo Depetri, Graciela Ocaña, Ariel Basteiro y hasta al mismo Alberto Fernández entre otros, allá por el año 2008. Es imposible olvidar a Leopoldo Moreau y Julio Cobos que formaron parte de los “radicales k”. Algunos como Cobos, tras reaccionar ante la locura de la 125 en 2008, fueron condenados al ostracismo y debieron volver a formar parte de la UCR con la cabeza gacha y pidiendo perdón.
La inflexibilidad del radicalismo lo llevó muchas veces a su autodestrucción, porque esa inflexibilidad en realidad no es tanto algo que muestre una línea de conducta o un ideal irrenunciable, sino, sobre todo, una desconexión total con los reclamos que el electorado le hace. La gente pide acción valiente porque quieren recuperar la ética y terminar con la corrupción y rescatar la república. Cada vez que la UCR se rompe, rompe con la gente y pierden también los políticos. A veces preservar los ideales fijos, hace que los partidos se conserven pero que ya no convocan y se conviertan en poco más que un sello porque pierden el respaldo de sus adeptos y el respeto de la ciudadanía. Permanecer puro y bello es una concepción cobarde que se desentiende de los problemas que padece la ciudadanía como hoy en día sucede con la inflación, el narcotráfico, la inseguridad, la violencia. Para paliar los robos en las calles y en el gobierno sólo hay discursos que buscan ocultar los hechos y preservar a las caras visibles, como sucedió con Kicillof y los Kirchner, Insaurraldes…
Ante esto debemos tener la valentía de desentrañar el verdadero misterio que detiene a la Argentina donde está. Este misterio no es por qué el peronismo se mantiene en el poder, sino cómo es que, tal como decía Naipaul, en la Argentina tiene todo el aparato de una sociedad culta pero no logra tener una idea de sí mismo y por eso logra disimular el saqueo con retórica.