Las mayorías en Argentina han traído tanta conflictividad que es común que nos preguntemos si el modelo democrático debe ser actualizado, las personas que representan las mayorías son de otro tiempo o carecen de valores elementales para gobernarnos.
Los debates forman parte del desarrollo inexorable de la política, al menos en la política de Argentina, donde el modelo adoptado por Constitución es la democracia. Este modelo requiere que primero se reconozcan los temas y a partir de ello se ofrezcan las posibles alternativas de análisis que ofrecerán una solución si es que existe un problema, o una propuesta para mejorar algo.
Este proceso promueve el enfrentamiento de ideas permanentemente y es aquí donde convive el conflicto. Las ideas son sustentadas por la emoción; las mayorías que las promueven confunden cantidad de personas pensando parecido con la verdad por ser muchos los que piensan igual; y esto, junto a la incapacidad de aceptar que el presente requiere discutir sus modelos de gestión y obtener resultados para el bien común promueven un estado de disputa recurrente.
Basta revisar la última semana parlamentaria para comprender lo mencionado anteriormente. Por un lado, presenciamos cómo se buscaba sancionar una ley en el Senado de la Nación que, independientemente de lo polémico de su texto, no podía transcurrir el debate con normalidad por tres factores principales: el fanatismo en las calles buscando desestabilizar y asumiendo que eran el centro de la discusión o quienes se verían afectados únicamente porque se sancione la ley; el otro factor es la oportunidad que encontraron algunos senadores para extorsionar con contrapartidas presupuestarias al Ejecutivo a cambio de acompañar la moción, y por último lo que terminó siendo un resumen de la negación, senadores que en lugar de ofrecer un proyecto de ley alternativo, salvo Lousteau, dedicaron las horas de debate para explicar por qué la ley no debía sancionarse. Aquí se aprecia el temor que alguna vez manifestó Platón, sosteniendo que la democracia se vuelve peligrosa cuando cae en manos de inestables emocionales e ignorantes que en uso de su mayoría partidaria se vuelve una oposición destructiva.
Por otro lado, en paralelo, en la Cámara de Diputados de la provincia de Misiones, sitio donde se invierten las mayorías y el oficialismo definido por el Frente Renovador cuenta con un poder brutal en el cuerpo deliberativo, nos encontramos con un parlamento que se niega a discutir actualizaciones, que hacen a la gestión o al menos a la consolidación de los gobiernos locales y el provincial, negando la existencia de un mecanismo perverso de elección de candidaturas, como lo es el modelo de de lemas. Las propuestas por la oposición definida por Juntos por el Cambio y un sector del PAyS son desestimadas al punto que no admiten ser contempladas ni en el debate de comisión, ni en el recinto.
Aquí la discusión, además de permitir un debate de muchas aristas, describe un modelo de gestión en el cual el gobierno asistido por la confusión que ofrece un sistema electoral que engaña al votante, logrando que generalmente el que los gobierne sea ese a quien no haya votado. Con el pasar de los años podemos observar que el único objetivo es buscar la forma de sostenerse en el poder, y con ello la posibilidad de que la cosa pública deje de serlo y pase a ser algo privado y florezcan los negocios de funcionarios del ejecutivo, dejando de lado la verdadera función del Estado que es garantizar servicios y asistencia a toda la sociedad; prueba de ello es la sanción del presupuesto provincial para el año en curso, en la cual se decidió desfinanciar al Ministerio de Desarrollo Social de la provincia entregando esos recursos a la oficina del vicegobernador.
Por lo tanto, la necesidad de una actualización es tan necesaria como urgente, ya que no se trata de modificar el sistema electoral para cambiar de partido de gobierno, sino de poder disminuir la corrupción en el Estado evitando así que ingresen a administrar la cosa pública ciudadanos de escasa calidad moral, con desconocimiento técnico de la función o con excesivo afecto a lo ajeno, situación que se vuelve incontrolable en la inmensidad de un Estado que lejos de reducir su estructura de gestión, planea ampliarla según se vayan sumando más partidos a su gestión.
El debate de ideas no debe acabar en la respuesta sustentada en quien fue el primero que utilizó el sistema, ni si las personas que lo pondrán en marcha perderán o ganarán algún privilegio, puesto que ese es el principal flagelo que atraviesa la sociedad al menos en la provincia: un bajo nivel de debates de ideas, una ignorancia en funcionarios y un desierto en la clase política que busca el protagonismo sustentado en la popularidad y fama en lugar de ideas que sean verdaderamente novedosas y no un vacío eslogan de difícil comprensión.
Debemos suponer que quienes tienen el poder lo usarán en beneficio del pueblo, y si esto no ocurre, debe ser porque el pueblo no lo deja gobernar o simplemente es cómplice e inmoral como sus gobernantes.
Entonces:
¿Qué hacer con las mayorías que protegen privilegios y no al pueblo?