Desde el primer grito populista de Hugo Chávez hasta el último show electoral de Nicolás Maduro, Venezuela se ha convertido en el escenario de una macabra obra de teatro que se ha prolongado durante 25 años. La reciente reelección de Maduro, alcanzada a través de un fraude electoral tan evidente que hasta un ciego lo vería, es solo el último acto de esta tragicomedia autoritaria.
En 1998, Hugo Chávez irrumpió en la política venezolana con el tipo de carisma que podría haber hecho cantar a las piedras. Prometió una “Revolución Bolivariana”, una especie de paquete de justicia social con un lazo de socialismo. Y vaya que entregó: lo que comenzó como una promesa de redención se transformó rápidamente en una pesadilla autoritaria que rivaliza con cualquier distopía.
Chávez fue astuto. Su primera jugada maestra fue la reforma constitucional de 1999. Convocó a una Asamblea Constituyente que, casualmente, estaba llena de sus seguidores. La nueva constitución no solo extendió su mandato presidencial, sino que le otorgó poderes que hacían parecer a sus predecesores meros aficionados en el arte del autoritarismo.
Pero el sueño de Chávez no se limitaba a Venezuela. Inspirado por el espíritu de Simón Bolívar, extendió su red en América Latina. En Argentina, los Kirchner, tanto Néstor como Cristina, se lanzaron al abismo de la retórica chavista, buscando el aplauso de su mentor bolivariano. En Brasil, Lula da Silva no solo adoptó políticas inspiradas en Chávez, sino que también convirtió a Venezuela en su socio preferido en una serie de acuerdos económicos y diplomáticos. Uruguay, bajo el mando de José «Pepe» Mujica, también abrazó la visión bolivariana, aunque con una dosis de pragmatismo que evitó que se hundiera completamente en el autoritarismo.
A medida que Chávez consolidaba su poder, no era sorprendente que transformara las elecciones en una farsa. El Consejo Nacional Electoral (CNE) fue rápidamente copado por leales a su régimen, convirtiendo las elecciones presidenciales y legislativas en meros actos de firma para validar el deseo del líder supremo en lugar de la voluntad del pueblo.
Nicolás Maduro, el Heredero Inepto y la Agudización de la Crisis
Con la muerte de Chávez en 2013, Nicolás Maduro, el eterno número dos, asumió el poder. Sin el carisma de su predecesor, Maduro demostró ser igual de eficiente en mantener el control a base de fraude y represión. Las elecciones de 2013, que deberían haber sido una muestra de democracia, fueron un espectáculo grotesco de manipulación y deshonestidad, con un régimen que no se molestó en ocultar su control absoluto sobre el proceso.
Maduro continuó el legado de Chávez con la misma precisión quirúrgica en la represión. Transformó la oposición en una especie de deporte nacional, persiguiendo a figuras como Henrique Capriles y María Corina Machado con la misma dedicación con la que un chef persigue una receta perfecta. Capriles, tras perder las elecciones, fue sometido a una serie de juicios ridículos que resultaron en una inhabilitación de 15 años, una jugada tan descarada que ni siquiera disimula el objetivo de eliminar cualquier competencia política.
María Corina Machado, por su parte, fue despojada de su cargo de diputada en 2014, justo después de intentar presentar una denuncia contra el régimen ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). Desde entonces, ha sido víctima de constantes amenazas, hostigamientos y ataques físicos, con un régimen que parece haber adoptado la táctica de eliminar a los opositores como una forma de arte.
Las elecciones del pasado domingo fueron la última burla en un largo desfile de fraudes. Desde la manipulación del CNE hasta la intimidación de votantes, cada rincón del proceso electoral estaba diseñado para asegurar la reelección de Maduro. La manipulación del registro de votantes, la intimidación descarada y el control absoluto del CNE sobre el conteo de votos fueron solo algunas de las tácticas utilizadas. La presencia de observadores internacionales fue limitada y cuidadosamente controlada para asegurarse de que cualquier denuncia de fraude fuera rápidamente silenciada.
Venezuela se encuentra en una encrucijada desoladora. La reelección de Nicolás Maduro, obtenida a través de un fraude electoral tan flagrante que ni siquiera los más optimistas pueden ignorar, es solo el último capítulo de una historia de manipulación, represión y control autoritario que comenzó hace 25 años con Hugo Chávez. Cada elección fraudulenta hace que la luz al final del túnel parezca un poco más tenue. El régimen de Maduro no muestra signos de debilidad, y la esperanza de un cambio real parece más lejana que nunca.
Pero no todo está perdido. La historia nos enseña que los regímenes autoritarios no son eternos. La resiliencia del pueblo venezolano y la presión continua, tanto interna como externa, podrían eventualmente abrir una brecha en este muro de represión. Hasta entonces, la lucha por la democracia en Venezuela continúa. La comunidad internacional debe mantenerse firme en su apoyo a aquellos que, contra viento y marea, siguen luchando por un país libre y democrático. Porque mientras haya quienes no se rindan, siempre habrá esperanza de un futuro mejor.
Bryan Villalba..