Israel lanzó un ataque de gran escala contra Irán en la madrugada del viernes. El objetivo: instalaciones nucleares, bases militares y figuras clave del liderazgo iraní. El primer ministro Benjamin Netanyahu lo definió como “una cuestión de supervivencia”.
“Golpeamos el corazón del programa de enriquecimiento nuclear iraní”, afirmó Netanyahu en un mensaje grabado. Confirmó que la ofensiva, llamada “León Creciente”, continuará los días que sean necesarios. El ejército israelí movilizó 200 aviones de combate y atacó más de cien objetivos, según fuentes oficiales.

Entre los fallecidos figuran Hossein Salami, jefe de la Guardia Revolucionaria, y varios científicos nucleares, según medios iraníes. Las bombas también impactaron la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, uno de los puntos más sensibles del programa nuclear iraní, según el Organismo Internacional de Energía Atómica.
Irán respondió lanzando más de un centenar de drones hacia territorio israelí. Las Fuerzas de Defensa de Israel activaron sus sistemas antiaéreos y aseguraron que trabajan para neutralizar las amenazas. “No tendrán límites en su respuesta”, advirtieron las fuerzas armadas iraníes.

Netanyahu justificó la operación por la amenaza que representa el desarrollo nuclear iraní. Un alto oficial israelí afirmó que Irán posee material suficiente para fabricar quince bombas nucleares en pocos días, y este sería el motivo principal del ataque.
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El contexto político agrega tensión: Estados Unidos e Irán estaban a punto de retomar negociaciones sobre el programa nuclear iraní. Para Israel, el momento era clave para frenar un posible acuerdo que consideran inaceptable. El futuro inmediato es incierto. Israel promete mantener la presión y Teherán advierte con represalias. El tablero de Medio Oriente vuelve a moverse y el riesgo de una escalada mayor está sobre la mesa.