En un país donde los escándalos de corrupción son tan frecuentes como los apagones en verano, uno podría pensar que la paciencia del electorado tiene un límite. Pero en Argentina, el peronismo sigue siendo la excepción a cualquier lógica política. A pesar de una lista interminable de delitos, estafas y malversaciones, este movimiento continúa siendo la opción preferida de millones de argentinos. ¿La razón? Una memoria selectiva que roza la negación colectiva.
El peronismo ha sobrevivido décadas de corrupción no por sus méritos, sino porque sus seguidores parecen aferrarse a un mito fundacional que ya no tiene relación con la realidad. La narrativa de Perón y Evita, esa épica de la justicia social y el «pueblo» contra las «oligarquías», sigue siendo el cuento de hadas que justifica cualquier atrocidad cometida en nombre del movimiento. Mientras los líderes se enriquecen y las políticas fracasan, el votante peronista cierra los ojos, se tapa los oídos y grita a los cuatro vientos que «todos son iguales».
La última década y media no ha sido benévola para la imagen del peronismo. Desde los casos emblemáticos de corrupción como el «Valijagate» de Antonini Wilson, los cuadernos de las coimas que involucran a las más altas esferas kirchneristas, hasta los millones de dólares escondidos en monasterios y las mansiones de lujo. Cada escándalo expuso la doble moral de un partido que, mientras proclamaba luchar por los pobres, enriquecía a sus líderes de maneras indignantes.
Pero lo que resulta aún más asombroso es cómo el movimiento logró sobrevivir a cada uno de estos golpes sin colapsar electoralmente. A cada caída de un líder peronista, otro surgía de las cenizas, a menudo con el mismo discurso desgastado pero efectivo.
Las elecciones presidenciales de 2015 y 2019 son un reflejo de esta extraña capacidad del peronismo para reinventarse. La derrota de Daniel Scioli en 2015 ante Mauricio Macri marcó un punto de inflexión, donde parecía que el ciclo peronista finalmente estaba cerrándose. Pero, al igual que un titán herido, el peronismo retornó en 2019 bajo la figura de Alberto Fernández, quien, a pesar de estar rodeado por las mismas caras del pasado, logró capturar nuevamente el poder.
Aquí es donde la crítica se vuelve personal. ¿Qué tipo de sociedad elige repetidamente a sus verdugos? El votante peronista no es simplemente un espectador inocente. Es, en muchos casos, un cómplice activo que prefiere el clientelismo y las promesas vacías a la responsabilidad y la transparencia. En lugar de exigir rendición de cuentas, eligen perpetuar un sistema corrupto que les da migajas mientras sus líderes se llevan la torta.
La memoria selectiva de este electorado no es una falla del sistema; es una elección deliberada de mirar hacia otro lado, de minimizar lo inaceptable en nombre de una lealtad que ya no se sostiene. Fiel reflejo de esto es el ya aclamado “Fabiolagate”, donde por si algo necesitaba la política nacional, era un presidente que con una mano sostenía el pañuelo verde y con la otra golpeaba a su esposa, mientras ella asentía ante la inacción de todo un movimiento político que sabía lo que sucedía puertas adentro de Olivos.
Sin lugar a dudas, en la cúspide de más de 20 años de escándalos kirchneristas, este de Alberto Fernández debe encontrarse muy cerca de la cima. La sola imagen de un mandatario golpeando a su mujer (o a cualquier otra) basta como para ser uno de los hechos más escandalosos y repudiables, que deshonran completamente lo que significa la figura presidencial. Es que pareciera que ya nada asombra: ni las entrevistas de Fabiola, ni las amenazas de quitarse la vida del propio Fernández, ni todas las evidencias que demuestran que en plena pandemia la quinta de Olivos era utilizada como un lugar de fiestas privadas para la exclusiva diversión del presidente con damas de compañía.
¿Dónde ha quedado la capacidad de asombro entonces? Quizás en observar que, aun con todas estas pruebas reveladas minuto a minuto, y con una dirigencia que trata de despegarse lo más posible del muerto, el “fandom” kirchnerista se resiste a creerlo. Alberto pasará, y la política, necesariamente, más temprano que tarde, los reciclará, volviendo a la actividad tal como lo hicieron Scioli, Cristina y hasta el propio Massa, del cual, seguramente, en algunas semanas tendremos novedades de su relanzamiento. Pero la verdadera pregunta que queda es: ¿cuánto más tiempo podrá la Argentina soportar un sistema donde la corrupción es la norma y la memoria selectiva, su mayor cómplice?
Bryan Villalba…