El texto del Evangelio de este domingo (Mt 16,21-27), nos sitúa ante el primer anuncio de la Pasión que realiza Jesús. Él era consciente que debía ir a Jerusalén, sufrir mucho y ser condenado a muerte para después resucitar. Es importante el texto porque nos ubica a los cristianos ante una clave para comprender el sentido del sufrimiento, de las cruces propias de la vida humana y de la necesidad de transformarlas en vida nueva, en compromisos y actitudes ligadas a la esperanza.
Notamos que se dan en la realidad situaciones de sufrimientos y dolor, fruto de la inseguridad, corrupción, pobreza, guerras y otras formas de injusticia que se originan en la ruptura del hombre con Dios y con sus hermanos, desdibujando la profunda dignidad de cada varón y de cada mujer adquirida por ser imagen y semejanza del Creador. A esta realidad causada por los pecados de los hombres se agregan los sufrimientos, dolores y enfermedades que siempre se dan en la realidad humana.
¿Cuál es el sentido de estos sufrimientos y cómo debemos asumirlos y vivirlos desde las enseñanzas de Jesucristo? Desde ya que los males causados por las injusticias que se van estructurando socialmente requieren como respuesta un compromiso activo del cristiano, llamado a transformar las realidades temporales.
Por eso en el texto “Jesucristo, Señor de la Historia”, editado por los obispos argentinos con motivo del año jubilar, se nos dice: “Los creyentes encontramos en nuestra fe un nuevo motivo para trabajar en la edificación de un mundo más humano. La esperanza en un futuro más allá de la historia nos compromete mucho más con la suerte de esta historia. ¡Cómo deseamos que esta esperanza activa empape la conciencia y la conducta de cada uno de nuestros hermanos!” (16).
Estas afirmaciones se distancian de muchas posturas de grupos religiosos o sectas, o bien de tendencias dentro de la misma Iglesia, que tienen un planteo pasivo y conformista del mundo. Estos planteos religiosos decimos que son alienantes, porque generan una ruptura entre la fe y la vida, o bien entre la fe y los compromisos ciudadanos del cristiano.
Sobre este tema del sufrimiento y el dolor, el Evangelio de este domingo nos dice: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho” (Mt 16, 21), y también les enseñaba a los discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25).
Estas enseñanzas nos ponen ante el “caracú” del camino que nos propone el Señor. Lamentablemente hay muchas doctrinas que se distancian de este mensaje y es conveniente reflexionar sobre esto para discernir sobre donde estamos parados.
Experimentamos en nuestra época una marcada incapacidad de asumir los sufrimientos. La misma fe a veces es presentada por algunos grupos religiosos de una manera light. A veces para ganar seguidores, hacen proselitismo y silencian las exigencias del Evangelio y realizan ofertas milagrosas o bien prometen solucionar todos los problemas y eluden el sentido del sufrimiento cristiano y “la cruz de cada día”.
Evidentemente, Dios puede obrar milagros, pero paganizamos el sentido que tienen cuando creemos lograrlos con nuestras fórmulas un tanto mágicas. En el Evangelio de este domingo el mismo Pedro tiene la tentación de eliminar el sufrimiento y la cruz: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá” (Mt. 16,22).
El sufrimiento y la cruz de cada día carecen de sentido si no están ligados a la vida nueva de la Resurrección, al amor transformador de la Pascua, al compromiso y al ofrecimiento. “Él, sufriendo la muerte por nosotros pecadores nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz, que el mundo echa sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia” (GS. 38).
Debemos revisar cómo es nuestro seguimiento de Jesús y si en nuestra fe incorporamos el misterio Pascual, y el sentido del sufrimiento, la muerte y la Vida.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Ramón Martínez
Obispo de Posadas