Promesas que no llegan, el Fondo Monetario Internacional susurrando reducción del déficit fiscal, presión tributaria que busca sanear cuentas que parecieran ser imborrables, crisis financiera que antes se buscaba mitigar en el rebusque del intercambio de mercaderías en tierras del Mariscal Solano López y que hoy emerge en el horizonte como un conflicto entre usuarios y comerciantes del Puente Internacional “San Roque González de Santa Cruz”.
A 22 días de las elecciones que definirán quiénes serán los candidatos que competirán por representar a los argentinos, aun las propuestas electorales no aparecen, si bien algunos postulantes al sillón de Rivadavia han incluido en sus actos, reuniones, timbrazos y cuanto sinónimo podamos encontrar, una serie de tibias propuestas, hay quienes argumentan su oferta electoral en lo que están haciendo desde sus actuales puestos, o en la mirada de lo que han hecho cuando fueron funcionarios, (exceptúese de esta definición a los aspirantes que compiten por deporte).
Si bien el votante argentino recibe información electoral mediante las plataformas del metaverso, aunque a veces suenan como si se quedaran con las últimas 5 letras de la palabra, aún hoy somos una mayoría que deseamos escuchar o leer un párrafo que nos cuente qué quieren hacer con el trabajo, la inflación, la esperanza de los argentinos, cada vez más venida a menos.
Al comenzar esta opinión, me entusiasmo recordar a aquel historiador que tomó a uno de los imperios más poderosos de la historia y lo describió en más de 40 libros, Tito Livio, quien tuvo la osadía de contar los sucesos más importantes de esta notable superpotencia. Y allí nos explica que es necesario reconocernos tal cual somos, como nación, como estado independiente e incluso -si podemos- sentirlo con pasión, lo que nos permitirá entenderla (a la nación) y protegerla de amenazas, propias y ajenas. Del mismo modo, nos indica que si no cuidamos al pueblo y a la nación, podremos llegar a tomar malas decisiones, eligiendo líderes tiranos y que no sienten amor por su país; inmediatamente me anima a pensar que esto quizás ocurrió en Argentina cada vez que sufrió un golpe de Estado.
Es bien sabido que el ego de los argentinos trasciende fronteras y a veces nos creemos superiores; no quiero en este análisis bajo ni un punto compararnos con el imperio romano, ni tampoco indicar que estamos a las puertas de un golpe de Estado; sin embargo, no puedo dejar de pensar como argentino que cada vez que se tomaron posiciones “anti” los resultados fueron más miseria, más hambre y más fondos exteriores que nos quieren enseñar cómo vivir y -como decía Tito Livio- ponen en riesgo la democracia.
Seguramente, en el almuerzo familiar encontramos a los defensores de un modelo y de otro, a los que no tienen esperanzas y a los que piensan cómo sobrevivir. Si por un momento la historia nos diera la receta de comprender lo que ocurre alrededor y poder elegir líderes con capacidad de ofrecer propuestas claras, entendibles, que puedan estar al frente del Gobierno sin poner en riesgo al conjunto, diría que ese argentino ideal es aquel que representa a los comensales de la mesa familiar en su casi totalidad.
Aunque vivamos de tensiones a raíz de la economía, que las desigualdades sean descritas con más eficiencia a diario por los detractores y supuestos defensores de la patria, que haya hermanos argentinos pensando que la salida está en el aeropuerto internacional más cercano, no dejo de pensar ni pierdo las esperanzas que en Argentina tenemos lo mejor que necesitamos, que es cada argentino en sus individualidades y la enorme capacidad de trabajar en equipo.
* Alejandro Chini
RadioUp 95.5