El desembarco de Normandía, popularmente conocido como «Día D”, hace referencia quizás a uno de los hechos militares y políticos más notables de la historia universal.
En este desembarco se gestó el inicio de la caída del nazismo en Europa occidental, y con ello lo que posteriormente sería la caída del régimen conducido por Adolf Hitler.
Esta campaña, que involucró a políticos, civiles, militares y por supuesto a toda una sociedad que no soportaba las enormes atrocidades que se desató en el viejo continente a manos del fascismo alemán, significó un cambio de época para el mundo y dio fin a la segunda guerra mundial. Comenzó a definirse un nuevo orden en el planeta y se trató de priorizar las ideas más que la violencia, el diálogo más que el atropello de las instituciones.
Algo similar a un cambio de época comenzó a germinar en Argentina, y es el próximo domingo cuando cada uno de los poco más de 35 millones de argentinos deberán concurrir a las urnas para construir la sociedad que esperan que los gobierne.
A juzgar por los sucesos de los últimos años, sin dudas que esta enorme responsabilidad nos requiere un enorme compromiso, visto desde la mirada del pueblo, es decir, los gobernados y desde la percepción de la dirigencia, es decir, los gobernantes.
En el intersticio hay que destacar la fluctuación que se observa en los últimos años, durante los cuales las personas han emitido su voto ligado más bien a las circunstancias que al futuro.
Hay que subrayar que la democracia permite que los argentinos podamos cada cuatro años elegir a consciencia a los gobernantes; sin embargo, podemos ver el desagrado de unos hacia otros, me refiero a la sociedad política y la sociedad no política. En ambos casos los intereses conforman un surco tan extenso que no existe un vaso comunicante.
Ahora bien, pensemos por un segundo que estamos en el cuarto oscuro y debemos elegir con base en nuestras creencias y no atados a nuestra realidad. Al separar lo importante de lo urgente encontramos que las ofertas electorales son tres, el resto anhela un lugar en algún sillón ministerial que pueda resolver urgencias circunstanciales.
Hecha la división, debemos hurgar entre la bronca y los sueños truncos. Al confeccionar la lista encontramos la inflación, la falta de empleo, la seguridad; el temor porque a los niños y jóvenes se les hace cada vez más difícil contar con días de clases; los cortes de calle, las innumerables promesas inconclusas…
Todo esto junto suma un explosivo cóctel de ira, que lo vemos a diario, en la televisión, en redes sociales, incluso en la calle, y a esto debemos sumar a la clase política que hace 20 años gobierna este país y ya casi nos acostumbramos a perder la sonrisa, que como si fuera poco se ofrece como una solución. El kirchnerismo representado en Sergio Massa no hace más que repetir un cine continuado de pobreza, narcotráfico y desigualdad.
Sin embargo, pareciera que puede haber solución, tal como ocurriera en el desembarco de Normandía: con igual violencia, pero sin ninguna estrategia, aparecen aquellos que se muestran como algo nuevo, algo que no tiene nada que ver con nadie, pero sí que han participado en las filas del kirchnerismo, buscando ser la voz de la bronca y sin participar en nada cercano a la reconstrucción de los sueños. Esos sueños no son el relato de una Argentina mejor, al contrario, son la oportunidad que un niño de Chaco espera, un jubilado de Tierra del Fuego espera, un trabajador de los viñedos de Mendoza espera, un tarefero de Tres Capones espera. El sueño que esperamos es no seguir aplastados por la clase política, la que promete romper todo, tal como lo hizo Magallanes al llegar a América pretende hacerlo en cada rincón del país Javier Millei, ante la angustia de corridas bancarias sostenidas por Sergio Massa y ampliadas por un liberalismo que amenaza a las economías regionales poniendo en riesgo al pequeño y mediano productor que no podrá competir en igualdad de condiciones con las grandes empresas exportadoras, o aquellos que saben que si su hijo no cuenta con una oportunidad en la universidad pública es probable que deba recurrir al servicio del Estado, un Estado que para el liberalismo ya no lo tendrá en cuenta.
La clase política, aquella estipulada en el Artículo 37 de la Constitución Argentina, que busca gobernar el país, también ofrece otra alternativa que está marcada por la construcción territorial, la sensatez en sus Cámaras y la capacidad de oír y construir diálogos sostenidos en consensos, según lo indiquen los intereses de las provincias y no un centralismo que a fuerza de látigo económico y legal adoctrina y pretende adoctrinar a la sociedad.
En busca de oportunidades se constituye la propuesta de Juntos Por el Cambio y Patricia Bullrich como una alternativa a la discusión de la clase política argentina que logre encausar la bronca.
Según José Ingenieros, la bronca es la respuesta a las injusticias y desigualdades existentes en la sociedad, para lo cual es importante canalizar esa bronca de manera constructiva y así generar cambios positivos; cambios que transformen la Argentina de manera eficiente y para siempre.
Las elecciones son justamente eso; sin embargo, cuando se trata de un país desvastado y que requiere imprescindiblemente la unidad por sobre el terror del Estado, es vital entrar al cuarto oscuro con la mirada positiva y con la esperanza puesta en el futuro y no en los pedazos de futuro o de Argentina que quedarán para repartir en una mediocre e incapaz clase política arribista.
Tenemos la oportunidad en nuestras manos de derrotar el atraso y la obscenidad en el gobierno, hagamos historia en la Argentina trasformando estas elecciones generales en el desembarco de Normandía y no en la Batalla de Stalingrado.