Es sabido que la temperatura corporal se puede determinar con un termómetro de mercurio o digital. La temperatura social se presume observando índices de precios y conociendo la tensión social…
¿Y la temperatura del Poder?
Max Weber sostiene que el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia. También indicó que el estado puede, a partir de sus instituciones, ejercer el monopolio de la violencia legítima; y de esta manera lograr mantener el orden dentro de su territorio, en el marco de un común acuerdo social.
Lo común no siempre resulta sencillo de comprender por lo que mantener el poder durante mucho tiempo de un municipio o de un distrito trae consigo un desequilibrio térmico del poder. En muchas ocasiones es simple mantener el control hasta que lo elemental se convierte en una crisis y aquellos que se ofrecían como interlocutores ya no logran brindar ese servicio porque la calidez con la que palpaban la piel de la sociedad se enfrió junto con la astucia para comprender que los tiempos cambian y los reclamos se vuelven más complejos.
En los cambios se descubren nuevos actores, las ideas de control son objetadas y la costumbre de ser la última opción del gobierno tiende a consumir lentamente el cariño del pueblo, y es en ese momento cuando el poder se da cuenta de que el termómetro se rompió, algo cambio.
Vimos cómo el avance de un efecto nacional ligado a la realidad económica comenzó a trazar una huella diferente. El reclamo que se gestó entre el desprecio de la comodidad de dirigentes de oficina y un sueldo que dejó de proporcionar seguridad alimentaria para los trabajadores, fue el germen del cambio de roles. La comunidad trabajadora quiso poner a prueba al ejecutivo provincial, midiendo su capacidad de reacción y principalmente conocer el lugar que ocupa el recurso humano dentro del estado provincial. Esto provocó una pueblada de distintos actores que con diferentes métodos que se hicieron oír en la provincia de la mansedumbre imperial.
Shockeados por el impacto mediático y popular, el gobierno provincial necesitaba respaldar a alguien o a algo que les haga saber que aún tienen el control en sus manos. La permanencia al frente del ejecutivo produce una serie de atrofias organolépticas que requieren tratamiento popular surgido de las calles para darse cuenta de que están gobernando y deben hacerlo mirando al pueblo y no a espaldas de este.
Esta apetitosa oportunidad para convocar a la muchedumbre rentada no se dejó esperar, y bajo un eslogan de poca originalidad la renovación buscó disfrazar un reclamo justo de los trabajadores en una vil representación de violencia inexistente, para lo cual desplegó una de sus poderosas armas -la Mentira- bautizando su marcha como “por la paz”. Además de faltarle el respeto a los países que se dirimen entre la vida y la muerte por guerras inexplicables, el gobernador y sus aliados recurrieron a un viejo método de movilización de masas aprovechándose de la cruel realidad provincial, donde el hambre ha tomado mayor protagonismo; y valiéndose de este ardil han intercambiado acompañamiento a esta marcha por bolsas de comida y algún refrigerio que garantice la convocatoria.
No contentos con buscar un motivo para contrarrestar el verdadero reclamo popular, optaron por otra de sus marcas registradas, anunciar por todos los medios que disponen, sobre la espontaneidad de una marcha que de auténtica no tuvo nada, pero sí permitió de comprobar que el gobierno todopoderoso que creía que contaba con un pelotón de dirigentes todoterreno capaces de movilizar y proveer de material humano para nutrir sus actos no es más que un puñado de burócratas oficinistas que han perdido el diálogo, la temperatura.
Es posible que quienes hayan creído que la cuestión salarial era motorizada por la oposición se hayan dado cuenta de que en realidad el pueblo dejo de tenerles miedo, y que aunque persigan a los dirigentes autoconvocados mediante prohibiciones de acercamiento a las oficinas públicas u órdenes de desalojo sin mediar diálogo, los reclamos no cesarán hasta conseguir ser escuchados.
Esto pone de manifiesto que la realidad ha cambiado, y que para ser aptos dentro del gobierno imperial no basta únicamente con rendir pleitesía, también es necesario ofrecer algún tipo de solución.
La solución que se ofrezca no alcanzará si el debate acaba en la cuestión salarial, y si así fuera, este será un indicador de que la parálisis de poder ha hecho metástasis en el gabinete del gobernador y requerirá cirugía mayor para evitar que los daños que ocurran sean aún mayores, para el gobierno, pero principalmente para la población que se cansó de reclamar un salario, ya que hoy su realidad les exige luchar hasta las últimas consecuencias aunque esto signifique que deban poner en riesgo su trabajo actual o recorrer juzgados.
La determinación del pueblo permitió demostrar que quienes los gobiernan se subieron a la carrera con un auto sin combustible y hoy deben empujar hasta la meta si quieren volver a ser convocados a una nueva competición, de lo contrario quienes decidieron su futuro una vez podrán hacerlo en la próxima, pero no para que continúen en carrera sino para que no conduzcan más.
Entonces, mientras algunos creen que tienen los instrumentos para medir la temperatura de la calle con base en mentiras, el pueblo ha descubierto el instrumento para medir la temperatura del poder y es la movilización permanente, este mecanismo promueve la acción y la toma de decisiones de un gobierno que no encuentra el timón ni piloto para una tormenta que no es contra la ciudadanía sino contra un modelo que eligió la mentira y la extorsión como mecanismo de gobernanza.