Alguna vez, el político más influyente de la historia de los Estados Unidos y ex Secretario de Estado durante los gobiernos de Nixon y Kennedy, Henry Kissinger, manifestó: “En los gobiernos, los servicios de inteligencia suelen ser los ojos y oídos que nadie ve, pero sin ellos, el Estado sería ciego y sordo.” Y, hoy, nuestro país parece estar al borde de esa ceguera inducida.
Los últimos acontecimientos, que incluyen amenazas de bomba casi diarias que obligan constantemente a la reprogramación de vuelos, la detención de Tawfiq Muhammad Sa`id Al Law, un joven colombiano investigado por la justicia norteamericana por financiar a células terroristas como Hezbollah en la provincia de Córdoba, y el reciente atentado con explosivos contra el presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, revelan que el peligro está cada vez más cerca de casa. Estos no son incidentes aislados; son síntomas de la enfermedad que un Estado sin inteligencia no puede diagnosticar, mucho menos curar.
En medio de este contexto de creciente inestabilidad, vuelven a rondar los pasillos del Senado las intenciones de voltear el DNU de financiamiento a la Secretaría de Inteligencia (SIDE), como si el peligro fuera un espejismo o una exageración gubernamental. Mientras algunos argumentan que “menos recursos” es sinónimo de “menos espionaje” a opositores o militantes, lo que realmente está en juego es la capacidad de anticiparnos a amenazas externas e internas.
Ahora bien, es importante reconocer que el propio gobierno ha cometido errores serios en la administración de estos fondos. La reciente asignación discrecional de 100 millones de pesos al aparato de inteligencia en un contexto donde el 50% de la población vive en la pobreza no solo es una señal de falta de sensibilidad, sino que ha abierto las puertas a críticas legítimas. Es entendible que, en una situación de crisis económica extrema, con millones de argentinos sin poder satisfacer sus necesidades básicas, las prioridades deberían ser claras.
Destinar sumas millonarias a los servicios de inteligencia sin rendir cuentas claras genera sospechas, no solo en la oposición, sino también en la ciudadanía, que ve cómo se recortan fondos para áreas clave como la educación y la salud. Un aparato de inteligencia fuerte es necesario, sí, pero debe funcionar en un marco de transparencia y con un uso eficiente de los recursos. No se trata de asignar fondos ciegamente, sino de garantizar que esos recursos se destinen a combatir amenazas reales y no a engrosar bolsillos o mantener estructuras obsoletas.
Un país que carece de un aparato de inteligencia eficiente es un país condenado a la improvisación, a reaccionar tarde y mal. En un mundo donde las redes de terrorismo operan con cada vez más sofisticación, no podemos permitirnos desmantelar las herramientas que garantizan nuestra seguridad. Hezbollah, ISIS, narcoterrorismo, ciberdelincuencia; la lista de amenazas es larga y no tiene fronteras. No podemos esperar que un Estado ciego y sordo nos proteja cuando el peligro toca la puerta.
Pero esta no es la primera vez que Argentina enfrenta el dilema de subestimar las amenazas externas. Nuestra historia reciente está marcada por tragedias que aún duelen, como los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, que dejaron cicatrices imborrables. En aquellos años, mientras las amenazas crecían, los servicios de inteligencia eran utilizados con fines políticos y electorales, dejando de lado su misión fundamental: proteger al Estado y a sus ciudadanos. La subestimación de las amenazas externas y el desvío de recursos hacia la manipulación política nos costaron vidas y nos marcaron como sociedad.
Hoy, el desafío es no repetir esos errores. No podemos permitir que los servicios de inteligencia vuelvan a ser utilizados como herramienta electoral o de persecución interna. Tampoco podemos cerrar los ojos ante el hecho de que, en un mundo cada vez más globalizado y peligroso, las amenazas externas son reales y palpables. La seguridad nacional no puede ser un tema secundario ni depender de juegos políticos. Hemos pagado un precio demasiado alto en el pasado como para volver a ignorar la realidad que nos rodea.
Si seguimos achicando el presupuesto de la inteligencia, como proponen algunos sectores de la oposición, ¿Quién será responsable cuando el próximo atentado no sea solo una amenaza? Tal vez cuando ya sea demasiado tarde, los que hoy votan en contra del financiamiento tengan que explicar por qué decidieron que el país podía caminar a ciegas.
Bryan Villalba…