El sindicalismo en Argentina como centro de los problemas o de las soluciones. Sin importar quién gobierne, los gremios son un debate constante, y su presencia trae más inquietudes que propuestas.
La representación de los trabajadores resulta algo difícil de lograr, en el marco de las luchas, las diferentes opiniones sobre qué buscar, pelear o incluso elegir contra quién dar la pelea. El contexto de defensa que se pretende conseguir en este sentido habitualmente reúne distintas valoraciones de la problemática, o al menos así debería ser.
Cuando hablamos de sindicalismo, y más precisamente en la Argentina, pensamos en las luchas históricas de Agustín Tosco en el 1969, quien tras un entramado complejo con universitarios y con la clase trabajadora lidero el Cordobazo, hecho notable en la lucha contra el gobierno dictatorial de Ongania. Lo mismo pasa cuando pensamos en Raymundo Ongaro, quien fundo la CGT de los Argentinos, una central sindical que en sus inicios se opuso tanto a las dictaduras militares como a las posiciones más conservadoras dentro del sindicalismo peronista que además promovió un sindicalismo combativo y autónomo.
Seguramente podemos mencionar a muchos trabajadores que se han convertido en referentes sindicales, elegidos y propuestos por sus mismos compañeros de trabajo, con quienes compartían mañanas y tardes de overol tratando de encontrar un mejor pasar para sus familias, quizás ignorando que su lucha trascendería los límites de sus gremios.
Hasta aquí la historia, según quien la escriba, les otorga el reconocimiento a su labor gremial y la responsabilidad de incluir al sector trabajador en la escena pública y el lugar como tal.
Las memorias de un país pasado, y de un sindicalismo autónomo forman parte de las vitrinas del museo. Lamentablemente, esas luchas, que englobaban un conjunto de demandas enraizadas en problemáticas ligadas al contexto, pasaron de moda para la clase sindical actual.
En el presente encontramos gremios que en sus filas, salvo honrosas excepciones, sus cúpulas dirigenciales llevan más de 20 años al frente de las luchas. El problema no radica en el tiempo, sino más bien en la razón de su existencia.
Aunque cueste reconocer, y despierte debates de alto impacto para la sociedad, el sindicalismo argentino discute únicamente salarios, o al menos sus reclamos se enfocan en la cuestión salarial, lo cual no es menor, pero sin dudas no debería ser lo único importante, tenemos las condiciones de trabajo, horarios, capacitaciones, idoneidad, etc.
Ahora bien, pensemos en los sucesos de las últimas semanas vinculados a Aerolíneas Argentinas. El debate si se cierra o no la empresa directamente ha ocultado toda la realidad que esconde uno de los modelos de empresas de gestión pública que, desde su estatización, ha generado controversia en muchos aspectos.
Independientemente de si es rentable económicamente la empresa, lo cual no es una discusión menor, aunque si de esta manera se garantiza la conectividad dentro del país en cada punto extremo del país, se podría justificar su existencia en este sentido. Sin embargo, el problema que se presenta no desde la asunción de Milei, sino desde hace tiempo, es la utilización de la empresa del estado para financiar la militancia política y a sus referentes gremiales.
Quizás la confusión que no nos permite comprender en profundidad esta incapacidad de encontrar un punto de equilibrio no provenga de la mirada antagónica entre privatización y estatización. Pero sí, en la falta de actualización dentro de los gremios que, abulonados en sus sillones y, por consiguiente, en sus luchas históricas, no logran discernir entre la mística de los 70 y la actualidad comercial de una empresa, ya sea pública o privada.
Entonces, inmersos en la realidad actual y abrumados por la decisión egoísta de los dirigentes sindicales, es que muchos obreros, como los 15 trabajadores de inter cargo que han sido despedidos la semana pasada, son las víctimas no de un capitalismo feroz sino de la irresponsabilidad de sus dirigentes. Quienes encuentran en los reclamos brutales un modo de poner en peligro a los trabajadores que, indefensos por no contar con inmunidad gremial, son la denominada carne de cañón de los enfrentamientos con el gobierno.
En el medio quedan los usuarios que ajenos a la discusión siembran su cuota de bronca enfados por los gastos imprevistos, la pérdida de tiempo y seguramente también la posibilidad de perder sus empleos por la doctrina del secuestro que propone el sindicalismo que no representa a los trabajadores en su mayoría sino a los intereses de unos pocos.
En definitiva, la monarquía paralela que son los sindicatos en la Argentina, ha sobrevivido distintos tipos de gobiernos, militares, de derecha, de izquierda y centro, y en cada uno de ellos ha encontrado el modo de conseguir más dinero para sus sindicatos que para sus afiliados. Centrando la discusión únicamente en la cuestión salarial y eliminar los despidos, quitando de este modo la meritocracia, la capacitación permanece responsable y la mejora continua de los trabajadores
De tal manera, pretender un enfrentamiento entre trabajadores con trabajadores para obtener un rédito, además de no lograr la empatía social frente a la demanda que generalmente es salarial, provocan el sostenimiento del modelo de la grieta. Este modelo anula el debate e inhibe la discusión global de los problemas. Además de poner en tela de juicio la necesidad de contar con un ordenamiento sindical dentro de la empresa.
La solución probablemente no provenga de la eliminación de los sindicatos sino de la reestructuración de ellos y la urgencia de contar con sistemas de democráticos de elección de sus representantes, principalmente para recuperar la autonomía gremial dejando de lado la afinidad partidaria que constantemente produce enfrentamientos ideológicos y no respecto a las condiciones laborales.
Alejandro Chini