Finalmente llegó la patada al tablero que muchos estaban esperando. Cristina Fernández de Kirchner anunció su candidatura para competir por la conducción del Partido Justicialista en las elecciones internas del 17 de noviembre. Un regreso que la mayoría dentro del PJ daba por descartado, pero que confirma, una vez más, que en la política argentina lo inesperado siempre está a la vuelta de la esquina.
Tras la aplastante derrota en las elecciones nacionales, con Sergio Massa como abanderado de una causa perdida, y la desaparición de cualquier tipo de liderazgo tras el bochornoso escándalo que envolvió al último presidente del partido, Alberto Fernández, por los episodios de violencia de género hacia su exmujer, el PJ quedó huérfano. Sin embargo, la irrupción de Cristina en la escena partidaria devuelve al kirchnerismo a su vieja táctica: controlar desde las sombras y resistir cualquier intento de renovación interna que implique un verdadero cambio.
Hasta hace pocos días, gran parte del espacio barajaba la posibilidad de una interna que reflejara el resurgimiento de nuevos (aunque no tan nuevos) liderazgos. La idea de un peronismo renovado, liderado por figuras como Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires y quien algunos ya perfilan como posible candidato presidencial para 2025, ofrecía una esperanza de modernización. Sin embargo, la movida de Wado de Pedro, quien hace tan solo unos días impulsó públicamente la candidatura de Cristina, terminó por dinamitar cualquier posibilidad de una renovación genuina.
Cristina, fiel a su estilo, no necesitó mucho más que una carta abierta para descolocar a todo el espacio. Un sector que, a la desesperada, buscaba desmarcarse lo más posible de la figura de una líder cuyo historial judicial está a punto de coronarse con una condena firme de la Cámara de Casación en cuestión de semanas. Esto deja poco margen para la construcción de un futuro electoral viable en un contexto donde la sociedad pide a gritos transparencia y renovación.
En su carta, Cristina no escatimó en excusas, como nos tiene acostumbrados. Resumió fielmente el pensamiento del kirchnerista promedio desde el 10 de diciembre: la culpa es siempre del otro. O mejor dicho, del electorado, que osó votar cualquier cosa antes que peronismo. Desde la asunción de Javier Milei, el movimiento que ella pretende liderar se ha dedicado a entorpecer, de manera sistemática, cualquier proyecto del nuevo gobierno, sin importar si beneficia o no a la sociedad.
Temas que la mayoría de la ciudadanía considera urgentes y necesarios, como la ley de boleta única de papel o la Ley de Bases, fueron enfrentados con un rechazo casi automático. Estas iniciativas, que podrían representar una mejora en la transparencia democrática, fueron desechadas bajo el pretexto de defender a un modelo que cada vez se aleja más de la gente. Pero no solo eso, también votaron en contra de la Ley de Registro de Datos Genéticos vinculados a delitos contra la integridad sexual y la Ley Antimafias. El mensaje es claro: cuando hay que elegir entre el bienestar ciudadano y la protección de intereses oscuros, el kirchnerismo elige lo segundo.
Cristina, en su carta, insiste en que su objetivo es “enderezar y ordenar” el partido. Pero, ¿cómo puede ordenar una estructura que parece no tener un norte claro? Hoy, el peronismo enfrenta dos desafíos fundamentales de cara a 2025. El primero es encontrar un líder que, en pleno siglo XXI, represente algo más que el agotado relato del pasado. Un líder que pueda devolver la confianza a una sociedad que cada vez se siente más distanciada de su dirigencia. Y segundo, recuperar el espacio perdido en la calle. Las unidades básicas, los actos populares, y ese peronismo de “a pie” que alguna vez supo conquistar corazones, hoy parecen haberse convertido en cotos de poder clientelar donde la movilización se paga con vales, mercadería, o subsidios.
El peronismo necesita volver a escuchar a la gente. Los problemas de la sociedad han cambiado, y aquellos “rosqueros de café” y “tuiteros de trinchera” deben salir del micromundo digital y bajar al barro, donde están los verdaderos problemas. La corrupción, la falta de transparencia y la búsqueda de líderes que ejecuten antes que saraseen son las principales preocupaciones del ciudadano común. En lugar de promesas vacías, el electorado demanda soluciones concretas y urgentes. Si el peronismo no es capaz de ofrecer eso, el proyecto de volver al poder dependerá únicamente de los errores de la administración actual.
En resumen, la vuelta de Cristina Fernández de Kirchner a la conducción del PJ es un intento desesperado por controlar un espacio que se cae a pedazos. Sin embargo, si el peronismo no se reinventa, su regreso podría ser el último acto de una obra que ya está en declive. Para 2025, el kirchnerismo no necesitará enemigos externos, su mayor adversario será su propia incapacidad de adaptarse a los tiempos que corren.
Bryan Villalba…