Aarón Cortés Alcaraz nació hace 29 años en Alicante, luminosa porción mediterránea de la Comunidad Valenciana. Se educó con “una raqueta de tenis en la mano”. En octubre pasado, cinco temporadas después de retirarse del tenis, Cortés se disponía a trabajar en un club de pádel como cada día, pero recibió un correo electrónico que lo paralizó. Pertenecía al organismo anticorrupción.
El deporte lo envolvió desde la infancia ya que sus padres administraban clubes de tenis y pádel en la región. Incluso su hermano, trece años mayor, llegó a competir. Su mamá era nativa de Murcia, de allí el origen de su segundo apellido (Alcaraz), usual en esa zona, como el de Carlitos, el ya dos veces campeón de Grand Slam y actual N° 3 del ranking mundial. Diestro y con revés de dos manos, Cortés se destacó en torneos de categorías menores de la Comunidad Valenciana. Lo entrenaba su papá, que se dedicaba a la formación de jugadores; no contaban con presupuesto para pagarle el sueldo a un profesor.
“Ganaba todos los torneos que había en la zona, me fui haciendo de los mejores de la región, pero casi no jugué en ITF juniors [hasta 18 años]. Lo hice sólo una vez porque gané un torneo en la academia de [Juan Carlos] Ferrero y me dieron un wild card para un torneo allí, en Villena. Mi familia era humilde y no teníamos dinero para que yo viajara a torneos juniors, como hace la mayoría de los chavales. Entonces… directamente me puse a jugar en profesionales, en los Futures, con 16 o 17 años”, relata Cortés, desde España, a LA NACION, con tono de voz apenado pero sostenido.
Oficialmente compitió en el circuito entre 2010 y 2018. Jugó únicamente Futures, la tercera división del profesionalismo. No pudo debutar en el ATP Tour y su mejor ranking individual fue 955°, en 2017. En un sistema exigente, en el que económicamente sobreviven los 100 0 150 mejores (en singles), Cortés fue parte de una porción de jugadores vulnerables y solitarios, a los que les cuesta desarrollarse y proyectar un futuro productivo en el tour. Se formó para ganar: como todo chico español, soñaba con ser Rafael Nadal (o David Ferrer, con quien llegó a entrenarse, en Valencia). Pero tanta asfixia lo desvió; se quebró. Y volvió a equivocarse, una y otra vez. Se traicionó. Se hundió. El último partido de Cortés fue en julio de 2018, en el Future de Játiva, España.
Curiosamente se retiró cuando perdía 6-4 y 5-1 con Nicolás Arreche, un argentino que tiempo después fue suspendido durante cuatro años por la Agencia Internacional de Integridad del Tenis (ITIA) por amañar/arreglar partidos (oficialmente, por infringir reglas del programa anticorrupción).
En octubre pasado, cinco temporadas después de retirarse del tenis, Cortés se disponía a trabajar en un club de pádel como cada día, pero recibió un correo electrónico que lo paralizó. Pertenecía al organismo anticorrupción. “La frecuencia cardíaca se me disparó. Sabía que ese día iba a llegar… pero no sabía cuándo. El mail fue un shock”, reconoce. No respondió de inmediato: lo hizo al día siguiente y, recién a las dos semanas, tuvo una extensa videollamada con funcionarios de la ITIA. Desde entonces, se profundizó una investigación de la que Cortés no tenía conocimiento, pero sí sospechas. “Spanish tennis player suspended for 15 years (Tenista español suspendido por 15 años)”, fue el título del comunicado de la ITIA que el 9 de abril pasado les llegó a los medios periodísticos. La sentencia fue contundente: “Cortés admitió 35 infracciones del programa anticorrupción entre 2016 y 2018, incluida la manipulación del resultado y la aceptación de dinero para idear el resultado de los acontecimientos, no informar sobre enfoques corruptos, apostar en el tenis y proporcionar dinero a oficiales de torneos a cambio de un wild card (…) El jugador fue multado con 75.000 dólares, de los cuales 56.250 dólares están suspendidos. Cooperó con la investigación y aceptó una sanción acordada. El período de inhabilitación para jugar, entrenar o asistir a cualquier evento de tenis oficial finalizará a la medianoche del 26 de marzo de 2039”. “Sabía que iba a llegar… Lo hice para sobrevivir”, confiesa hoy Cortés.
