La Revolución de Mayo es la gesta más importante que recuerda la Argentina, y tanto a nivel nacional como provincial celebrar este evento resulta extremadamente necesario para los habitantes del país, aunque para algunos no pareciera serlo.
Mientras transitábamos una semana de reclamos salariales que convocó a trabajadores de la salud, la docencia y la policía entre otros, al menos hasta este fin de semana se evidencia que el gobierno provincial no pretende solucionar nada, aun cuando se iba acercando la fecha más importante para los argentinos, el 25 de mayo.
El resumen de una semana de conflicto y la decisión del Ejecutivo provincial de no realizar el popular acto central patriótico es el resultado de 20 años de sostener un gobierno con la soberbia de contar con el respaldo absoluto; la incapacidad de identificar las prioridades de los ciudadanos y más aún creerse dueños de la verdad absoluta. Esto movilizó de tal manera a los trabajadores del Estado que los familiares y vecinos de la provincia comenzaron a hacer lo que el Ejecutivo no quiere, empezar a decidir.
Ante la decisión del gobernador Passalacqua de no realizar el acto central, el pueblo en general decidió realizarlo por sus propios medios, convocando a todos, incluso a ellos. Los “ellos” que miran desde arriba al pueblo, como si por voluntad divina se encontraran en un peldaño de jerarquía moral e institucional desde el cual dictan el futuro de sus gobernados.
Hasta que un día Misiones dijo basta. Nos cansamos de las mentiras, de las decisiones que solo favorecen a los que cuentan con responsabilidad jerárquica o son políticos; nos cansamos de aquellos que nos hacen la vida imposible, nos impiden invertir y trabajar, por eso elegimos decidir y desde el lugar que nos toca, ser protagonistas de una nueva historia.
Esta historia que comenzó a contarse hace 10 días en la provincia, no habla de buenos y malos, sino de burócratas de oficina y de quienes saben que hay una forma distinta de hacer las cosas, de pensar y de prestarle atención a los ciudadanos. No hay lugar en este reclamo para que los tibios sometan su obsecuencia al rigor del poder ejecutivo; se terminó la presión de los capos de oficina y comenzó la etapa de nuevos vientos que buscan sepultar la soberbia y esa manera de gestionar la provincia de espaldas al pueblo, con el único norte puesto en los negocios personales a costa de los intereses de los misioneros, sostenidos en el relato misionerista, disruptivo y embustero que propone la renovación.
La decisión de un pueblo no termina en las urnas electorales, sino cuando se rinde y deja de luchar, cuando la defensa de los derechos comienza a ser vulnerada. Hoy vivimos las horas de revolución provincial, el encuentro de los trabajadores con el apoyo popular que distingue en la dignidad un hilo conductor como fuente de inspiración lo suficientemente clara y real como para unir a un pueblo que se vio sometido por la promesa de un supuesto estado de bienestar que no llegaba y que no iba a llegar jamás. Hoy la agitación popular quiere respuestas y tiene una propuesta, pero no encuentra al gobernador ni al vicegobernador para conversar sobre ella.
Ajustar y estirar no son sinónimos; aunque el gobierno así lo demuestra, con un gabinete encerrado en sus oficinas y que hace un mes no habla con el pueblo, que mediante resoluciones extorsivas en los parlamentos municipales y provincial buscan criminalizar las protestas declarando el repudio a lo que la calle les está diciendo.
¿Producirá problemas de audición hacerse cargo del gobierno?
Tratar de responder las preguntas no es obligación del pueblo, pero mientras el Ejecutivo sigue pensando de qué manera descuidar a su población, esta seguirá construyendo un nuevo diálogo que permita que los cambios que se deban producir ocurran dentro de la ley y de las instituciones.
En este camino de resistencia, cada día que se demora la resolución del conflicto no hace más que criminalizar al gobierno en lugar de a quienes luchan por lograr una canasta básica, que aunque para el ministro de Gobierno Pérez sea un error conceptual, para el resto de los misioneros es una realidad y muy dolorosa.
Esta hora de valientes alentó a los misioneros a perder el miedo, a enfrentar su presente para construir un futuro mejor para ellos y para los que vendrán; un tiempo donde la dignidad se haga costumbre y los valores no se puedan negociar ni por un sindicato ni por un gobierno infame, necio y desteñido por la inoperancia de su gobernador.