La complejidad de comprender el presente es un tema serio y no es suficiente con un simple análisis. Poner en duda el presente y discutir lo que vendrá nos anima a incursionar en una ansiedad permanente en la que necesitamos confrontar con algo o alguien para saber qué estamos viviendo.
Es tan curioso el presente que no nos permitimos celebrar las victorias o los logros, a menos que sea mediante una agresión o un conflicto. Parecía que el gen argentino se nutre de conflictos y no de resultados. Lo normal sería exponernos a un desafío, competir, ganarlo o perderlo, celebrarlo o aprender según sea el caso. Sin embargo, en la Argentina nada de esto ocurre.
Por un lado, la ansiedad que nos impide festejar las metas alcanzadas dando por terminado el desafío y prepararnos para un nuevo enfrentamiento, por el otro tantos años de dejarnos conducir por la doctrina barra brava que nos impide observar con atención nuestros modales e incluso algo más importante, “el sentido de la oportunidad” para comprender que lo importante es el proceso y el análisis del resultado.
Esta triple combinación de ansiedad, más barrabravismo con el desprecio por el análisis, nos pone permanentemente en lugares de desacierto comunicacional y dirigencial. Tanto es así, que en lugar de celebrar un nuevo campeonato obtenido en la Copa América, se generó un extenso debate por los dichos de jugadores de futbol y la intromisión de la política o al menos de unos pocos dirigentes o funcionarios que creen contar con suficiente respaldo para opinar sobre otros países y que esto no es más que el recuerdo de décadas de gobierno kirchnerista.
La diplomacia Argentina ha tenido diversos episodios, algunos donde la altura y la autoridad nos ponían en discusión como ocurrió con Raúl Alfonsín cuestionando el modelo Estadounidense de ver el mundo, otros vergonzosos como los que ofrecía Alberto Fernández insinuando que los argentinos vinimos en barcos, los brasileros de la selva y los mexicanos de los indios, además de aquellos tristes en manos de Galtieri como él siguieren venir que vengan les presentaremos batalla.
Estas diferentes formas de representar al País exigen una revisión para adentro, un análisis de los representantes que se eligen, una comprensión real de que aquellos que conducirán el destino del país no lo harán en representación ideológica o con sangre caliente dispuesta a responder con bravuconadas los dichos por ejemplo de un futbolista.
Entonces, comprender la diplomacia no significa callarse o evitar los enfrentamientos, sino saber interpretar el momento para opinar o defender una idea u opinión.
En la mirada hacia adentro, también es imprescindible contar con una crítica observación que defina las prioridades del gobierno y los alcances de los enfrentamientos, de lo contrario suceden actos que pueden ser voluntarios o quizás inocentes en los cuales, la vicepresidente asume que puede proponer un enfrentamiento de tipo ideológico con uno o más países por la forma de administrar su territorio y eventualmente aquellos en los que tiene alguna responsabilidad.
Sucede que de no existir esta observación cautelosa, podemos discernir que el único habilitado a enfrentarse con cualquier país y esbozar cuestionamientos por su forma de administrarlos es el Presidente de la República Argentina, dejando entrever que los conflictos son iniciados y ababán cuando solamente él lo decide.
Quizás en el manejo marketinero se puede coincidir en el método presidencial, aunque no sea del agrado de la mayoría es un recurso utilizado y convalidado por la vocería presidencial, el problema se da lugar cuando comenzamos a confrontar con los países de la región tratando de limitar la relación a unos pocos intereses que permitan sostener la ideología imperante.
Al auxilio de un potencial enojo europeo, toma fuerzas nuevamente la Secretaria General de la Presidencia, quien, además de desautorizar a la vicepresidente, demuestra un conflicto diplomático, pero en este caso internamente.
Ante estas evidencias, es posible suponer que el futuro político puede ofrecer esquemas de gobierno que se sigan separando uno en la cuestión ejecutiva y otro en la cuestión legislativa. Solo resta observar cómo absorberá este nuevo desaire del ejecutivo, la vicepresidente.