Un portal al mundo polar se abrió en el 70% de la superficie de la provincia de Santa Cruz. La severidad e inclemencia del frío extremo se vive dramáticamente en su región sur, con marcas que llegaron a 30 grados bajo cero en puestos de estancia que, en algunos casos, están hace un mes aislados. “Estamos en un escenario de guerra”, dice determinante el coronel de infantería Oscar Fierro, subcomandante de la guarnición del Ejército en Rio Gallegos. En Tape Aike, un solitario gaucho se niega a abandonar a sus perros en esas circunstancias extremas.
La nieve y el hielo son los enemigos a vencer, aunque el despliegue de fuerzas es desigual: los caminos no se ven, ríos, arroyos y cursos de agua están congelados y sepultados por más de un metro de nieve, un amenazante e hipnótico resplandor azul se refleja en las grietas que se ven en la nieve. “Parecen pequeños glaciares”, dice Fierro. Sólo pueden abrir camino tanques blindados M 113, a los que se les han desmantelados sus metrallas de 12.7 mm para hacer lugar y llevar lo que por estas horas es lo más preciado: forraje y alimentos. “Las liebres se congelan”, señala el experimentado militar. Los roedores no llegan a aferrarse a la vida en su desesperada búsqueda de escarbar sus madrigueras.
Desesperados y algunos haciendo la última carrera antes de morir, guanacos, zorrinos, caballos y liebres olfatean el pasto que llevan los blindados, en formaciones pares para poder socorrerse en el caso que caigan en alguna grieta o sufran un desperfecto. Los animales acompañan la formación. “Nuestro primer objetivo es asegurar la vida de los civiles, esta mata blanca nos desafía, pero estamos capacitados para enfrentarla”, dice Fierro. El enemigo está en todas partes, es invisible y penetra los huesos. El frío es un arma natural imbatible.
Los blindados salen del Regimiento de Infantería Mecanizado 35 Coronel Manuel Dorrego y del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 11 Coronel Juan Pascual Pringles, ubicados en la localidad de Rospentek, en la guarnición militar más austral del país, en el kilómetros 370 de la ruta 40. “Al sur del sur”, como acostumbran decir. Una dotación de 600 soldados integra la unidad, que está 20 kilómetros de Río Turbo y a 15 de 28 de Noviembre. Está a sólo 23 kilómetros de Puerto Natales, la localidad chilena sobe el océano Pacífico. Es una posición militar estratégica.
La prioridad es una sola: asegurar la integridad de los puesteros que están en un área de 500 kilómetros cuadrados, en donde sólo viven apenas 50 personas en puestos precarios de chapa y madera en donde el agua se ha congelado y los motores de los tractores dejan de funcionar. “Ningún motor soporta tan baja temperatura”, dice el Teniente Coronel Marcelo García Serrano, jefe de la guarnición militar Rospentek.
En los puestos, el gasoil se congela y en algunos casos los generadores deben estar funcionando las 24 horas, hasta que el combustible alcance. Viejos conocedores de estas inclementes fauces del frío, al gasoil lo mezclan con un poco de nafta. “Permite que el combustible tarde en congelarse”, dice Serrano.
Cada puesto tiene paneles solares con los que alimentan los routers para tener conexión a internet, es la única comunicación con el mundo. Pero sólo funcionan en las pocas ventanas en donde el sol débilmente puede ejercer su imperio y los entibia apenas con rayos debilitados. Para estar cerca de la zona crítica, el ejército movilizó seis blindados de combate y levantó un puesto de comando en la estancia Tapi Aike, una carpa de campaña sirve de centro de operaciones, en el cruce de las rutas 40 y 7.
El 24 de junio se inició el Operativo Patagonia Profunda, con dos destinos operacionales: Puma Blanco en Tapi Aike (zona sur) y Zorro Blanco (zona norte) en la localidad Comandante Luis Piedrabuena.
El Ejército utiliza vehículos de combate para llevar fardos de pasto desde una base hecha en la estancia Tapi Aike.
En una semana asistieron a siete estancias, abriendo caminos con los blindados para llevar forraje, leña, agua, combustible y alimentos. “Somos los únicos que podemos llegar a donde nadie llega”, asegura Serrano. Los propios propietarios de las estancias acompañan a los conductores de los mecanizados para guiarlos por donde pueden intuir que existe un camino. En algunos tramos deben penetran un muro gélido de un metro y medio de nieve. Durante la noche, los soldados encienden cada dos horas el motor de los blindados para que no se descarguen las baterías, ni se congele el combustible.
También en una semana se han usado 17.000 litros de gas oil, 4000 de Infinita diesel, 250 litros de aceite, 140 litros de líquido anticongelante, 50 kilos de grasa y raciones de locro y arroz con carne para los 70 soldados que están afectados en Puma Blanco. La temperatura media es de 10 grados bajo cero y baja considerablemente a la noche. El sol sale a las 10 y ya a las 16.30 oscurece. La ventana con luz natural para llevar a cabo las operaciones es corta.
En la carpa, los estancieros se acercan para informar un cuadro desesperante. Son de La Lucila y El Cazador. Hace un mes que Leandro Leupichun, un gaucho del puesto La Verdadera Argentina está aislado con sus doce perros. El propietario de la estancia, Enrique Ibañez, hace cinco días se pudo comunicar con el. “No quiere irse porque no quiere abandonar a sus perros”, cuenta. A los pies de la cordillera y en la frontera con Chile, los animales son la única compañía de estos hombres solitarios. No hay manera de llegar a La Verdadera Argentina por tierra. Se decide hacerlo por aire, desde Río Gallegos vendrá un helicóptero.
