En tiempos de grandes conflictos, donde la popularidad de los líderes se escribe con angustia y a veces con sangre, es momento de comenzar de nuevo, encontrando el rumbo en el diálogo y la fe en las personas.
Nos malacostumbramos a una realidad donde lo pasajero y efímero se vuelve importante; aquello que ocupaba un lugar fundamental en las personas pasó a ser material de segunda; sin importar los debates y las ideas que se generen, lo único que se descubre en una sociedad confundida es la ausencia de valores, aquellos que dieron origen a la civilización post barbarie son los que convergen en el más puro sentir de un ser humano.
Quizás las viejas banderas que han enaltecido a las personas que habitan nuestro suelo se fueron destiñendo con el tiempo y la acumulación de intereses -que son en definitiva la suma de placeres urgentes- han hecho que abandonemos lo que sentimos en lo profundo del corazón.
Mientras algunos nos habituaron a construir liderazgos y opiniones en la base de los enfrentamientos, sembrando el odio y desprecio por aquellos que piensan distinto, y halagando a quienes piensan igual, otros permanecen en la firme construcción de una sociedad justa; a veces un poco en soledad, otras sin poder explicar el verdadero concepto de que el resultado no es la victoria, sino el bienestar general, el bien común. Este bien común no encuentra vencedores ni vencidos, simplemente ofrece propuestas y alternativas a la realidad que se vive.
Sucede que, aunque hayan pasado más de dos siglos que una persona explicó con gestos, acciones y con la palabra qué es lo realmente importante en la vida, algunos deciden cuestionar la senda de valores que tienen como piedra fundacional el amor.
Y, aunque se libren batallas diariamente, en las cuales en ocasiones no comprendemos el rol que debemos desempeñar, es necesario tener fe en el amor y principalmente en la capacidad de las personas para unir fuerzas con el único propósito de obtener el bien común. Este bien común no reconoce el precio de las cosas, no comprende el significado de estatus ni tampoco discrimina en las formas de entender la vida de las personas, puesto que en esta escala de valores solamente cabe el respeto como índice de medición.
Si tan solo aceptáramos construir un nuevo camino, dejando de lado el pasado, ya que este, además de estar repleto de errores fundacionales, requiere ser defendido por personas que ya ni siquiera son parte del plano terrenal, la historia juzgará el futuro con lo que se haga en el presente. Hoy somos el futuro del pasado y, mientras discutimos lo que se hizo, olvidamos vivir el presente, dejando de lado la oportunidad de sanar heridas y perdonar equivocaciones que no son propias, aunque las tomemos como tal.
En la fe que nos falta encontramos la ocasión para cometer nuevos errores. Animarnos a pensar un camino distinto donde no quede nadie afuera, es el comienzo. Y aunque el pasado se haya equivocado es necesario saber que depende de nosotros olvidarlo y comenzar un nuevo capítulo. Al final, lo único que importará es cómo hemos hecho sentir a las demás personas.Con seguridad, absolver y pedir indulgencias son las formas de iniciar otra vez y volver a intentarlo.
No basta con recomponer el camino a fuerza de agravios y sometimiento, esto solo generará nuevos errores y viejos odios, como ya lo han hecho; Adolf Hitler, odiado por su papel en el Holocausto y sus ambiciones expansionistas durante la Segunda Guerra Mundial; Joseph Stalin, conocido por su brutalidad y represión durante su liderazgo en la Unión Soviética o Sadam Huseín, quien generó odio debido a su régimen autoritario y acciones represivas en Irak.
La solución no se encuentra en un manual, tampoco en una junta de notables, menos en los autoritarismos, sino más bien en los consensos donde el individuo y el medio ambiente son indivisibles. Entonces, la paz es posible si la sociedad toda comprende que el enemigo son las injusticias y no quien piensa distinto.
Felices Pascuas, que las malas experiencias y los errores del pasado se queden en el pasado y florezca la fe en el ser humano y en Dios.