La actuación del presidente puso en alerta a los demócratas y profundizó las dudas sobre su estado; fue un encuentro áspero y, por momentos, surrealista.
En un duro, áspero y, por momentos, surrealista debate presidencial, Donald Trump se mostró mucho más enérgico y seguro al cruzar ataques –muchos de ellos, personales– con un Biden errático, ronco, falto de reflejos, cuyo desempeño durante el esperado duelo puso en alerta a los demócratas al profundizar las dudas sobre su vigor y su salud mental en el arranque de la pelea por la Casa Blanca.
Biden y Trump ingresaron por separado en el escenario montado en los estudios de CNN para el primer debate presidencial, no se miraron y no se saludaron, y durante los 90 minutos siguientes cruzaron ataque tras ataque y se tildaron mutuamente “el peor presidente” de la historia. Trump dijo que Biden es “un candidato de Manchuria, recibe dinero de China”, que “no está preparado para ser presidente”, que destruyó el país y causó la inflación, y “el mundo entero está explotando bajo su mando”. Biden lo llamó “perdedor”, “llorón”, y le dijo que tiene “la moral de un gato de callejón”.
“No está preparado para ser presidente. Ustedes lo saben, y yo lo sé. Simplemente es ridículo. Tenemos un debate. Estamos tratando de justificar su presidencia. Su presidencia es, sin lugar a dudas, la peor presidencia de la historia de nuestro país”, dijo Trump en uno de los ataques a Biden. “No deberíamos tener un debate al respecto. No hay nada que debatir”, insistió.
“Nunca había escuchado tantas tonterías en toda mi vida”, dijo un Biden visiblemente frustrado, sin lograr nunca acomodarse del todo detrás del atril. “Tenés la moral de un gato de callejón”, se despachó después.
Lejos de despejar las dudas que arrastró al debate, Biden las arraigó. Biden pareció por momentos desorientado, sin reflejos, con la mirada baja o perdida, y mostró dificultades para brindar respuestas articuladas, coherentes o contundentes incluso en los temas en los que tenía la ventaja, como el acceso al aborto. Trump ofreció su habitual libreto de mentiras, declaraciones falsas o exageradas, hipérboles, y, también, desopilantes, pero estuvo mucho más afilado, preciso y contundente, y dejó una imagen de solidez que Biden nunca llegó a conjurar, pese a que era su principal misión.
En un cruce a tono con la realidad política de Estados Unidos, Biden trajo a colación el prontuario judicial de Trump, y mencionó el juicio en Nueva York en el que Trump fue condenado de conspirar para ocultar un pago a la actriz porno Stormy Daniels, comprar su silencio y esconder un romance para evitar un golpe político en la recta final a las elecciones presidenciales de 2016 que lo llevaron a la Casa Blanca.
“No tuve sexo con una estrella porno”, respondió Trump.
Un debate distinto
El debate marcó un quiebre con la tradición política. Fue organizado por CNN, y no por la Comisión de Debates Presidenciales, que este año fue dejada de lado. A diferencia de los últimos choques, el debate tuvo reglas más estrictas, negociadas y acordadas por ambas campañas. Cada candidato tuvo dos minutos para hablar y un minuto de réplica cada uno, no hubo audiencia –la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, que reúne a los periodistas que cubren al presidente, presentó una queja formal por escrito porque los periodistas no pudieron acceder al estudio, solo se permitió el ingreso de fotógrafos–, los micrófonos se silenciaron para evitar las interrupciones, y ninguno de los candidatos pudo hablar con sus asesores o llevar apuntes. El resultado fue un choque más organizado, aunque menos espontáneo, sin las caóticas interrupciones que caracterizaron a los debates de 2020.
Además de una organización más pulida, el debate ofreció otros aditivos. Nunca un presidente debatió con un expresidente. Nunca hubo una revancha del duelo de la elección anterior. Nunca hubo dos candidatos tan viejos en escena. Y nunca dos candidatos a presidente se enfrentaron tan temprano, en junio, antes de que arranque formalmente la campaña, y no al final, como marcaba el calendario tradicional. Biden y Trump llegaron, además, virtualmente empatados en las encuestas, y todo sugiere que la elección se definirá por un margen estrecho en una pelea voto a voto. Por todo eso, había mucho en juego.
El debate ofrecía desafíos singulares para cada uno de los oponentes. Biden, de 81 años, y Trump, de 78, son los candidatos presidenciales más viejos de la historia. Pero la edad ha sido desde hace meses un lastre mucho más pesado para las espaldas de Biden, que suele proyectar una imagen de fragilidad en sus apariciones públicas. Al menos tres videos de su reciente visita a Europa para la cumbre del G7, que fueron recortados o sacados de contexto, reavivaron los interrogantes sobre su salud mental. Biden llegaba con el imperioso desafío entre manos de mostrar agudeza, reflejos, cintura política, y, sobre todo, vigor para sostener el duelo de una hora y media –de pie detrás del atril– con Trump. Nunca lo consiguió.
“Este tipo es tres años más joven y mucho menos competente. Miren el archivo, miren lo que he hecho. He dado vuelta una situación horrible”, dijo Biden al responder una pregunta sobre su edad.
Trump llegó a la cita con la etiqueta “criminal condenado” en su espalda, el primer expresidente y el primer candidato presidencial de la historia en ser declarado culpable de un delito por un jurado en un tribunal de Estados Unidos. Y Trump llegó también acompañado por el interrogante de si se mostraría más disciplinado y moderado de lo habitual –como le pedían algunos de sus aliados y le recomendaban sus asesores–, o si sería el Trump de siempre, instintivo, agresivo, y a la ofensiva. El debate lo mostró con la energía de siempre, pero con una dosis atípica de disciplina y contención.
Más allá de lo que ocurrió durante los 90 minutos de duración del debate, las campañas de ambos candidatos desataron una brutal batalla por la narrativa posterior del duelo. Los demócratas se enfrentaban a un cuesta arriba y a la hercúlea tarea de intentar contener y dar vuelta lo que muchos calificaron como una verdadera catástrofe de Biden delante de millones de televidentes. Los mensajes comenzaron a llegar a los teléfonos incluso antes de que terminara el debate. A mitad del duelo, el equipo de Biden comenzó a circular entre los periodistas que el presidente tenía un resfrío. Un intento por hacer “control de daños” cuando su candidato aún estaba parado detrás del atril. Al cierre de la noche, las dudas terminaron por reavivar la discusión acerca de si Biden daría un paso al costado, o mantendría su candidatura.
(Fuente: La Nación)