Hasta entonces, dos blindados salen para La Lucila, allí llevan forraje. “Las ovejas están enterradas en la nieve”, dice Sebastián Jamieson, de Tapi Aike. No hay maneras de arriarlas. Si en 15 días la situación no mejora, los animales morirán. “Somos criadores y cuando se nos mueren, es como si algo nuestro también se muere”, dice Ibañez. Hace una semana que no saben si los animales están vivos o muertos y aún se espera lo peor del invierno”, confiesa Christian Viel, de Tapi Aike. Los 8 kilómetros hasta La Lucila se hacen en 40 minutos. Cuando llegan los blindados con el forraje los animales se acercan a comer.
Muchas liebres están congeladas, los gatos, en un acto de supervivencia, se alimentan de estos cadáveres. Una lechuza en una rama cargada de nieve espera pacientemente que llegue su turno para alimentarse. “No estamos preparados para esto”, confiesa Javier Vera, ganadero de La Lucila. Desde 1907 no existe un registro de tantos días de extremo frío, seguido de nevadas intensas y constantes. Se congela la nieve, vuelve a nevar y la nieve se vuelve a congelar en una secuencia infinita.
Cada establecimiento se prepara para el invierno. Desde febrero hacen stockeo de víveres y forraje, aunque lo que más preocupa es el aislamiento. “Tu peor enemigo suele ser tu cabeza”, dice Vera. Las cañerías suelen reventar con el frio extremo y deben tomar precauciones, como mantenerlas calientes con sopletes o algún otro elemento calórico. Las ideas creativas se ponen en juego en estos momentos de extrema vulnerabilidad.
La Estancia El Cazador está a 35 kilómetros de Tapi Aike. “Es muy angustiante”, dice Ibañez haciendo referencia al puestero que hace un mes no puede salir de su hogar. Desde el 5 de junio se iniciaron las nevadas y jamás cedieron. “Lo más probable es que nuestras ovejas se mueran”, reconoce. La desesperación radica en la incapacidad de los estancieros de poder moverse dentro de sus campos. En la carpa del Ejército informa que tuvieron dos días con 25 grados bajo cero y en La Verdadera Argentina, bajó a -30. “¿Cuánto tiempo más vamos a poder estar así?”, se pregunta Ibañez.
“Todos los días recibimos requerimientos de asistencia de estancias que están más alejadas”, dice Fierro. Más al norte, hacia El Calafate, la realidad también es crítica. La humanidad cruje bajo el gobierno del frío polar. El campamento del Ejército es un punto de encuentro donde llegan estancieros para pedir ayuda. “Tenemos a tres puesteros que están aislados y los animales necesitan forraje”, cuenta Dafne Rudd de la Estancia La Esperanza. Los oficiales toman nota para próximas misiones.
El helicóptero que llevará asistencia al puesto La Verdadera Argentina cruza todo el sur de Santa Cruz, desde Río Gallegos a Rospentek. En su interior viaja el gobernador Claudio Vidal. Aterriza y lo ponen en conocimiento de la situación. El mandatario asegura que 1500 productores en toda la provincia tienen puesteros con necesidades. “No podemos perder más cabezas de ganado”, dice. Hace 10 años había 10 millones y en la actualidad, 1.8 millones. “Sabemos que podemos perder entre 30 y 35%”, asegura.
“Tenemos más nieve que nunca”, asegura. Viajó hasta Buenos Aires para solicitar asistencia del estado nacional. Reconoce que el jefe de Gabinete Guillermo Francos y la ministra de Capital Humano, Sandra Petovello prometieron asistencia, entre ella, ropa de abrigo y alimento. Para agosto se prevé una visita de miembros del Gabinete Nacional. “Entendieron muy bien la situación que estamos padeciendo”, cuenta Vidal. Las ventanas del clima para volar no son prolongadas. El piloto del Bell UH -1 (conocidos por haber participado en la guerra de Vietnam) que volará hasta el puesto La Verdadera Argentina anuncia que hay “techo” para viajar. El viaje desde Rospentek hasta el puesto dura 30 minutos. Desde el aire Santa Cruz es una monótona y dramática superficie apenas ondulada de color blanco inorgánico. De a ratos se ven guanacos saltando entre la nieve, siguiendo la línea que se presiente de los alambrados. Las montañas están tapadas con el gran telón de nieve y hielo. Un rancho se ve a lo lejos. Es el puesto del solitario Leupichun.
El piloto avisa que no podrá aterrizar porque el volumen de nieve es muy grande y un curso de agua cruza cerca del puesto, la nave queda suspendida a unos centímetros de la nieve. Las palas del rotor ocasionan una súbita y violenta cortina de polvo de nieve. La visibilidad se reduce a centímetros. Los soldados bajan con bolsas y cajas. Al encuentro sale un despreocupado Leandro Leupichun, morador de un mundo de silencios en la Patagonia indómita. Lleva puestas rodilleras de chivo, aislante natural del frío. Le dan medio capón y verduras. Se niega irse, los perros no pueden subir al helicóptero, sin ellos no va a dejar su hogar. Su lugar en el mundo está en esta casa de madera y chapa (congelada) a los pies del cerro Tridente. “Acabamos de ver a un hombre haciendo patria”, dice a los gritos el Coronel Fierro. Como un insecto de metal, el viejo Bell alza vuelo y se pierde en el profundo azul del cielo.
(Fuente: La Nación)