Comenzó legalmente el plazo de la llamada campaña proselitista, período de 50 días durante el cual los candidatos buscarán imponer por todos los medios y plataformas, “las ideas” y propuestas con las que pretenden gobernar durante su mandato si resultaren electos.
Son cinco las ofertas presidenciales con las que cuenta el elector en esta ocasión, encontrándose el cuadro de Nolan representado en todos los espectros ideológicos para esta elección.
En esta carrera presidencial comienzan a jugar un montón de aristas que pretenden inclinar la balanza para un lado u otro, difundiéndose encuestas que muchas veces se encuentran totalmente alejadas de lo que reflejan finalmente las urnas; operaciones mediáticas que pretenden ensuciar a los candidatos no alineados a algún medio de comunicación y hasta ataques y chicanas de los propios candidatos, alimentando la grieta que tanto daño le ha traído a nuestro país.
En una campaña donde el humor social se encuentra fuera de la medición de los candidatos, pareciera que la elección del electorado pasa por elegir el mal menor. En este sentido, nos encontramos con tres de cinco candidatos que ya han tenido gestión en algún área del estado: Patricia Bullrich, Juan Schiaretti y Sergio Massa, este último incluso se encuentra en funciones.
La Ciudadanía se encuentra en la famosa situación del malo conocido o del bueno por conocer, la misma que llevó a la decadencia de nuestro país ya hace mucho tiempo, y no solo por las preferencias del electorado, sino también por responsabilidad de la mediocre clase política Argentina, que no pasó por un proceso natural de recambio y contaminó a las nuevas generaciones que llegan en busca de una pizca de poder.
Aún queda un proceso largo de más de mes y medio, en el cual el contexto económico continuará agravándose, pero que sin dudas será determinante para que la clase media y baja defina en las urnas pensando con el bolsillo más que con otra cosa.
Se larga una nueva carrera, esperemos que quienes lleguen a la meta lo hagan de una manera en que valga la pena celebrar algo, y no nos lamentemos porque nuestros velocistas de la política se estrolen contra la meta.