El pacto de mayo podría ser un punto de partida para empezar o terminar algo, entre ilusiones y apoyo por compromiso se trazó un nuevo acuerdo, o al menos eso han querido contar.
Quizás sea un nuevo título o un eslogan más de tantos que se han planteado a lo largo de los últimos 42 años en el país donde la política le pide a los políticos que hagan política y dejen de ajustar las necesidades del país a sus intereses o a servirse de las herramientas del estado a negocios que no cumplen con las normas de existencia, es decir, generar puestos de trabajo, cuidar el medio ambiente, generar riquezas, pagar impuestos, entre otros.
Por eso pensar en un punto de partida nos ofrece la posibilidad de que desde este nuevo ensayo de unidad nacional las cosas se puedan acomodar, y que a través de los diez puntos se puedan encaminar un poco las cosas y que aquellos que esperan ser convocados para vivir una oportunidad dejen de esperar.
El inconveniente que veo al considerar este pacto de mayo son las ausencias, más allá que alguna vez algún pensador sostuvo que es mejor prestar atención en los que están presentes en lugar de los que faltaron a la firma; las ausencias no son los gobernadores que faltaron o los presidentes que descartaron la convocatoria, sino las bases de sustento de los candidatos que son los partidos políticos.
Es de esperar que consideremos que los partidos históricos pasaron al olvido y, por lo tanto, no tienen razón de ser, sin embargo, cuando hablamos de gobernar un estado además de la Constitución Nacional es necesario contar con los mecanismos que nutren al gobierno, de algún lado deben surgir los candidatos ya sea de la unidad de partidos de menor o mayor escala que conforman un frente o de la unidad de varios frentes capaz de depositar a un candidato a conducir el país o un gobierno provincial.
Con lo cual considerar que realizar la firma del presente pacto trazando una línea únicamente vinculada a la cuestión económica ignorando la matriz de los problemas o soluciones que tiene el país nos invita a pensar que transitamos inocentemente hacia una nueva frustración, ya que suponer que la cuestión electoral solamente debe ser puesta a consideración cuando se eligen candidaturas es al menos un llamado de atención.
Indudablemente que la necesidad de rediscutir el modelo de país lleva tiempo y lograr una masa social y política lo convenientemente amplia para lograr consensos no se obtiene de la noche a la mañana, principalmente si observamos que el modelo del látigo de la billetera sigue siendo el mismo, puesto que lo único que cambio son los modales. Es decir, un consenso o pacto que se firme para modificar un modelo utilizando la misma receta nos ofrece suponer que nada cambiará.
Aquí vuelven a tomar relevancia los partidos políticos, no por la mística, ni la historia, mucho menos por todo lo malo que sabemos que han surgido de ellos, sino de aquello que debemos cambiar para que los errores no se vuelvan a cometer. En estos 42 años de diferentes gobiernos se describe un defecto cíclico que cada nuevo presidente insinúo o quiso demostrar que podía cambiar, apuntando los cañones a la cuestión económica únicamente y no a la institucionalidad del estado.
Resulta que mientras a algunos les toca gobernar a otros les toca desestabilizar, ese acuerdo no escrito, pero si tangible pone permanentemente en jaque el modelo económico, político y social argentino, con lo cual, independientemente de lo exitoso del pacto o de las bases que sustentan el documento, si no se incorpora la cuestión electoral dentro de los acuerdos que nos ofrezca el futuro, la responsabilidad siempre quedara en manos del presidente, cuya persona si se equivoca nadie le dirá su error y si comienza a gestionar en buen rumbo aquel que no forma parte del gobierno buscara entorpecer la gestión al punto de desestabilizarlo, ya no poniendo en riesgo la democracia sino la gobernabilidad, dicho de otro modo, si no cambiamos el modelo electoral argentino tendremos muchos “Albertos Fernández” que solo transcurrirán por la presidencia entregando cuotas de poder a aquellos que se sirven del estado en favor propio y no del pueblo.
Esta reforma no significa hablar de castas políticas, ni de partidos políticos, sino de comprender el mundo que nos rodea y las posibilidades de resolver el presente sin mirar el pasado como guía. Las generaciones que se ofrezcan como candidatos en la gestión Nacional, Provincial o municipal, deben contar con herramientas acordes a los tiempos que corren con suficiente solvencia como para que las decisiones tengan impacto inmediato y puedan ser comprobables, de lo contrario la “Caja de resonancia” que alguna vez fueron los partidos políticos seguirán siendo las organizaciones sociales que manejadas por la ira del olvido y desprecio ofrecen soluciones que se almacenan en castillos de cristal que ante el menor movimiento se rompen en mil pedazos.
Seamos la reforma que el presente nos pide, ofrezcamos la solución que el futuro nos exige sin olvidarnos que los desestabilizadores se reagrupan y se presentan en muchas formas distintas.