Las prácticas de la política son el resumen de la filosofía de una sociedad, de un costumbrismo que muchas veces está, pero no sabemos para qué o porqué, como aquellas batallas que nos hacen decir, «hay que seguir luchando», y así seguimos peleando por esto o por aquello, aunque nunca sepamos si es justo o necesario o incluso útil.
Dentro de las discusiones sin sentido o defensa de algo sin sentido, se encuadra la vieja escuela de un rancio peronismo que buscó reinventarse en la figura de dos santacruceños adoptivos que lograron forjar un movimiento nacional a fuerza de billetera financiada por la soja primero, por el gasto público luego y por la corrupción en tercer lugar; esta última quizás fue la más evidente y perversa de los últimos 200 años de historia de nuestro país.
Quisiera adentrarme más en el análisis de la realidad de aquello que se ve, que se pelea o que nos quieren hacer creer, y para ello les propongo que pensemos en la frase acuñada por el erudito protestante inglés William Tyndale quien sustrajo del libro de Levítico el concepto de “Chivo Expiatorio”, que comúnmente define a la persona a la que, por cualquier motivo o pretexto, se le echa la culpa de algo, especialmente de lo que han hecho otros.
La historia universal nos ofrece varios ejemplos sobre esto, como los pasteles de María Antonieta, o el profesor de arte de Adolf Hitler, o el maltrato que recibió Benito Mussolini de pequeño; el capitalismo según Fidel Castro o Hugo Chávez. Estos y muchos ejemplos más definen el concepto antes mencionado. Ahora bien, aparte de estos modelos que son de orden internacional, también en Argentina tenemos ejemplos locales de “chivo expiatorio”. Es que el actual gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández, quienes aún se pavonean por los pasillos del Senado de la Nación y la Casa Rosada, como si sus mandatos o al menos el de los últimos 4 años fue brillante, ignorando que el país se encuentra con valores de credibilidad, trabajo, salud y economía al rojo vivo, transitan los últimos días de gobierno insinuando y afirmando que el responsable de lo que le ocurre al país es el electo presidente Javier Milei.
Es curioso observar que mientras en el resto del planeta, incluso en aquellos de dudosa virtud democrática, el que gobierna busca solucionar los problemas hasta el último día, independientemente de su continuidad o no en el gobierno, en este país el kirchnerismo instaló una forma de responsabilidad indirecta en la cual el único culpable de lo que ocurre es el presidente que viene y no las decisiones que se tomaron durante su gobierno.
La verdad es la que se ve y se percibe en la calle, mientras algunos al finalizar unas elecciones, por un lado, hablan de irse a vivir a España como el actual presidente o peor aún, el actual ministro de Economía, quien sugiere la posibilidad de irse del país “ante ofertas laborales”, no permite ver otra cosa más que sugerir la expresión que habla de las ratas que cuando el barco se hunde son las primeras en huir, como si los 12 millones de personas que lo votaron no merecen ser representados por él, aunque sea para conducir una oposición.
Nos despedimos de un modelo de corrupción y adoctrinamiento a base de bravuconadas y expresiones de odio, en el cual el único modelo existente es el de la obediencia disciplinada y si esto no ocurre sos el enemigo. Han puesto la funcionalidad del estado al servicio de sus intereses personales primero y de su partido/movimiento político después, para darle al pueblo las migajas que sobran, pero no sin antes hacerlos responsables de recibir esas migajas por ser como dicen en los últimos tiempos “pobres resentidos”, porque como pasó en el 2015, el pueblo argentino decidió votar un cambio, quizás no sea uno definitivo, pero al menos el mensaje del cansancio lo dejaron ver.
Había una vez en un rebaño de ovejas, un pequeño y valiente chivo llamado Lucas. Siempre se destacaba por su inteligencia y habilidades, lo que despertaba la envidia de las demás ovejas. Cansadas de sentirse inferiores, decidieron convertir a Lucas en el chivo expiatorio de todos sus problemas. Las ovejas comenzaron a culpar a Lucas por cualquier contratiempo que ocurría en el rebaño. Siempre que algo salía mal, lo señalaban y lo acusaban sin ninguna razón. Lucas soportaba esto con paciencia y tristeza, sin entender por qué era el blanco de su ira.
Un día, durante una fuerte tormenta, el rebaño se perdió en un bosque desconocido. Las ovejas estaban asustadas y desorientadas, sin saber cómo encontrar el camino de regreso a casa. En medio del caos, Lucas tomó la iniciativa y usó su astucia para guiar al rebaño hacia la seguridad.
Con su conocimiento del terreno y su valentía, Lucas lideró a las ovejas a través del bosque oscuro y peligroso. Superaron obstáculos y encontraron un camino seguro de regreso al prado donde solían pastar. Es así que las ovejas se dieron cuenta de la importancia y el valor de Lucas, se disculparon por haberlo tratado injustamente y lo reconocieron como un miembro valioso del rebaño.
A veces buscamos entender los movimientos políticos desde la razón, mientras que los movimientos ejercen su poder desde la ira y el resentimiento. Cuando esto ocurre nos quedan solamente dos caminos, ser como las ovejas que culparon a Lucas y esperar a que la tormenta acabe para ver cómo continuar luego a riesgo de seguir buscando culpables de lo que nos pasa, o confiar y ser responsables más allá de la pasión partidaria individual y buscar una solución colectiva en la cual los errores se puedan corregir antes de que el daño sea irreparable.