Una gira espiritual que buscó alianzas estratégicas se transformó en un motín fotográfico y nada más. Las increíbles andanzas de un presidente y una cantante quienes de pronto dejaron de reconocer que cuenta con el Poder Absoluto del Estado y de entretener, respectivamente.
El reality rompió la barrera de la televisión y se trasladó a los pasillos gubernamentales y desde hace un tiempo vemos con asombro como este fenómeno de entretenimiento se atribuyó lujos de gobierno, intromisión en la cosa pública que solo ha provocado que el circo que ya existía, ahora también tenga otros condimentos.
Si bien la política argentina ha hecho esfuerzos en los últimos años para manejar masas hacia un lado y hacia otro, esta costumbre generó parcialidades en las que los actores que encontraban en la militancia su forma de vida encuentren en el debate de ideas una forma de proyectar leyes o mecanismos que garanticen oportunidades; todo dentro del marco de la ley, por supuesto, aunque también existen aquellos “vivos” que no han hecho más que usarla para sus propios beneficios. Esto le cabe tanto a los de un lado, como a los del otro lado de la línea.
Las parcialidades permitieron por años que el pueblo se sienta contenido, que perciba que forma parte de algo y quizás con sus necesidades resueltas; sin embargo, en los meses que transitamos podemos sentir en el calor de las calles o en la mirada de un trabajador algo semejante a lo ocurrido en la revolución francesa, cuando la monarquía y la “nobleza” (ese conjunto de seres que gozan de privilegios atemporales y retrógrados en algunas partes del mundo todavía) tenían el control de todo, mientras que las personas que no reunían ningún título nobiliario veían cómo los beneficios se limitaban a los que contaban con algún poder provocando hambre, angustia, desigualdades y por supuesto ira que terminó siendo el detonante de la revolución.
Al trazar este paralelismo, las similitudes se pueden apreciar en varios aspectos, una fuerza política sostiene que garantizó el acceso a servicios y beneficios mediante la fuerte presencia del Estado, este relato que alguna vez fuera aplaudido por muchos se desvaneció como un castillo de arena en el momento que se comprendió que esta realidad era sustentada únicamente a través de subsidios, dejando ver que en realidad existen pocas fuentes de empleo privado y que las personas que requieren permanentemente del Estado no han recibido formación alguna de manera de lograr su propio sustento; no obstante ello, este modelo logró una enorme cantidad de adhesiones. Por el otro lado, nace una fuerza política que indica tener la solución o al menos conocer el o los problemas, diagnosticó esta dificultad y a fuerza de bravuconadas que rebotaron en una población indignada y con ira entregaron su confianza en pos de mejorar sus condiciones -las suyas y la del resto de los argentinos-. En ambos casos observamos cómo unos discuten sobre las ideas del otro y en cada enfrentamiento las bases que dieron origen a las garantías constitucionales de este país parecieran escurrirse entre los dedos.
Y… por fin llegamos a este día, ni alegres ni satisfechos. La revolución se hace esperar y la felicidad del pueblo con ella también. Las personas que en uso de la función pública y con el poder del Estado o de los beneficios que este le supo brindar han construido un relato sostenido con base en la mentira y la desacreditación constante; características que hoy son la carta de presentación de la clase política nacional argentina, y seguramente se replica en muchas provincias este escenario.
Sin importar la posición que tomemos o la opinión que tengamos sobre los dirigentes, las respuestas no llegan, la preocupación por el presente y el futuro inmediato motivan la incertidumbre en los barrios de la ciudad donde el transporte traslada a sus usuarios como ganados, la asistencia de los organismos públicos se limita a casos particulares y la máquina remarcadora de precios agota su rollo de papel semanalmente en los supermercados.
Lo que pasa en la calle es un problema de años de equivocaciones y manejo inescrupuloso de la cosa pública. Puede haber sido intencional o no, puede ser por un tiempo o para siempre; a pesar de ello, lo que no puede ocurrir es que la calle siga encontrándose con vecinos durmiendo en su vereda.
Las peleas entre actores y funcionarios, los debates supeditados a frivolidades, el valor del dólar, los sindicalistas que ocultos en los gobiernos de Cristina y Alberto hoy salen a manifestarse son la causa principal de que un pueblo que no se siente representado por nadie, y por ello sea capaz de aceptar cualquier tipo de acuerdo con tal de tener una esperanza.
La libertad personal no puede ser plenamente significativa si no va acompañada de un sentido de igualdad y solidaridad entre las personas. Es decir, para que la libertad sea verdaderamente significativa, debe existir un entorno en el que todas las personas tengan oportunidades justas y donde se fomente la solidaridad y el apoyo mutuo.
Mientras haya un niño que requiera aprender y un profesor que esté dispuesto a enseñar, tendremos esperanzas. Cuando esto pase a ser una opción y no un compromiso, podremos decir que hemos destruido el país.