Valentín Barco fue otra vez lo mejor del equipo; el empate sin goles en la Bombonera fue bien visto por Palmeiras; el jueves próximo, la revancha en San Pablo.
El partido de este jueves ante Palmeiras fue el número 35 de Jorge Almirón como DT de Boca. El recorrido que hizo fue curioso. ¿En qué sentido? Nunca logró darle un estilo definido de juego, llegó a la primera semifinal de la Copa Libertadores con Palmeiras sin que haya titulares que se ganaron el puesto con rendimientos superlativos y continuos, sin una base sólida. Mereció ganar, pero el empate 0-0 deja la serie abierta para la revancha del próximo jueves, en Brasil.
Lo que se vio en la Bombonera fue una prueba más. Con el esquema 4-1-3-2, con Pol de 5 y con Barco jugando casi de 10, cerrándose de izquierda al centro y con sus apariciones generando las chances más claras. Boca atacó pero sin volverse loco, pensando en un partido de 180 minutos (y lo mismo hizo Palmeiras). Tuvo criterio aunque le faltó el toque final para irse al descanso en ventaja. Casi todo nació de los pies de Barco, que es crack: un centro rasante para el anticipo apenas desviado de Merentiel, un tiro libre para un toque de Cavani, un remate suyo que se fue por encima del travesaño tras un pivoteo de Merentiel. Advíncula tuvo buenas apariciones, sobre todo con un centro que Cavani cabeceó desviado. Boca tenía que vigilar los pelotazos frontales de Gustavo Gómez o Rocha para Rony que caían a la espalda de Rojo.
Si algo caracterizó a este ciclo de Almirón en Boca fue la discontinuidad de los sistemas tácticos y los nombres, de la polifucionalidad llevada al extremo, de la falta de constancia y orden a partir de las repeticiones. Ya sea porque el DT se deja llevar demasiado por las características del rival o porque los futbolistas sufrieron altibajos y lesiones, el interrogante era qué Boca se iba a ver en su partido 35, justo cuando estaba obligado a dar ese salto de calidad. Subió en el nivel un par de escalones, aunque no lo suficiente para dar el golpe.
Almirón fue mutando a través de los años. El Lanús campeón de 2016 que le ganó la final a San Lorenzo del torneo Transición y que luego llegó a la final de la Libertadores 2017 salía casi de memoria, había alguna modificación puntual, pero todos sabían cómo jugaba ese equipo, qué estilo tenía y que partía de la base del esquema 4-3-3. Todos lo aplaudían de pie. Al equipo y al entrenador.
(Fuente: La Nación)