La vida un es un sinfín de experiencias y vivencias, muchas de ellas están vinculadas al contexto en el que nos criamos: una ciudad, una provincia o un país. De las mismas surgen aquellas mundologías gratas, alegres, recordables, sin embargo, también existen aquellas que son indignas, desagradables y olvidables, a tal punto que aquellas personas que las padecen quisieran sufrir amnesia para poder dejarlas atrás y aliviar aquellos malos tragos que la propia vida les ha dado o que la dirigencia política de un país, los obligó a sufrir.
Para otorgarle un marco de génesis, el origen de todo, es evidente que, según el lugar de procedencia, de crianza o donde finalmente decida instalarse y residir el sujeto, a partir de ese instante, comienzan a generarse las oportunidades o a desaparecer, como si fuera una luz intermitente de un viejo faro que se vislumbra en el horizonte en una noche incierta en el bosque oscuro. De esta manera, podemos inferir que vivir en una determinada superficie (País), brinda el acceso de derechos y beneficios, o abre la puerta hacia un futuro de eternos padecimientos y bastardeo producto de la mala praxis de la dirigencia política que fabrica, aplica y ejecuta las herramientas y políticas de Estado, todo ello sella el destino y el futuro.
Un hecho de calvario tortuoso es el jubilarse en Argentina, recordemos que: La jubilación significa recibir una prestación económica que concede la Seguridad Social para compensar la pérdida de ingresos que sufre una persona cuando, al cumplir la edad establecida, cesa en su trabajo y pone fin a su carrera profesional.
En julio del 2024, Eugenio Semino, defensor de la tercera edad de la Ciudad de Buenos Aires, detalló los pormenores de un derrotero que desemboca en la actualidad en lo que calificó como una “crisis humanitaria” para los adultos mayores.
Es que los datos exponen y demuestran que, desde diciembre de 2017, los haberes jubilatorios se fueron licuando en cada uno de los diversos procesos políticos.
En ese primer hito, se quedaron en el camino 6 puntos por el empalme de los regímenes. Entre 2018 y 2019, siguió, se perdieron 19.5% respecto de la inflación. A partir de entonces se cayó la ley de movilidad vigente y desde marzo de 2020 los reajustes los aplicaba el ex presidente Alberto Fernández los fijaba por DNU, por lo cual se aplicaron índices decrecientes según el monto, por un supuesto principio de solidaridad.
En función de ese mecanismo, se reajustaron las jubilaciones mínimas el 11.56% y en menor medida las escalas ascendentes, hasta llegar al mínimo 3% para las mayores.
Con ese sistema, se acható la pirámide. Al cabo de ese período, la retracción promedio fue de entre el 10% y el 15%.
En el 2020, se sancionó una nueva ley de movilidad jubilatoria que no contemplaba una cláusula de garantía por inflación. Así, en 2021 los haberes salieron casi empatados, apenas un punto arriba del aumento de precios. Pero a partir de mediados del 2022, y hasta diciembre del 2023, la pérdida fue más grande aún.
Con la instalación del bono adicional, se volvió a una política de reajustes discrecional y, para colmo, a través de pagos no remunerativos. Cabe aclarar que el El Estado no puede pagar sumas en negro y sin una ley que ate los montos a porcentajes en función de ciertos parámetros.
Por otra parte, en 2023, los jubilados que cobraban bonos, un universo que excede los 5 millones de personas, reajustaron el 140%, mientras que los que no reciben bono, el 110%. Teniendo en cuenta que ese año la inflación culminó en 211%.
Con la nueva gestión del presidente Javier Milei, que inició el 12 de diciembre pasado hubo un cimbronazo con la decisión de una devaluación del 118%. Todos los asalariados, y el eslabón más débil de los jubilados, vieron licuados hasta la mitad sus ingresos. A eso le siguieron meses de subas de precios del 25, 20 y 13%.
Con esto debemos clarificar que 35 puntos del famoso superávit o equilibrio fiscal del que alardea la gestión libertaria es, entre otras cuestiones, a costa del recorte de ingresos a jubilados y pensionados, que en la actualidad ya no pueden costearse y tampoco acceder a los medicamentos, y ni hablar del acceso a una vivienda.
Como lo definió el propio Eugenio Semino, a este cuadro dramático que viven los jubilados en argentina, es una “crisis humanitaria”. A lo que me tomo el atrevimiento de sumarle que pertenecer a la tercera edad aquello en nuestro país es un “golpe brusco de la vida”.
Diego Salazar…