El inmoral negocio de los arreglos de partidos y las apuestas, con la complicidad de redes mafiosas, protagonistas de los courts (algunos jugadores, entrenadores, árbitros) y hasta de aburridos adinerados que no saben qué hacer en sus ratos de ocio, sigue siendo una enfermedad que ataca al tenis. Por más que los casos muchas veces no tengan tanta promoción, los sobornos siguen ocurriendo en los sótanos del deporte. Según los expertos, la infección, además, se amplió en estos tiempos de propagación de las casas de apuestas online (muchas de ellas, vaya incongruencia, patrocinadoras de los torneos). En el primer trimestre del año, la ITIA recibió 25 alertas de partidos sospechados a través de sus “Memorandos de Entendimiento” con la industria de las apuestas reguladas: una de un ATP 250, cuatro de Challengers, 14 de Futures de hombres y seis de Futures de mujeres. Cada alerta reportada en la ITIA se registra, se evalúa y se realiza un seguimiento ya que algo inapropiado pudo haber sucedido; cuando el análisis de una advertencia “sugiere actividad corrupta”, se comienza la investigación confidencial. En 2023, la ITIA recibió 101 alertas de partidos (entre ellas, dos de un ATP 250 y cinco de WTA 250) y hubo 40 sancionados por violar el programa anticorrupción: jugadores y también árbitros acusados de manipular puntuaciones para las apuestas. El último miércoles, el tenis argentino sumó al sexto jugador castigado por incumplir el reglamento anticorrupción: Agustín Torre (596° en 2014; retirado en 2018). El olavarriense fue suspendido por cinco años y multado con US$ 35.000.
Entrar en la mente de un deportista que toda su vida se entrenó para ganar y, sin embargo, se transforma en un tramposo manipulador de resultados es casi imposible. Esos jugadores, una vez sancionados, suelen enjaular sus palabras, al menos públicas. Algunos no muestran arrepentimiento por haber vendido sus partidos (y fingen, incluso, en redes sociales). Otros, sí. Y necesitan expulsarlo, aun sabiendo que quedaron manchados. Cortés es uno de ellos. “Mi padre fue quien me entrenó toda la vida. Es un tema complicado porque no tengo relación con él desde hace tiempo, por problemas personales. Yo tenía talento, pero mi cabeza… No estaba preparado para el nivel profesional porque nunca tuve su enseñanza psicológica ni la confianza en mí mismo para alcanzar un buen nivel. Entrenaba con jugadores top y no se explicaban cómo tenía un ranking de 900 y pico. Mi familia no tenía mucho dinero. Mi padre llevó mal los negocios. Recuerdo que tuvimos problemas legales por una parcela y al final le expropiaron el club. Fue una etapa dura. Mis padres hasta tuvieron que vender mis joyitas y medallas de la comunión para poder comer”.
La cruda descripción de Cortés sacude la comunicación y empieza a desnudar un caso que tiene cierta conexión con el de otros castigados por corrupción, en el que abunda la desesperación y, también, la irracionalidad. Ya como profesional, pero con escaso dinero en el banco, Cortés viajaba muy poco a jugar torneos en los países nórdicos porque necesitaba mayor presupuesto. Su calendario, además de España, incluía países “baratos” como Turquía, Argelia, Túnez o Rumania. “Me iba a los viajes sin dinero -señala-. En los hoteles me decían: ‘Oye, ¿dónde está el dinero? Me tienes que ir pagando’. Y yo decía: ‘Mañana harán una transferencia desde España’. Y no era ‘mañana’, sino a los cinco o seis días. Al principio, el tenis profesional es algo nuevo, te llama la atención, estás excitado, empiezas a jugar internacionalmente, encuentras a chicos de todas partes, pero a los meses te das cuenta de lo duro que es todo, del dinero que cuesta, del sacrificio de no ver a tu familia, amigos o pareja. Pierdes la juventud, porque te vas abriendo y haciendo amistad con gente del tenis, aunque tampoco puedes entablar mucha amistad con ellos porque al día siguiente tienes que enfrentarlos y es complicado”.
