En un país donde la política parece haber olvidado los matices, pocos binomios resultan tan intrigantes como la relación entre el presidente Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri. Ambos personajes, aunque parecen distantes en ideología y estilo, sostienen una alianza extraña y pragmática que, sin ser explícita, se ha vuelto el sostén de la gobernabilidad actual. Pero más allá de los beneficios inmediatos, lo cierto es que esta relación plantea serias dudas sobre su verdadera naturaleza: ¿es una alianza sólida, o estamos frente a una conveniencia mutua que podría derrumbarse en cualquier momento?
Desde la génesis de este gobierno, el PRO ha sido el pilar de apoyo que permite a Milei mantener una mínima estabilidad en el Congreso, donde no cuenta con mayoría propia. El partido de los “globos amarillos” ha asegurado que las reformas de Milei –algunas cruciales, otras más simbólicas que efectivas– puedan avanzar sin demasiados sobresaltos. A cambio, el PRO ha obtenido puestos importantes en el gabinete y, con ellos, cierta influencia en la toma de decisiones clave. Esta relación, nacida de una admiración mutua, parece cada vez más desgastada a medida que los roces en el Congreso y las frecuentes arremetidas públicas de Milei ponen a prueba la paciencia de Macri y su círculo cercano.
Macri ha jugado sus cartas con astucia desde el inicio, bajando una orden clara a sus filas para que voten aquellas leyes que sostengan la gobernabilidad de Milei, siempre y cuando no comprometan los pilares del PRO. Esto ha permitido que el partido de origen porteño, sea el único bloque parlamentario que ha mantenido su integridad en números y ha evitado divisiones internas significativas. Así, leyes claves como la Ley Bases y el DNU 70/2023, junto con el blindaje de vetos a leyes populares, han salido adelante con el respaldo tácito –y, a veces, incómodo– del Pro.
¿Por qué lo hacen? Porque Macri y su equipo entienden que estar en la vereda de enfrente, distanciados del oficialismo de Milei, implica el riesgo de ser subsumidos por la polarización y quedar, nuevamente, en una dicotomía desgastante entre “oficialismo” o “kirchnerismo”. En tiempos en que los oficialismos suelen recibir un respaldo importante en elecciones intermedias, el PRO se asegura así de no perder capital político en el Congreso, evitando a toda costa un desgaste que podría ser fatal en caso de que Milei decida emprender una ofensiva política.
Por su parte, Milei no es ajeno a esta realidad. Aunque el discurso confrontativo y la promesa de un cambio radical lo llevaron a la presidencia, sabe bien que sin el respaldo del PRO su margen de maniobra legislativa es prácticamente nulo. Sin esta alianza, el oficialismo de La Libertad Avanza estaría solo en el Congreso, y la oportunidad de consolidar el modelo que propone se desvanecería rápidamente. Milei también se encuentra en una trampa: necesita al PRO, pero su estilo beligerante, que no perdona ni amigos ni enemigos, ha tensado la relación al punto de ponerla al borde de la ruptura.
En una entrevista reciente, Macri expresó abiertamente su frustración con el presidente, cuestionando el valor de mantener un diálogo que, en su opinión, no se traduce en resultados concretos. Este descontento no es casual: refleja una incomodidad latente que podría volverse insostenible en cualquier momento. La verdadera pregunta aquí es: ¿hasta cuándo podrá mantenerse esta dinámica de conveniencia mutua antes de que alguna de las partes decida cortar por lo sano?
De cara a las próximas elecciones legislativas, el equilibrio de esta relación resulta clave. Macri, siempre calculador, sabe que el PRO arriesga mucho más en esta jugada, al poner en juego numerosas bancas y apostar a una alianza con un gobierno que podría enfrentar un desgaste significativo. Si Milei no logra consolidar una gestión medianamente estable, el riesgo de perder apoyo parlamentario en 2025 es real, y el PRO se ve ante la disyuntiva de buscar ser la opción más potable en la próxima elección presidencial si el gobierno de Milei cae.
Por otro lado, Milei también entiende que, si bien hoy necesita al PRO para evitar el bloqueo legislativo, una debacle en las intermedias lo dejaría con muy pocas opciones de sostener su proyecto de gobierno. Sin un bloque parlamentario sólido, el sueño de una “nueva Argentina” quedaría en el aire, a merced de la volatilidad política que domina el país.
Entonces, ¿qué tan sólida es realmente esta alianza? Más que un acuerdo estratégico, parece ser una mera conveniencia temporal que beneficia a ambos, pero que carece de un fundamento real. Si Milei continúa su camino de confrontación total, la alianza con el PRO podría disolverse en un abrir y cerrar de ojos, y tanto él como Macri podrían verse obligados a replantear.
Quizás estemos ante una de las relaciones más frágiles y oportunistas de la política argentina reciente. Lo que hoy parece una colaboración estratégica podría revelarse como un pacto endeble, nacido de la urgencia y de la necesidad, y que podría colapsar en el momento menos esperado.
Bryan Villalba..