Argentina viene atravesando un proceso de violencia política como pocas veces hemos visto. En gran parte, el kirchnerismo ha perfeccionado la capacidad de despreciar, insultar y atacar, expulsando barbaridades cuando no son ellos los que gobiernan. Este clima de crispación no es nuevo, pero cobra especial fuerza cuando los dueños del poder pierden su trono. Sumemos a esto la ya conocida habilidad de su jefa, Cristina Fernández de Kirchner, para reinventarse como la gran víctima de los tiempos. ¿Pero realmente podemos creerles después de todo lo que hemos visto?
Cuando no están en el poder, los kirchneristas se transforman en los autoproclamados mártires de la política argentina. Es un fenómeno tan predecible como una película repetida: cualquier comentario que aluda a Cristina es automáticamente interpretado como un ataque despiadado a la democracia, la libertad y hasta los derechos humanos. En este teatro del absurdo, ella es la víctima impoluta, y ellos, los defensores de la verdad. Pero hay un problema con esta narrativa: el rol de víctima es insostenible cuando son los mismos que, con o sin poder, han hecho de la violencia su estrategia favorita. No solo la verbal, sino también la física.
Es por eso que resulta casi cómico ver cómo, ante cualquier comentario que ni siquiera ha sido un ataque real, sale la horda de militantes a repudiar en redes, en los medios, en donde sea. La maquinaria de la indignación está siempre a la espera. Ahora, ¿cómo pueden presentarse como víctimas aquellos que han hecho del insulto y el escrache su forma de vida?
El juego de Milei
El presidente, ya conocido por sus modos tanto con amigos como con enemigos, refleja la otra cara de la violencia que se vive, atacando al periodismo, menospreciando a aliados y, obviamente, vertiendo lo peor que se pueda decir contra la casta o las figuras más rancias de la oposición, en este caso, el kirchnerismo.
Para el círculo pequeño de la Casa Rosada, hay dos grandes temas que observan con respecto a Cristina. Uno es el fallo que confirmaría la condena de la expresidenta en la causa de Vialidad, lo que dejaría sus disparos políticos reducidos a balas de fogueo. Por eso también miran de reojo la interna del PJ, una elección que el gobierno ya adelantó que no financiará, lo que pondría al sector encabezado por Quintela en una situación complicada para enfrentarse a una lista liderada por CFK. Esto llevaría inevitablemente a que Cristina presida nuevamente el histórico partido, lo que daría al gobierno la tranquilidad de que no sea cualquier «4 de copas» quien se suba al ring.
Cristina sabe jugar este juego. Lo demostró en 2019, cuando se sacó de la galera a un candidato como Alberto Fernández. Hoy, aunque las circunstancias son diferentes, entiende que su figura sigue siendo central. La victimización le otorga una narrativa que la mantiene relevante, mientras Milei utiliza su imagen para fortalecer su discurso anti-kirchnerista.
Entonces, ¿está justificada esta escalada de violencia? Claramente, no. En un contexto de alta sensibilidad por la crisis económica, seguir alimentando este clima de crispación solo añade más malestar a una sociedad ya agotada. Sin embargo, nada de esto parece que vaya a cambiar en el corto plazo. Ni de un lado ni del otro debería sorprendernos la continuidad de esta violencia, porque ya es parte del ADN político de ambos. La Argentina parece condenada a vivir entre el griterío y la victimización constante, en una eterna lucha donde nadie, ni siquiera aquellos que se dicen víctimas, está dispuesto a dejar de pegar primero.
Bryan Villalba…