¡Bienvenido 2024! Tan rápido transcurrieron las celebraciones navideñas y de fin de año que no caímos en la cuenta que se reseteó el calendario y comenzamos a transitar un nuevo capítulo en la vida de los argentinos, envuelto por el manto de incertidumbre que genera un cambio de gobierno que amenaza con retirarnos los “derechos adquiridos”.
No estaríamos desacertados si pensáramos que las cosas que ocurrieron en el territorio nacional nos borraron cualquier rastro de positivismo; incluso la recreación de las victorias vinculadas a la selección nacional de fútbol se constituyó como el único logro para festejar en los últimos tiempos. Aunque del mismo modo que seleccionamos reiniciar en el dispositivo móvil y este comienza a funcionar con normalidad, este año que comienza podría pensarse con la misma lógica.
En ese reinicio, se podría mirar el futuro revisando cuestiones ligadas a cultura y ritmo. Esto, lejos de plantearse como un debate interoceánico, forma parte de una descripción nacional compuesta por actores que se fueron renovando a medias; y de nuevos modelos de gestionar y construir recursos privados, pero también públicos. Gestión que permitió licencias en aquellos que administraron la cosa pública y comenzaron a confundir lo que es de todos y comenzaron a ponerle títulos de propiedad generando un falso concepto de Estado abierto y de compartir riquezas que en realidad eran de todos.
Lo realmente extraordinario de nuestro país radica en la posibilidad de vivir con base en la interpretación de las leyes y sus respectivas conveniencias, o lo que es peor aún, como un pueblo que elige a sus representantes, acepta con tanta normalidad los cambios culturales y de ritmos que imponen el gobernante de turno.
En un mes de la asunción de un nuevo gobierno se descubren dos realidades que seguramente la mayoría las veíamos, pero por el cansancio o incluso con la intención de evitar discusiones en el plano familiar, laboral y de amistades nos limitábamos al debate superficial de las cosas. Estas dos realidades son las que se relacionan con la cultura y el ritmo.
La Real Academia Española sugiere que la cultura es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. También se refiere a “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”
Sobre este concepto encontramos un conflicto evidente entre los habitantes del país, es que ante el cambio de gobierno los de un lado y de otro -que no precisamente son partidarios de unos o de otros, sino que la línea ubicó a las personas de acuerdo con la realidad que les toca o han sabido construir. Esta realidad que menciono está vinculada con las costumbres que se convirtieron en cultura, y que han transformado la argentina de un país que buscaba progresar mediante el esfuerzo y la meritocracia, si en el medio el estado lo ayudaba, venía bien, de lo contrario comprendía que debía hacerse cargo de sus decisiones y discusiones.
Este cambio cultural que entronizó el kirchnerismo es la visión de un estado paternalista, que provee y asiste, al punto tal que quita la libertad de hacer y elegir su destino. Siendo así, la única manera de progresar es obteniendo al beneficio o negocio con el Estado, lo que te ubica en la clase alta de la sociedad. En cambio, si el Estado te asiste subsidiariamente, te posiciona en clase media, y si la asistencia no llega o es insuficiente sos de clase pobre. Este amañado concepto de igualdad es la cabal prueba de la perversión cultural a la que estamos asistiendo hace 20 años en el país, pero también en muchas provincias, y Misiones no es la excepción.
Prueba de esto último es el sinceramiento de precios, que lejos de justificarse incluso en muchos casos de considerarla criminal, nos propone que evaluemos si los 16 años de “prosperidad kirchnerista” fueron realmente así, ya que a medida que se van retirando los subsidios de las cosas básicas se hace más difícil poder pagarlas. Esto da cuenta que la prosperidad no existió en ningún momento y probablemente muchas personas fueron indigentes a los cuales les fueron pagando los servicios, haciéndoles creer que lo hacían por su propia cuenta.
Este cambio cultural, que comienza por reconocer cómo estamos, no se resuelve ni concluirá en paz si solamente transcurre por la clase política o por un sector de la política; por el contrario, debe ser una causa común que exija a la clase política que cuide a los más débiles en la lucha por seguir teniendo servicios básicos y que el gobierno exija a los proveedores a cumplir honestamente con sus obligaciones, ese es el cambio cultural de fondo que requiere el país.
La segunda realidad es el ritmo, es que luego de cuatro años de gobierno de Alberto y Cristina, donde las prioridades se centraron en la justicia y no pasaba nada en términos generales; es decir, la sociedad veía y percibía un profundo estancamiento, hoy estamos discutiendo un sacudón propuesto por un gobierno que en temas sensibles demuestra una notable improvisación donde las comunicaciones pretenden ser más bien “tiernas”.
La delgada línea de lo legal e ilegal desde el punto de vista constitucional propuesto por un DNU y una posterior Ley Ómnibus, que pretenden refundar el país en una sola estocada alerta, pero también propone un cambio de ritmo para la política, para los sectores empresariales de todos los rubros y preocupa a quienes comenzaron a comprender un cambio cultural y los riesgos de perder los beneficios para unos pocos y privilegios para muchos.
Si bien los cambios generan rechazos y temores, son necesarios; por un lado, porque promueven la permanente vocación de progreso y por otro, para recordar que no somos eternos, que cada vez que tenemos que administrar algo debemos hacerlo de manera responsable y honesta, principalmente con compromiso.