La política argentina hace ya algún tiempo de la mano del Kirchnerismo, instauró de cierta manera en la agenda públicala discusión de los denominados “discursos de odio”, término encargado directamente de apuntar a aquellos sectores que piensan distinto a la doctrina de Néstor y Cristina, ya sea porque no coinciden ideológicamente o porque luego de tantos años han vislumbrado un camino distinto luego de la corrupción destapada durante estas gestiones.
Uno podría pensar que en un territorio que se encuentra a 1000 kms del país central, fundado sobre la base de los valores conservadores y cristianos de nuestros abuelos que llegaron a labrar la tierra y a impulsar el desarrollo sobre la cultura del esfuerzo, esta actitud intolerante de perseguir al que piensa distinto no calaría, pero la realidad lastimosamente es muy distinta.
En nuestra provincia el Gobierno de la renovación se ha apropiado del término “Misionero”, refiriéndose casi pura y exclusivamente a su electorado, compuesto en su gran mayoría por el núcleo duro de la administración pública provincial que en más de 20 años de gobierno se ha alimentado y crecido al calor del poder de turno.
Por contrario sensu, todo lo que se encuentre fuera de este grupo no es Misionero, no es un provinciano, no es un ciudadano de estas latitudes y mucho menos se merece algún reconocimiento, sino todo lo contrario, debe ser perseguido, atacado y condenado públicamente por el aparato estatal de comunicación.
La actual situación de reclamos multisectoriales ha colocado al gobierno provincial en un estado de incomodidad en el cual hasta los propios “Misioneros” se les han puesto en contra, reclamando años de atraso en actualizaciones salariales y paritarias que históricamente se han colocado por debajo de la inflación, por lo que este discurso de odio se ha agudizado aún más.
Clara muestra de esto ha sido la convocatoria del 30M, en donde en un claro ejemplo de que las prioridades de la gestión pasan por otro lado. Los intendentes y ministros fueron obligados a asistir en primera fila, los empleados de los distintos sectores de la administración pública compulsivamente debieron presentarse a la marcha y el resto de la “militancia” llegó en colectivos desde distintos puntos de la provincia arrastrados contra la promesa de choripanes y bolsas de mercadería, fiel reflejo del modelo de clientelismo empobrecedor de la renovación.
Por lo que lejos de tratar de desviar la mirada de la evidente muestra de que los fondos para realizar las recomposiciones salariales existen, redoblaron los esfuerzos en el discurso, inventando por ejemplo que ha dicha marcha asistieron casi 50000 personas, número imposible de alcanzar en un lugar tan reducido como es frente a la legislatura. Por si fuera poco, han empezado además una cacería de brujas a través de las altas cúpulas de la dirigencia para crear culpables de los reclamos salariales, encontrándose enemigos entre diputados, dirigentes y hasta los propios representantes gremiales.
Con denuncias penales contra quienes se manifestaron en la legislatura, acusaciones en redes sociales por dirigentes de lo más rancio del sector renovador chicaneando a diputados y otros funcionarios y denunciando a los docentes que se vuelcan a las rutas en forma de protesta, han encarnado un ataque mediático pocas veces visto, enemistándose hasta con los propios, realizando un ataque político a aquellos que le “complican la vida a los misioneros” que quieren transitar tranquilamente por calles y rutas de la provincia.
Claramente no les interesa la opinión pública. El aceitado aparato de apriete con contratos laborales, mercadería y lo más oscuro de la mafia siciliana aplicado a la administración pública provincial entraron al campo de juego, donde no les interesa más que permanecer en el poder, que durante más de 20 años les han garantizado una impunidad total son la clara muestra de que la voluntad popular debe replicarse no solamente en las calles, sino que las urnas deberán ser reflejo de esta batalla. Misioneros somos todos, no dejemos que unos pocos nos arrebaten hasta nuestra identidad.