Las decisiones del gobierno nacional suelen venir cargadas de una presunción de duda constante: por su aplicación, por su repercusión y, en ocasiones, incluso por su legalidad. Pero lo que verdaderamente llama la atención son aquellas medidas que, lejos de concentrarse en resolver los problemas del país, adquieren mayor repercusión por sus intrigas puertas adentro.
Desde el inicio, no faltaron quienes auguraban que la administración de Javier Milei sería un desastre administrativo debido a la falta de experiencia política del mandatario y su entorno. Sin embargo, un rápido vistazo a los nombres que integran su gabinete desmiente esa narrativa. Allí conviven veteranos de la política como Francos y Bullrich, leales al menemismo, junto a figuras emblemáticas del PRO como Petri y Caputo. Todos, sin excepción, con un extenso prontuario en la gestión pública.
Paradójicamente, Milei, quien había construido su discurso atacando a la “casta”, no dudó en rodearse de muchos de sus miembros para asegurarse cierta estabilidad en su primer año de gestión. Sin embargo, esa “estabilidad” no ha sido más que un espejismo: en un año de gobierno, 44 funcionarios han sido eyectados de sus cargos, lo que equivale a una baja cada ocho días.
El caso más resonante es, sin duda, el de Diana Mondino, la ex canciller y hasta entonces fiel aliada de Milei. Su caída expuso la fragilidad de las relaciones dentro del oficialismo. Una simple orden falsa, atribuida a las internas palaciegas, bastó para que pidieran su cabeza sin contemplaciones.
Hoy, el foco de la tormenta interna pasa por la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien parecía la compañera de fórmula ideal, pero que en la práctica ha resultado ser un dolor de cabeza para el libertarismo gobernante. Villarruel, acusada de operar como una suerte de “topo” de la casta en el Senado, quedó en el centro de las críticas tras el cuestionable aumento de las dietas legislativas, lo que desató el enojo presidencial apenas arrancaba este año.
El conflicto más reciente tuvo lugar en una sesión clave donde se buscaba expulsar al senador Kueider. Entre mensajes de WhatsApp sospechosos, firmas demoradas y teorías de sabotaje, la vicepresidenta presidió una sesión que podría terminar siendo judicializada por posibles irregularidades.
La figura de Villarruel es, en efecto, un caso singular: una “enemiga” interna que el presidente no puede despedir. Su rol es clave para defender la agenda nacional en el Senado, pero sus aspiraciones políticas la colocan en una posición incómoda para Milei. ¿Es esta división interna una jugada estratégica del presidente? ¿O se trata simplemente de un reflejo de su incapacidad para construir alianzas genuinas, incluso con los suyos?
El círculo interno de Milei es un entorno impredecible, donde constantemente se reacomodan las fichas mientras la vicepresidenta permanece al margen de las grandes decisiones. Para Villarruel, su mejor estrategia política podría ser mantenerse cerca de Milei, aunque el costo sea operar como un satélite en un gobierno que no parece tener espacio para otros liderazgos.
Una cosa es clara: en el gobierno libertario, la “rosca” no solo no murió, sino que se trasladó al corazón mismo del poder, dejando como resultado un oficialismo más ocupado en devorar a sus propios miembros que en gobernar un país que reclama respuestas.
Bryan Villalba…