–Y muchas veces teniendo que tomar decisiones solo, siendo muy joven y sin estar maduro.
–Si vienes de una familia acomodada puedes darte el lujo de viajar con un adulto que te asesore. Pero yo no. Encima, mi nivel de inglés era cero. Compartía habitación para que los gastos fueran menores, pero los compañeros me hablaban en inglés y yo no tenía ni idea. Un chico de esas edades, viajando solo y sin saber nada de ese mundo, comunicándose por señas. Estás en una burbuja y querés perseguir tu sueño, pero tuve noches de angustia y llantos. Mi cabeza ya se estaba quemando, porque eran muchas las derrotas y pocas las victorias. Me iba dando cuenta de que no iba a llegar muy lejos, pero tenía la presión en casa: ‘Aguanta un poco más, sigue intentándolo’. Me sabía mal decepcionar a mi familia y por eso estuve aguantando. Pero tendría que haber colgado la raqueta mucho antes. El sistema está mal: cuando yo era campeón de la Comunidad Valenciana, si no recuerdo mal, la federación me daba 700 euros al año. ¿Qué haces con 700 euros cuando necesitas 40 o 50.000 euros al año para intentar jugar como profesional? Con eso puedes jugar un torneo, dos semanas… La gente mira la televisión y dice: ‘Djokovic gana dos millones y medio cuando gana Wimbledon’. Ya… pero no ven todo lo que hay abajo. Está muy mal. Antes de flaquear ante la perversa tentación del easy money por primera vez, Cortés escuchaba sobre los amaños abiertamente en los vestuarios, salas de jugadores, restaurantes de los clubes… Consideraba que dejarse ganar era algo “turbio” y lo veía chocante. “Decía: ‘No. ¿Cómo voy a hacer eso?’. Hasta que después de un tiempo dije: ‘Buf… no tengo más dinero, no me queda nada en la cuenta bancaria’. ¿Qué hago? Ahí fue cuando caí…”, declara.
–¿Cómo fue esa primera vez que aceptaste arreglar un partido?
–Fue en un país africano, con jugadores de Sudamérica con los que fuimos entablando amistad. Como yo viajaba solo, me acercaba y conectaba con los jugadores de habla hispana. Esta gente viajaba sola también y fue la que me dijo: ‘Si tienes alguna dificultad, nosotros tenemos un amigo, una forma de ayudarte, solo tienes que hacer esto, esto, esto y te llevas lo que sea, 500 euros o más…’. Y así empezó.
–¿Qué sentiste la primera vez que te dejaste ganar?
–Hay gente que disimula mejor, pero yo estaba paranoico. Sabés que estás haciendo algo que no está bien. Digo: ‘Uy… ¿Qué pensará el juez de silla? ¿Está mirando el supervisor?’. Se pasa mal, tu cabeza no está enfocada en el partido, estás nervioso aunque a veces sólo fuera que arreglaste un punto, ya que algunas veces era solo eso: ni un set ni un partido entero. Las apuestas son un negocio brutal. Al ser un deporte individual, por todo lo que se puede hacer, es un negocio redondo para las casas de apuestas.
–¿Tuviste alivio al terminar el partido?
–Alivio en el sentido de que salió como tenía que salir, pero no era alivio, era remordimiento, porque sabía que no estaba bien. La mitad de tu cerebro está feliz porque dices: ‘Tengo dinero para jugar dos semanas más’. Pero la otra parte dice: ‘Estoy haciendo algo que está mal’. Hubo mucho remordimiento.
–¿Te pasó de tener que dejarte ganar y que te dieras cuenta de que tu rival también estaba yendo a menos?
