A casi tres meses de finalizar el año, algunas discusiones se han fortalecido y desde luego que la vida política es la que traza los límites del campo de juego, las reglas no son claras.
Los jugadores creen estar en una partida de póker en la que las fichas en juego no son sus ingresos sino los sueños, la educación, el trabajo y la salud de más de 45 millones de argentinos. Es por eso que es necesario volver a los tiempos en que los jóvenes gritaban verdades y también querían ser parte del juego, no como hoy que solo gritan pero no los dejan ser de la partida.
Vivimos tiempos que no nos regalan nada, cada esfuerzo es el resultado de escapar de la crueldad de las malas decisiones políticas; nos hemos vuelto expertos en estadísticas que indican números en ascenso, lamentablemente este crecimiento se relaciona con la pobreza, la falta de trabajo y en muchas ocasiones, vidas que se pierden por alguien que cree que cuenta con un centímetro más de derecho que otra persona para arrebatar su vida en un robo.
Son las paredes de un pasillo que indican que se avecinan tiempos de cambio, una transformación que quiere que las personas que trabajan lo hagan con un fin de libertad y no para huir de la indigencia. Han aparecido líderes que basados en el marketing escurren los sueños de cientos de jóvenes con amenazas a una sociedad que quiere vivir en paz, quiere dejar la violencia de lado y construir su presente mientras proyecta el futuro de los que vendrán.
La inmediatez de la hiperconectividad nos vuelve demandantes y un puñado de muchachos descubre el sueño de cambiar en el facilismo de la violencia verbal que a veces se transforma en física.
La educación pública permitió durante años que la sociedad sea interpelada periódicamente, los planes de estudio movilizaban centros de estudiantes para encontrar el equilibrio que permita algo semejante a la mayor calidad educativa, a veces el plan no salía como se esperaba, pero una discusión nuevamente por parte de los jóvenes en los ámbitos académicos permitía conocer y definir los errores para construir una nueva alternativa. Esta realidad admite que los roles de la sociedad estén definidos, la base de la educación exigía que los debates democráticos fueran posibles.
Aunque existan detractores del pasado, hacia un lado y hacia el otro del mostrador, siempre que los jóvenes se movilizaban los cambios se producían, como ocurrió en el reclamo del 68 en Francia en la cual los jóvenes motorizaron una huelga por la falta de trabajo y los autoritarismos; en Arkansas nueve estudiantes negros de Little Rock, decidieron enfrentarse a la segregación racial y asistieron a las universidades sentando un precedente para los afro descendientes que por fin comenzaban a ser incluidos en la sociedad; o como ocurrió el 16 de septiembre de 1976 cuando un grupo de jóvenes argentinos decidió exponer sus necesidades ante la sociedad, lo que comenzó con un reclamo por el costo del boleto educativo terminó en lo que tristemente fuera conocido como “La noche de los Lápices”.
Esta triste historia de la argentina no habla de partidos políticos, sino de la auténtica voz del pueblo, de los jóvenes que veían que su futuro estaba siendo diezmado y su presente comenzaba a oscurecerse en el horizonte. Fueron ellos quienes se enfrentaron a la comodidad, no lo hicieron con frases marketineras ni amparados en la ambición de una moneda extranjera y mucho menos en el desinterés de la persona que tenían a su costado; por el contrario, soñaron con cambiar el mundo, sentar las bases de una nueva patria que discuta las herramientas para formar a los jóvenes, que escriba en los pasillos de las facultades y en la pared de un baldío que una sociedad donde todos podamos ser parte es la única que es posible.
Este sueño que tuvo su origen hace 46 años sigue intacto y aunque a veces se distorsionen las bases, la realidad es que serán los jóvenes los que seguirán escribiendo la historia de la humanidad, las revoluciones siempre fueron difíciles, más aún cuando quienes deben luchar por sostener la antorcha de la lucha estudiantil se ven influenciados por la perversión de la billetera populista impuesta por el kirchnerismo o de los populismos de derecha que deambulan por el centro del país emulando a “El Duce”.
Finalmente, como Pablo Neruda nos enseñó, podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. Quizás algunos muchachos se vean seducidos por los populismos, aunque seguramente serán más los que luchen por sus sueños y los de cientos que han perdido la voz en manos de los populismos.