Los hechos habrían ocurrido en 2017, cuando la víctima tenía 17 años y concurría a un taller de canto y arreglo musical. La causa está en manos del juez de Instrucción 7, Miguel Mattos, y aún no fue llamada a declarar.
Acoso, abuso y persecución a través de redes sociales, aplicaciones de celular, influencia y aprovechamiento de la vulnerabilidad de una adolescente de 15, 16 y 17 años que soñaba con cantar y triunfar. Montar el engaño y forzar el silencio tras el delito cometido.
Hoy la víctima es psicopedagoga y se puede destacar que tuvo la contención y capacitación suficiente para romper el silencio seis años después. Lo que no sofoca el horror que deben atravesar las jóvenes y menores que acarrean el dolor sin la mínima chance de ser escuchadas.
El 9 de enero pasado, ante el fiscal de Instrucción 6, René Germán Casals, la joven presentó la denuncia por abuso y acoso sexual que sufrió en 2017 por parte de un profesor de canto y arreglo musical que encabeza, aún hoy, un taller dependiente del Parque del Conocimiento provincial. El profesor de canto, también es abogado y tiene hoy 40 años.
La denuncia comprende hechos encuadrados en los artículos 119 y 129 del Código Penal Argentino y prevé penas que rondarían los quince años de prisión.
Del relato de la joven se resume: “A principios del 2017, me llega la recomendación de un taller de canto que lo brindaba un profesor con una técnica nueva en Posadas, en el Centro del Conocimiento. Era de noche cuando comento en el grupo de Facebook (de este taller) para informarme un poco más acerca de las clases; a lo que me sorprende que la respuesta del profesor fue inmediata y con total simpatía”.
“El taller se dictaba dos veces a la semana por la tarde, aunque terminaba siempre cuando anochecía y el lugar no era muy ameno para volver hasta mi casa. Pero yo asistía siempre, me gustaba y el grupo era divertido. Para regresar me tomaba el colectivo. Sin embargo, muchas veces el profesor insistía en llevarme para que no esperara sola, a lo que yo no accedía porque me parecía raro subirme a un auto ajeno y de una persona que no conocía tanto, hasta ese momento”.
“Pasado un tiempo, un día a la semana las clases se trasladaron al Museo Cambas (Villa Sarita) ya que en el Centro del Conocimiento no había lugar. A mí me quedaba mucho más cómodo y trataba de ir para poder moverme en bicicleta”.
“Empecé a notar comportamientos raros en el profesor. Al principio se mostraba interesado porque me exprese más y saliera de mi timidez para poder cantar y preparar temas. Luego se sumaron sus mensajes siempre después de clases. Se tornaron cada vez más invasivos: tratando acerca de lo linda que estaba tal día, lo bien que me quedaba tal ropa, etcétera. Pero lo tomaba como otro comentario más ya que él era amigo y muy simpático con sus alumnos”.
“Hasta que un día temprano por la mañana veo mi celular y tenía una llamada suya hecha de madrugada y un mensaje de Whatsapp que decía que había soñado conmigo pero que no me podía contar de qué se trataba porque daba a inducir temas de índole sexual y se sentía avergonzado”.
“Ese día me mandó mensajes todo el día, insistiendo en que sentía cosas físicamente que él no podía controlar. A mí me daba mucho asco y no sabía cómo reaccionar. Era una adolescente desarrollando mi identidad y era muy tímida e introvertida; no tenía muchas amigas para hablar y contar lo que me pasaba (…) No sabía como manejarme ante esas situaciones que nombraban acciones sexuales”.
“Peor aún era para mí, entender el mundo de las relaciones adultas, cómo se manejaban, cómo se responde, qué se hace en general y hasta pensé que era normal que los adultos se manejen así”.
“Pero no era correcto, yo era menor y era su alumna de canto, no me gustaba que me mande esos mensajes, fotos y que me llame en medio de la noche porque estaba ‘excitado’. Me hacía sentir que le causaba eso y yo no sabía qué hacer para no provocarlo. Quería salir de esa situación, me angustiaba no poder hablarlo. Sentía vergüenza en mi familia, qué podrían pensar de mí, sentía que podría ser juzgada y no sabía ni qué había hecho”.
La víctima sostuvo que el miedo fue aún mayor con el correr de los días: “La angustia y desesperación aumentó con sus videollamadas con su excitación sexual, mostrando sus genitales o su ropa interior y yo pidiéndole por favor que no quería ver eso, que me daba asco, que no me llamara más”.
“Y me atribuía la culpa a mí, de la provocación y de lo que a él le gustaba tanto de mí, que me hiciera cargo. Luego decía que se iba al patio de su casa a distraerse, tomarse un whisky y ver una película porno”.
Calvario de manipulación
“El calvario duró más de un año (…) Él me decía que nada importaba, ni su edad, ni que fuera su alumna, que estaba enamorado de mí. Todo fue más tortuoso porque comenzó la manipulación, asco y angustia. Me hacía sentir que él realmente estaba enamorado de mí, que así se manejaba el mundo adulto, las relaciones de pareja, eso que sentía era un amor ‘normal, saludable, con respeto’ pero que había cosas que él no podía controlar y, eso a mí me causaba repulsión”.
“En las clases sentía su mirada constantemente en mi cuerpo, en mi ropa. Cuando me saludaba acercaba tanto su boca a mis labios que me dejaba fuera de lugar y de reacción”.
“En mi pensamiento se anidó la idea de que era sumamente simpático, que quería hacer sentir bien a sus alumnos para que se animasen a cantar, a liberarse de las tensiones de los escenarios y a dar técnicas efectivas para ello. Más aún los alumnos como yo, sumamente introvertida, que me costaba hacer amigos, que tenía pánico en los escenarios pero que soñaban enormemente trabajar ese talento del canto para vencer sus miedos y poder dedicarse a ello”.
“Tiempo después, me invitó a su casa a merendar y hablar sobre mi talento, el futuro prometedor que podía tener ya que le ‘parecía una chica fenomenal’. Me dijo que, de igual manera, la invitación era en secreto, que no le dijera a mis padres porque sino no me iban a dejar ir y sospecharían mal”.
“Pasé por una panadería antes de la merienda. Cuando llegué a la casa me hizo pasar rápido, estaba nervioso y después me dio un abrazo, en el cual me sentí muy incómoda pero nuevamente lo dejé pasar porque era muy simpático con sus alumnos. Empecé a notar sus formas raras de actuar, me pidió que me acercara donde estaba sentado, puso una mano encima de mi pierna y me preguntó si me gustaba, qué sentía por él. No sabía qué responder. Miedo. Me temblaba el cuerpo. Estaba congelada, atrapada como una presa en la casa del depredador”.
El relato continúa y amplía la escena de abuso sexual, detalles que este Diario se reserva publicar para evitar la revictimización.
(Fuente: Primera Edición)