–Sí, me ha pasado algunas veces y veía que iba a ser imposible cumplir lo que tenía pactado porque el otro estaba haciendo algo raro. Se percibe por situaciones extrañas. ¿En cuáles? De repente se ven muchas dobles faltas, errores no forzados en momentos en los que no son de tensión, cosas así que bueno… Uno siempre puede fallar, está la duda y si no entiendes mucho puedes creer que esa persona está nerviosa o está teniendo un mal día, pero en situaciones normales, si entiendes un poco de esto, se nota, se ve.
–¿Amañar partidos se convierte en una adicción?
–Así lo describo: es como una droga. Es difícil salir de ahí… En España se dice: ‘El perro se muerde la cola’. Estás ahí, sigues necesitando el dinero porque tu ranking no subió como para poder tener dinero, tu familia sigue siendo humilde y sigues necesitando. Es un bucle que no se acaba. Las ganancias en los niveles más bajos son una miseria y las pérdidas son altísimas. En los Futures, cuando competía, sólo el campeón podía salir conforme; el resto iba a perder dinero.
–¿Cómo te pagaban?
–Depende. Esos mismos jugadores que me lo ofrecían me daban el efectivo en mano y luego a ellos se los pagaban. O era mediante alguna vía de envío de dinero internacional, tipo Western Union. Supongo que por eso también quedó un registro. Ahora sale esto [la sanción] y dices: ‘Madre mía, qué estúpido’. Pero en ese momento no supe disimular muy bien. En ese momento sólo quieres recoger el dinero como sea, porque lo necesitas de la manera que sea.
–¿Cuánto fue lo máximo que ganaste por un partido amañado?
–Puf… Puede ser 2000, 2500 euros. Quiero aclarar que a mí me juzgaron por 35 quebrantamientos y hay gente que piensa que fueron 35 los partidos que amañé y eso no es así. Dentro de esos 35 puntos hay otras situaciones. Alguna vez fue que me dejé ganar un punto específico, alguna vez un game… El monto total de lo que gané fue una miseria en comparación con lo que cuesta el tenis.
–Una vez que estás metido en el fraude, ¿los amañadores te piden que atraigas a otros jugares, que amplíes el negocio?
–Sí, claro. Por ejemplo, uno de los 35 quebrantamientos por los que me acusaron fue porque una vez le comenté de esto a un chico que estaba necesitado de dinero y yo me llevaba mi comisión, por decirlo de una manera. Estaba tan ciego porque necesitaba el dinero que se lo comenté a este jugador y él hizo lo correcto: no me contestó el mensaje y se lo dijo al director del torneo. Entonces, en la sanción que me puso la ITIA, una de las infracciones fue porque un jugador denunció lo que yo le había dicho.
–¿Sentiste miedo de que no se concretara el arreglo tal lo pautado y tener que amañar otro partido para que “recuperaran” la apuesta?
–Sí. Y el miedo lo sigo sintiendo porque no sé quiénes eran esas personas. Yo sabía con los jugadores que hablaba, pero no sé quiénes eran las personas que estaban detrás, forrándose de dinero a mi costa. No sé quién es esa gente. Entonces, lo sigo sintiendo porque no sé si el día de mañana dirán: ‘Uy, este está hablando’. Puf… Al no saber quién es, siento eso. Me escribían y algunas veces yo decía que no, que esa semana me estaba sintiendo bien en mi nivel de juego y necesitaba progresar en el ranking.
–¿El contacto era a través de los jugadores o directamente con los apostadores?
–Alguna vez sí, con los otros [los apostadores]. Porque cuando todo salía bien, todos estábamos contentos; pero cuando salía mal, estos jugadores se querían desatender del tema y te dejaban a ti con el marrón [el problema], como decimos en España. El contacto era vía Telegram [aplicación de mensajería instantánea]. Se supone que los mensajes se eliminaban, que eran seguros, pero es mentira, porque los mensajes los pueden sacar. Yo no sé en qué momento me empezaron a investigar porque a mí nunca me quitaron el teléfono celular. No tengo ni idea.
