A lo largo de la historia de la humanidad, nos encontramos con relatos de quienes osaron describir sucesos de vencedores, de batallas que relataban el proceso de la misma, de vencidos que se unificaron posteriormente en comunidades más pequeñas. Pienso por ejemplo en el Imperio Británico, quizás uno de los más grandes si no el más grande en cuanto a poder y territorio, el imperio Español o el Austro Húngaro, quizás si repasamos con el correr de los años como han ido evolucionando en pequeñas monarquías hasta transformarse en modelo de gobiernos democráticos.
Al hablar de gobiernos democráticos pensamos en la posibilidad de derechos, de la seguridad que se presentan para las personas y dejar de hablar de discriminación y persecución, entonces nuestro orgullo de ser humano nos indica que tenemos que sentirnos realizados por lo que logramos o estamos consiguiendo, sin embargo, esto a la luz de las realidades parece que nunca acaba.
Hablamos de la atomización del poder en post de la construcción de estados independientes, que con el afán de consolidar un modelo de autogestión y agrupados en bases culturales, económicas y geográficas se disponen proyectos denominados países, hasta aquí esta realidad parece “inclusiva”, sin embargo, como desde el comienzo de los tiempos hasta la actualidad se fueron desarrollando modelos de segregación. La atomización es tan grande que nos volvimos triviales y en el horizonte se empieza a observar el modelo cultural que desde la mirada de quien escribe estas líneas se torna abominables, la cultura a la que hago referencia es la “Cancelación”.
La “Cultura de la Cancelación” es un término que se utiliza para describir fenómenos sociales en que los individuos critican y boicotean a personas, marcas o instituciones que consideran han expresado opiniones o han cometido alguna ofensa para algún sector. Estas manifestaciones cancelarias son generalmente observables en redes sociales, pero también se las puede encontrar en la vía pública.
Sobre este último caso es sabido que la literatura en distintos momentos de la historia sufrió cancelaciones que han pasado de lo racionalmente justificado hasta lo ridículamente objetable- Me permito cuestionar la integridad de la queja cuando se pretenden censurar obras sin considerar los tiempos en las cuales fueron realizadas. Como ocurrió con la notable obra del autor estadounidense Mark Twain, “Las aventuras de Huckleberrry Finn” que sufriera una cancelación por hablar de uno de los personajes como “negro” siendo esta una connotación de su origen racial y no de un apelativo despreciativo, lo mismo le paso hace unas semanas a Shakespeare quien fue cancelado en Florida por el contenido sexual de Hamlet, sin considerar siquiera que de esta extraordinaria obra se toman los conceptos de liderazgo que han formado a cientos de naciones a lo largo de la historia.
Como si fuera poco cuando hablamos de cancelaciones también debemos hablar del séptimo arte y es aquí donde la última obra taquillera de Hollywood, “Barbie”, se lleva los aplausos, pero en algunos países la toman como una ofensa, tal como ocurrió en el Líbano, donde la consideran una película que promueve la homosexualidad.
Entonces la cultura de la cancelación ha ido tomando cuerpo entre las personas y forjado un modelo de persecución que puede asemejarse a las oscuras etapas del fascismo en que la libertad de expresarse era vista como un acto de revoltosos, e inmediatamente se procedía a su cancelación o eliminación. Hoy los medios de comunicación masiva cumplen un rol extraordinario en la explosión de información, pero también ponen en alerta a las minorías que cuál Gestapo -Policía Política- hurga los continentes de la comunicación diciendo que es correcto y que no, abriendo un portal entre lo verdaderamente útil para la sociedad y lo perverso, este último muchas veces administrado por los modelos hegemónicos de belleza riquezas o tendencias comerciales.
Numerosos sociólogos se ven reflejados en el concepto que aporta a la discusión Samuel Huntington sobre las civilizaciones, nos dice que los conflictos entre las civilizaciones son inevitables, esto se debe a la dotación de valores intrínsecos de cada una de ellas, los cuales son significativamente distintos. La relación entre las civilizaciones conviven violentamente y muchas veces se producen fuertes discusiones entre ellas, discusiones dicho suavemente.
Hace unos años las minorías han ocupado un lugar tan importante en la sociedad como si de ellos dependiera el día a día de la humanidad, y créame querido lector que no creo que haya minorías de primera ni de segunda, ni que tampoco existan mejores derechos que otros, pero si de algo estoy seguro es que desde la atomización de los imperios pasando por las diferentes consignaciones históricas hasta coincidir en las democracias actuales, las miserias humanas son tan iguales como hace cientos de años atrás con la única diferencia que en la actualidad son escondidas por las mayorías económicas mientras que en el pasado eran escondidas por la ignorancia de su existencia.