La Argentina de exportación es aquella que construyeron nuestros abuelos y bisabuelos en escenarios adversos, sin certezas reales en un extremo del continente, donde el suelo agreste y las condiciones globales de cambio emergente sembraban la angustia; pero de seguro en el horizonte asomaba la esperanza, esta última, que al final se tornó en realidad cuando contribuyeron a convertir al país en el granero del mundo, donde se brindaba una educación estable y de calidad, donde el uniforme blanco identificaba un modelo que predominaba en la pampa húmeda, en los valles del norte, en la fría Patagonia y se teñía con el rojo de la tierra misionera.
Exportamos conocimiento, alimentos y paisajes para visitar. Desde la llegada de los bisabuelos hemos construido un modelo de país basado en la exportación, modelo de fábrica que se encarga de vender bienes y servicios; sin embargo, a lo largo de los tiempos este panorama se transformó, por factores diversos atribuidos por algunos “al peronismo”, por otros “a los radicales”, y otros a los “golpes de estado”, y así podemos seguir designando culpas hasta llegar al presente.
Hace unas lecturas atrás hablaba sobre la esperanza y el modelo “made in china” el que tenía origen en la posibilidad de cumplir (o no) con un vencimiento estipulado del FMI; en principio sería la solución que hizo que el gobierno nacional sembrara una esperanza en un momento de enorme incertidumbre, así también se extendió un pedido de desembolso de dólares por parte de la entidad al estado nacional –pedido de nuevo préstamo al FMI-, sin embargo esto no ocurrió. Finalmente, aunque me permito pensar que la novela aún no acaba, el ministro de Economía y precandidato a presidente, Sergio Massa, desesperadamente le solicitó a los Qataríes un préstamo para poder costear este vencimiento, pasamos entonces del pedido realizado al presidente de Brasil Lula Da Silva, luego a la República China, hasta llegar a Qatar.
Presiento que estamos a las puertas de lo que nos cuenta Esopo, en la fábula del lobo disfrazado de cordero:
Había un lobo hambriento que vio un rebaño de ovejas. Pensó en utilizar la piel de una oveja que encontró en el bosque y con ella despistar al pastor.
—Me disfrazaré con esta piel de oveja. De esta manera, las ovejas y el pastor creerán que soy una oveja más.
Efectivamente su plan funcionó. Al atardecer, el lobo fue llevado al establo con el resto de las ovejas. El lobo convencido que había logrado su objetivo y podría por fin comer, cuando anocheció, el pastor entró en el establo buscando carne para cenar. Y, creyendo que el lobo era una oveja, lo tomó y se lo llevó.
Este sencillo cuento nos explica que aquel que hace muchas trampas termina cayendo en ellas. La mentira y las trampas siempre nos traerán problemas más complejos y cuanto mayor sea la mentira, mayor será el daño.
No existen certezas en un gobierno que no supo manejar la pandemia lícitamente, que administró la sequía como si no existiera y que tuvo como brújula las causas judiciales de algún o algunos funcionarios, embistiendo permanentemente contra el poder judicial… Menos aún existirán certezas y desde luego esperanzas si la mejor propuesta que tiene el oficialismo se sostiene en la figura de un fabulador que cada vez más se aleja de la figura de equilibrista y deja al descubierto a un bravucón que no se siente cómodo cuando es consultado por su labor como ministro y ostentará el título de exportador de deudas, hacia afuera y hacia el interior de este país que se desangra y no le importa.