Hablar de suicidio sigue siendo un tabú en muchas sociedades, pero es una conversación urgente que no podemos evitar. El suicidio, el acto de quitarse la vida de manera intencional, es un comportamiento extremo que suele ser el resultado de una compleja interacción de factores psicológicos, emocionales, sociales y biológicos.
Cuando alguien comienza a tener pensamientos suicidas, generalmente es porque está atrapado en una profunda angustia. En ese estado, la persona no logra ver una salida a su dolor, lo que la lleva a considerar esta opción desesperada. El psiquiatra Norberto Abdala, en su libro En mi cerebro, mis hormonas y yo, explica que tres factores suelen estar presentes en quienes intentan suicidarse: la incapacidad de resolver problemas interpersonales, una desesperanza depresiva sobre el futuro y una mala regulación emocional.
Los trastornos mentales como la depresión, el trastorno bipolar o algunos tipos de ansiedad, pueden distorsionar gravemente el pensamiento de una persona. Estos trastornos generan un ciclo de pensamientos repetitivos, en los que la persona se aísla, viendo el suicidio como la única salida a un dolor que parece interminable. En otros casos, experiencias traumáticas pueden marcar profundamente a alguien, dejándolos sin la capacidad de superar el trauma.
Es importante estar atentos a las señales de advertencia. Entre ellas se encuentran: expresar deseos de morir, hablar de la muerte como una liberación, sentirse una carga para los demás o experimentar una culpa o vergüenza abrumadora. Los cambios en el comportamiento también pueden ser indicadores, como desarrollar un plan para el suicidio, alejarse de amigos y familiares, mostrar cambios drásticos de humor o incluso regalar pertenencias valiosas.
A pesar de la gravedad de la situación, es fundamental destacar que hoy en día existen diversas herramientas y tratamientos que pueden ayudar a las personas a superar la ideación suicida y a elaborar el malestar que sienten. Algunas de las estrategias más efectivas incluyen:
- Terapia Cognitivo-Conductual (TCC): Esta terapia permite a las personas identificar y desafiar los pensamientos negativos que alimentan sus deseos suicidas. A través de ella, pueden desarrollar nuevas habilidades para afrontar el estrés y el dolor emocional de manera más saludable.
- Estrategias de regulación emocional: Técnicas como la atención plena (mindfulness) y la relajación son útiles para gestionar la ansiedad y el estrés. La práctica de la atención plena ayuda a ser consciente de los pensamientos sin dejarse abrumar, mientras que la relajación disminuye la intensidad de la angustia emocional.
- Plan de seguridad: Elaborar un plan de seguridad junto con el paciente es clave. Esto incluye reconocer las señales de advertencia tempranas, crear una red de apoyo (amigos, familiares o profesionales) y desarrollar estrategias para manejar los impulsos suicidas.
Hablar del suicidio no es fácil, pero es una conversación necesaria. Con apoyo adecuado, muchas vidas pueden salvarse.
María Selene Bortolotti