Generalmente, cuando realizamos diversos tipos de análisis o planteos de índole económica, filosófica o política, utilizamos una metáfora que replica el título de esta columna. Esto se debe a que el ojo del huracán generalmente simula una tensa calma, pero al contrario de lo que parece, es el momento más peligroso del fenómeno meteorológico. Esto nos lleva a Siria, ya que luego del fin de la era del terror conducida por el clan Al Assad, el liderazgo en el país puede entronar a personas o grupos de dudosas intenciones.
La dinastía Al Assad debutó en el poder durante los años 70, a través del partido Baaz Árabe Socialista (de corte populista, socialista y revolucionario). Háfez Al-Ásad comenzó a gobernar Siria con mano de hierro, reprimiendo, persiguiendo, secuestrando y asesinando a todo aquel que se atreva a desafiar su liderazgo. Luego de 3 décadas de autoritarismo y violencia, su hijo Bashar Al-Ásad asumiría el poder, casi por casualidad ya que el heredero, su hermano mayor falleció en un accidente. Oftalmólogo de profesión Bashar se convierte en el presidente, continuando con la tradición familiar, su régimen se sostuvo a base de violencia extrema y aliados sombríos.
Desde el año 2011 comenzaron las revueltas y si bien al principio, Al-Ásad se mostró dialoguista y democrático, pronto revelaría su verdadero rostro y comenzaría a atacar despiadadamente a todas las facciones opositoras e inclusive a miembros de la prensa. Hasta el año 2015, la violencia fue feroz y no se dieron tregua, ahí fue cuando intervino su histórico aliado Vladimir Putin y todo el poderío militar ruso. Además del país europeo, el régimen de Al-Ásad se alió con Irán y con organizaciones terroristas como Al-Qaeda y Hezzbollah, relaciones que le costarían muy caro.
Este año, Siria enfrentó varios focos de conflicto, por un lado, las distintas facciones rebeldes que avanzaban a paso firme hacia la capital, por otro lado, las fuerzas israelíes que bombardeaban sin cesar a distintos objetivos militares y como si esto no fuera poco, sus aliados rusos disminuyeron significativamente su presencia en el país ya que Putin debía atender su propio conflicto armado en Ucrania. Todo esto significó para Al-Ásad y su régimen, la tormenta perfecta. Asediado por varios frentes, el dictador huyó del país y los rebeldes tomaron la capital. Hoy en día, el país se encuentra en manos de un grupo militar llamado HTS, liderado por Abu Mohammed al Jawlani, un rebelde de dudosa procedencia y cuyas intenciones no son para nada claras.
Vinculado con Al Qaeda y presuntamente con ISIS, al Jawlani por el momento goza del beneficio de la duda por parte de las potencias europeas y por Estados Unidos. Si bien las intenciones del grupo HTS no son claras, algunas de sus acciones dan ciertos indicios que pueden ser llamados de atención. En cada territorio que fueron ocupando, impusieron la ley islámica, pero no del modo extremo con el que se lleva a cabo en otros países, esta moderación es vista con buenos ojos por occidente, mientras que en varios países musulmanes los acusan de ser muy moderados.
Mientras se dirimen las intenciones de las facciones que hoy dominan Siria, se están produciendo oleadas de sirios emprendiendo la vuelta al país luego de años de exilio. Sin dudas llevará décadas reconstruir un país destruido por conflictos interminables y de diversas índoles, hoy por hoy el panorama es sombrío pero una cosa es cierta, la dinastía Al-Ásad ha llegado a su fin, sin embargo, sus atrocidades recién comienzan a descubrirse.
Matías Lezcano…