–¿De qué origen eran los apostadores?
–Se suponía que eran sudamericanos. Como los jugadores con los que hablaba eran sudamericanos, estos [los apostadores] también. Pero ahora ya no sé qué es verdad. Estaban detrás de una pantalla.
–Mencionaste a los sudamericanos y, casualidad o no, en tu carrera jugaste dobles con Arreche y Franco Feitt, dos argentinos sancionados por arreglar partidos. ¿Ellos te lo propusieron?
–Bueno… (sonríe, incómodo) Ni te puedo confirmar ni desmentir este tema. Vi que salió la noticia. De Arreche no vi nada, ni me enteré, porque yo no quería seguir estando enfermo con eso. Si es verdad que Feitt [en 2021 sancionado de por vida] vivía en España y sí que lo vi, sí que lo vi este tema. ¿Si hablé con ellos? Nooo, que va, que va. Con gente del circuito no volví a hablar con nadie.
–¿Qué responsabilidad tienen algunos entrenadores en este asunto?
–Hay muchos chicos a nivel Future que no se puede costear el entrenador, es un gasto doble, el sueldo… Pero sí he visto o he podido sentir que algunos entrenadores sabían lo que estaba pasando. Pero ellos tenían que subsistir y decían: ‘Bueno, si es la única manera de que mi jugador me va a poder pagar, pues adelante’. Al final están metidos también. No digo que sean todos.
–¿Hacés una diferencia entre los que aceptan amañar partidos por desesperación y los que lo hacen por un estilo de vida fácil?
–Sí. Creo que hay dos tipos. Yo lo hice para sobrevivir. He visto gente que lo hacía y que no tiene vergüenza hasta que fallece… Yo soy una persona con vergüenza, que lo pasaba mal, que lo hacía para sobrevivir. Vi casos de gente que lo hacía y hablaba, por ejemplo: ‘La próxima semana me voy con mi novia de viaje a no sé dónde’. Claro, todo ese dinero salía de las apuestas. Es terrible. Puedo comprenderlo en casos de chavales que estaban como yo, que veían que era la única oportunidad de seguir con ese sueño, aunque no está bien. No tengo excusas. Sería fácil decir: ‘Eliminemos las apuestas en el tenis y no habría más fraudes’. Pero, ¿por qué no las quitan? Porque siguen generando un montón de dinero. Supongo que gente como yo, que les hacía perder dinero, no les interesa. La sanción que me pusieron es terrible: pareciera que soy un terrorista, o que he matado a alguien. Y me la ponen después de varios años. No entiendo el por qué. Entiendo que hay temas que necesitan ser investigados, pero ya llevo mi vida adelante en otro sitio. Creo que quieren dar ejemplo con alguien como yo, entonces ponen una sanción grande.
–¿Cómo actuarías si pudieras retroceder en el tiempo?
–Dejaría el tenis cien por cien. Mis últimos dos o tres años en el tenis no fueron nada buenos; estaba por estar. Y encima yo era introvertido, no lo hablaba con nadie. Por culpa de esto [los amaños], tendré que pagar siempre; manché mi nombre, mi reputación. Trabajando en el mundo del pádel, encima, que es como primo hermano del tenis, lo que más me fastidia es lo que puedan pensar mis clientes. Hubo algunos que me han preguntado, es probable que no confíen en mí y los entenderé, pero soy buena persona. Esta historia es una mierda.
–¿Qué le dirías a un tenista que evalúa entrar en ese mundo de trampas?
–Que no lo haga por nada del mundo, porque no vale la pena. Yo entiendo, lo puedo comprender porque están en una burbuja e intentan seguir un sueño y no ven otra salida, pero al final… es pan para hoy y hambre para mañana. Y sólo interesa tener la conciencia lo más tranquila posible porque la vida ya es bastante más dura de lo normal como para, encima, estar con estas cosas. Les digo que dejen de jugar; hay otras maneras de ganarse la vida. No vale la pena ensuciar tu nombre para toda la vida por buscar un sueño lejano.
(Fuente: La Nación)