El Papa Francisco invitó este domingo 11 de agosto, a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para el rezo del Ángelus a no buscar en Dios la confirmación de sus convicciones, sino por el contrario a luchar contra las ideas preconcebidas y a mantener la mente abierta.
Reflexionando sobre el Evangelio del día (Jn 6,41-51), recordó que los contemporáneos de Jesús se negaron a creer en su palabra de que Él había “bajado del cielo”.
Como conocían a su padre y a su madre, así como su profesión de carpintero, dudaban que Dios pudiera manifestarse de una manera tan familiar y ordinaria.
“Se vieron obstaculizados en su fe, por su preconcepción de sus orígenes humildes y la presunción, por tanto, de que no tenían nada que aprender de Él”, sostuvo el sumo pontífice.
Los corazones endurecidos impiden el crecimiento espiritual
El Santo Padre señaló cuán dañinos pueden ser los prejuicios y el cierre del corazón para el crecimiento espiritual de una persona. Dijo que los contemporáneos de Jesús, como se relata en el Evangelio de Juan, observaban la ley, oraban y ayunaban, añadiendo que realizaban estas prácticas sólo para buscar la confirmación de lo que ya pensaban.
“Esto se demuestra por el hecho de que ni siquiera se molestan en pedirle explicaciones a Jesús. Se limitan a murmurar entre ellos contra Él, como para asegurarse mutuamente de lo que están convencidos, encerrándose como en una fortaleza impenetrable”, dijo Francisco.
Sus corazones endurecidos y sus prejuicios, dijo el Papa, les impiden creer en el Hijo de Dios. La verdadera fe y la oración abren el corazón, no lo cierran. El Sucesor de Pedro continuó advirtiendo que la misma cerrazón nos puede suceder cuando oramos sólo para encontrar confirmación de nuestras propias convicciones y juicios.
“La verdadera fe y la oración abren la mente y el corazón, no los cierran. Cuando encuentras a una persona que está cerrada en su mente y en su oración, su fe y su oración no son verdaderas”.
Francisco concluyó sus reflexiones en el Ángelus invitando a todos a preguntarnos si somos capaces de estar verdaderamente en silencio ante el Señor y acoger su voz. “Que María nos ayude a escuchar con fe la voz del Señor y a hacer con valentía su voluntad”.
(Fuente: AICA)