No fue fácil para la Iglesia naciente comprender la apertura, la actitud misionera y la recepción de los nuevos cristianos venidos del mundo pagano. En los Hechos de los Apóstoles, se reflejan los debates y dificultades en torno a este tema. El Apóstol Pedro reflexiona en el contexto de la Asamblea o Concilio de Jerusalén: “Hermanos, ustedes saben que Dios, desde los primeros días, me eligió entre ustedes para anunciar a los paganos la Palabra del Evangelio, a fin de que ellos abracen la fe” (Hech 15, 7).
El Evangelio de este domingo (Mt 19,30 – 20,16), tiene que leerse en este contexto. La parábola subraya que los últimos en ser llamados a la fe tienen los mismos derechos y están llamados a trabajar en la viña recibiendo el mismo pago que los que llegaron primero.
Los que recién conocen la fe tiene los mismos derechos y están llamados a participar en un pie de igualdad con los de siempre. En el texto bíblico, el Señor llega a decir: “Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mt 20,16). Sólo desde la fe podemos comprender la exigencia de este mensaje: la apertura a los hermanos que llegan, la acogida cordial, la dimensión misionera señalada en Aparecida y en nuestro Primer Sínodo Diocesano, el no buscar los primeros lugares, el no sentirnos superiores a los demás, ni con derechos adquiridos por más que creamos tener méritos para ello.
Los cristianos de hoy como los de la Iglesia naciente necesitamos abrirnos al Espíritu, que quiere renovarnos e impulsarnos a ser Iglesia misionera. El Papa Pablo VI en Evageli Nuntiandi nos dice que: “La razón de ser de la Iglesia es evangelizar” (Cfr. EN 14). Quiero profundizar en una palabra que considero necesariamente ligada a esta cualidad de misionar: “Salir”. Cuando tenemos que mudarnos a otro lado o dejar aquello que estamos haciendo, o bien nos tenemos que ir a estudiar o a trabajar a otra cuidad u otro país, en general sufrimos porque los cambios cuestan. Lo mismo nos ocurre cuando tenemos que dejar una acción pastoral o un criterio por otro más adecuado. Esta palabra “salir” es muy expresiva, porque amar es encaminarnos hacia el otro, caminar desde el egoísmo hacia el amor. Salir implica desacomodarnos y experimentamos eso en las pequeñas y grandes cosas. Por ejemplo, cuando tenemos que salir para ir a una reunión de catequesis familiar, a un encuentro en la escuela o participar en las reuniones vecinales. Salir es dejar las noventa y nueve ovejas y buscar la perdida, como lo hizo el Buen Pastor.
Una Parroquia, un movimiento o una Diócesis, que quiera salir, ser misionera, seguramente experimentará también las dificultades del desacomodamiento. Quizás hasta una cierta crisis, que implicará revisar las estructuras renunciando a aquellas que son obsoletas e inadecuadas, buscando otras que sean realmente funcionales para su misión.
Salir implicará una exigencia, para comprender que tendremos que ir hacia la evangelización de la cultura y hacia la profundización de la vocación específica del laicado en la transformación de las realidades temporales: en la escuela, en la comunicación social, en el concejo deliberante, en el mundo institucional o rural. Debemos tener presente que cuando resaltamos nuestros derechos y esfuerzos ante Dios, dejamos de entender un principio esencial de la visión cristiana de la vida: “La primacía de la gracia” (N.M.I. 38), y el reconocer que todo lo que tenemos y somos es don de Dios. Olvido éste que aconteció con algunos jornaleros, que como nos relata la parábola de este domingo, protestaron contra el propietario generoso:
“Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada” (Mt 20,12).
Sabiendo que el Señor nos pide que nosotros, en nuestras comunidades, tengamos una actitud abierta, misionera y recibamos cordialmente a los hermanos que llegan, les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas