Aunque el texto bíblico de este domingo (Mc 6, 7-13), se refiera al llamado del Señor a los Doce Apóstoles, a quienes les pide un seguimiento especialmente exigente, en dicho llamado podemos comprender algunas características del estilo de vida de los cristianos en general, sobre todo en nuestro tiempo donde la idolatría del tener, del poder y del placer pretenden ser el proyecto que se propone al hombre de hoy.
«Entonces llamó a los Doce y los envió… y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero…» (Mc 6, 7-8). Ante estos textos bíblicos podemos preguntarnos cómo nos relacionamos con los bienes materiales, cómo ejercemos el poder o bien nuestras responsabilidades y si somos capaces de disfrutar sin idolatrar el placer. En todo caso, aunque suene a idealista, el intentar ser pobres y pequeños es una enseñanza para todos los bautizados y no sólo para los que se consagran a Dios. Soy consciente que esta enseñanza evangélica está en el olvido de la mayoría de los cristianos. Al respecto recordemos la bienaventuranza que nos relata San Lucas «Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6, 20). «Pero ¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!» (Lc 6, 24).
Hace poco celebramos la asamblea diocesana y reflexionamos sobre el tema de la pobreza. Un texto muy iluminador sobre qué significa la pobreza cristiana es el documento de Puebla: «Para el cristianismo, el término “pobreza” no es solamente expresión de privación y marginación de las que debemos liberarnos. Designa también un modelo de vida que ya aflora en el Antiguo Testamento en el tipo de los “pobres de Yahvé” y vivido y proclamado por Jesús como Bienaventuranza. San Pablo concretó esta enseñanza diciendo que la actitud del cristiano debe ser la del que usa de los bienes de este mundo sin absolutizarlos, pues son sólo medios para llegar al Reino. Este modelo de vida pobre se exige en el Evangelio a todos los creyentes en Cristo y por eso podemos llamarlo “pobreza evangélica”. Los religiosos viven en forma radical esta pobreza, exigida a todos los cristianos, al comprometerse por sus votos a vivir los consejos evangélicos» (DP 1148).
«La pobreza evangélica une la actitud de la apertura confiada en Dios con una vida sencilla, sobria y austera que aparta la tentación de la codicia y del orgullo. La pobreza evangélica se lleva a la práctica también con la comunicación y participación de los bienes materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor, para que la abundancia de unos remedie la necesidad de los otros. La Iglesia se alegra de ver en muchos de sus hijos, sobre todo de la clase media más modesta, la vivencia concreta de esta pobreza cristiana. En el mundo de hoy, esta pobreza es un reto al materialismo y abre las puertas a soluciones alternativas de la sociedad de consumo» (DP 1149- 1152).
Hay una gran cantidad de cristianos que captan este tema de hecho, porque son pobres y a la vez solidarios. Ellos saben compartir. También hay gente que posee muchos bienes, o bien que tienen conducción o poder y saben ser sencillos y entienden esto de ser pobres, siendo «pequeños». A estos les cabe la bienaventuranza de san Lucas en que el Señor los llama: ¡Felices! Por lo menos están haciendo una buena inversión futura, para asegurarse un lugar junto al Padre.
También están los que viven apegados al tener, acumulan sin compartir, creen que lo que poseen es solo fruto de sus manos y no reconocen la generosidad de Dios. Otros se ligan a conseguir poder, en el fondo, para reemplazar a Dios. En la raíz está la soberbia que es la madre de todos los pecados. A esta idolatría le cabe la otra parte de la bienaventuranza de san Lucas: ¡Ay de ustedes los ricos (o soberbios), porque ya tienen su consuelo! (Lc 6,24).
Solo cuando tenemos a Dios como absoluto podemos relacionarnos bien y construir un mundo mejor, pero cuando queremos ser como dioses nos transformamos en un problema, porque empeoramos todo. Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas