Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. 08 de diciembre de 2024.
En nuestra Patria, por una autorización de la Santa Sede, desde hace algunos años, cuando coincide un domingo de Adviento con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, se permite celebrar a nuestra Madre en esta fecha, el 8 de diciembre, que es tan significativa para los cristianos en nuestra tierra. Agradecemos también a Dios el don de la vocación presbiteral que nos ha permitido celebrar el pasado viernes en Jardín América la ordenación de dos nuevos sacerdotes para nuestra Iglesia diocesana.
En relación a la celebración de la Inmaculada Concepción, habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Debemos reconocer que el contexto no los ayuda demasiado. Desde las propuestas consumistas que bombardean en las programaciones de los medios de comunicación, hasta problemas que no sólo no terminan de resolverse, sino, por el contrario, se multiplican gravemente como el problema de la droga y alcohol.
Sabemos que hay algunas iniciativas tanto públicas como privadas, y también por parte de las iglesias, para la prevención de adicciones y la contención de los jóvenes que padecen el flagelo del consumo problemático Y cada tanto leemos que se encuentran algunos cargamentos de droga. Pero somos conscientes que este “mundo” de la droga sigue creciendo. También tenemos conciencia de que, si esto crece “infernalmente”, es porque hay complicidades. Nos preocupa que cuando tocamos especialmente este tema que mata humanamente a muchos de nuestros jóvenes, quedan muchos silencios. El Papa Francisco en una de sus catequesis de este año nos decía: “ante la trágica situación de toxicodependencia de millones de personas en todo el mundo, ante el escándalo de la producción y el tráfico ilícitos de estas drogas, no podemos ser indiferentes. El Señor Jesús se ha detenido, se ha acercado, ha curado las llagas. Siguiendo el estilo de su proximidad, también nosotros estamos llamados a actuar, a detenernos ante las situaciones de fragilidad y dolor, a saber, escuchar el grito de la soledad y la angustia, a inclinarnos para levantar y traer de vuelta a una vida nueva a quienes caen en la esclavitud de la droga”. (Papa Francisco, Catequesis 26.06.2024)
La droga no es el único mal que padecen nuestros jóvenes, hay muchos otros males como el alcoholismo, la promoción de una sexualidad promiscua, incluso en planteos educativos… todo esto fruto de una visión del hombre (varón y mujer) materialista y sin ninguna dimensión de lo trascendente. Sabemos que el ambiente influye en gran medida en la voluntad y la libertad de aquellos que en la adolescencia empiezan a realizar sus primeras opciones fundamentales.
En este contexto tendremos que acentuar con más fuerza el valor de la pureza como clave para la vida de nuestros jóvenes y para todas las edades. Incluso cuando planteamos la educación integral de la sexualidad en nuestras escuelas, tendremos que esforzarnos por introducir un poco más el valor de la ecología humana, el respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, la corporeidad, la biología y la sexualidad. Hablar de la pureza de vida, como una opción fundamental parece ir a contrapelo del consumismo que, con tal de ganar plata, no tiene escrúpulos en destrozar a los niños y jóvenes y la misma dignidad humana. Debemos subrayar que los mismos padres y educadores, como primeros responsables de nuestros jóvenes, necesitan ahondar sobre el valor de la pureza. La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. ¡Qué maravilloso y testimonial es ver la pureza de una anciana, que ha vivido tantas cosas, que ha luchado tanto, que es madre, abuela y su rostro refleja en medio de sus arrugas, la pureza de vida!
La esperanza cristiana, porque tiene a Dios como su meta y absoluto, nos compromete a trabajar activamente con nuestra historia. Los jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que invirtamos en ellos será un signo de esperanza.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.