La historia universal nos ofrece un sinfín de eventos que van explicando o en todo caso justificando el cómo, para qué y el porqué de cada una de las “maniobras” que se dan lugar en el marco de la gobernanza de un territorio; estos sucesos son también llamados relatos.
El relato es una narración breve o extensa de hechos reales o ficticios, que tiene como objetivo entretener, informar o transmitir una enseñanza que pretende en ocasiones convencer al público de lo que se hace y en otras ocasiones es utilizado para transformar algo vulgar en algo épico.
Hasta aquí entre definiciones y opiniones formulamos la cuestión; sin embargo, para poder hablar de la peligrosidad de un relato debemos bucear al menos en el siglo XX, época que supo darnos grandes mentirosos que, embebidos en la arrogancia del clamor popular construyeron relatos tan peligrosos que ellos mismo se lo creyeron, como el de una guerra que comienza por la obsesión de un joven desamorado que supo encontrar un enemigo para invadir Polonia y con ello asesinar a millones de judíos y gitanos bajo el pretexto de una supremacía racial y el expansionismo territorial; o de la lucha de clases cuando en Argentina asume la presidencia un personaje que supo basar sus tres gestiones en el relato y en la mentira a costa del despilfarro de las riquezas del Estado nacional.
Un poco más cerca en el tiempo podemos hablar de la destrucción de la industria nacional construyendo el desprecio por la producción local sostenido en la fantasía discursiva del comercio de importación.
Desde luego esta somera descripción del siglo pasado es la antesala de uno de los relatos más perversos que vivió nuestro país y que lamentablemente aún hoy sigue replicándose. Me refiero al relato del Kirchnerismo que durante un tiempo parte de la sociedad argentina aceptó y remite a una fábula basada en el contexto latinoamericano imperante sostenido en una matriz de origen inmoral que lentamente supo cooptar las voluntades del electorado, transformando el relato en gobierno.
Con ello, las decisiones tomadas por la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner no fueron más que mucha propaganda, con el repetido recurso de la utilización de la palabra “Soberanía”, concepto que sirvió para cancelar a políticos, anular libertades y sancionar leyes que en su momento fueron advertidas como peligrosas, justamente para la soberanía nacional que desde luego fueron desoídas, poniendo al país en jaque a tiempo completo.
El relato al que hacemos referencia es el creado para sostener la estatización de empresas nacionales que años atrás habían sido vendidas por quienes en su momento dieron su voto para tal fin, y hoy lo niegan, aun cuando nos hayan colocado en una posición de deuda permanente.
Como es de público conocimiento, el 7 de mayo de 2012 el Congreso de la Nación discutía la expropiación de YPF entre bombos y platillos. Se regodeaban con sus mayorías imponiendo una ley que 10 años más tarde recibiría un fallo que pone al país en un nuevo punto de crisis financiera, ya que los propietarios anteriores, Repsol entre otros, en los tribunales de Nueva York, obtuvieron en los últimos días una sentencia favorable que exige al Estado nacional argentino el pago de 16 mil millones de dólares en concepto de sanción.
En consecuencia, el Estado nacional deberá enfrentar un nuevo embate económico por la arrogancia de unos pocos que osaron creerse dueños de la patria.
En este punto y, como ya es habitual, quiero salir de lo abstracto de esta suma y poder graficarlo: según datos del rubro de la construcción, en la actualidad, con el valor de la multa, la Argentina podría construir 5 mil hospitales de nivel medio y más de 2 mil escuelas públicas, entre otros.
Las mentiras y las fábulas contribuyen con la construcción de un relato, que si no existiera, Hércules no hubiese sido conocido como “El Gran Hércules”; por lo tanto, del mismo modo que un joven mitad dios, mitad humano conquistó el mundo con sus hazañas, el kirchnerismo pretendió conquistar la Argentina; pero a diferencia de Hércules, la argentina no es una fábula y los rivales no son una metáfora, sino una realidad que pagaremos por muchos años más.